’ El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán ’


Jornada Mundial de los pobres: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros»

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’ El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán ’
Religión
Noviembre 13, 2021 16:14 hrs.
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Nadie sabe el día ni la hora


Domingo 14 noviembre 2021
La Palabra de Dios
Primera Lectura
Dn 12, 1-3
En aquel tiempo, se levantará Miguel, el gran príncipe que defiende a tu pueblo.

Será aquél un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo. Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo.

Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Salmo 15, 5 y 8. 9-10. 11
R. (1) Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
El Señor es la parte que me ha tocado en herencia:
mi vida está en sus manos.
Tengo siempre presente al Señor
y con él a mi lado, jamás tropezaré. R.
R. Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Por eso se me alegran el corazón y el alma
y mi cuerpo vivirá tranquilo,
porque tú no me abandonarás a la muerte
ni dejarás que sufra yo la corrupción. R.
R. Enséñanos, Señor, el camino de la vida.
Enséñame el camino de la vida,
sáciame de gozo en tu presencia
y de alegría perpetua junto a ti. R.
R. Enséñanos, Señor, el camino de la vida.

Segunda Lectura
Heb 10, 11-14. 18
Hermanos: En la antigua alianza los sacerdotes ofrecían en el templo, diariamente y de pie, los mismos sacrificios, que no podían perdonar los pecados. Cristo, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se sentó para siempre a la derecha de Dios; no le queda sino aguardar a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado. Porque una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por ellos.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Aclamación antes del Evangelio
Cfr Lc 21, 36
R. Aleluya, aleluya.
Velen y oren,
para que puedan presentarse sin temor
ante el Hijo del hombre.
R. Aleluya.

Evangelio
Mc 13, 24-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ’Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre’’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

’ El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán ’
Introducción
Encaramos el penúltimo domingo del año litúrgico. El pueblo cristiano, peregrino hacia Dios, cree atisbar de cerca la meta que otros ya han conseguido (fiesta de Todos los Santos). ¿Cuándo y cómo será el final del recorrido? ¿Qué es lo que Dios nos tiene deparado? ¿Cómo es preciso preparase para acoger cristianamente acontecimiento tan significativo? Son algunas de las preguntas que se hacían los primeros cristianos y que afectan en el presente a los seguidores de Jesús.

Fray Juan Huarte Osácar
Convento de San Esteban (Salamanca)

Nadie sabe el día ni la hora
Jornada Mundial de los pobres: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros»


Y cuando llegues a la puerta de tu noche,

al acabar el camino que no tiene retorno,

sepas decir tan sólo: "gracias por haber vivido".

(Salvador Espriu)

Al ir terminando este ciclo litúrgico que hemos recorrido con la pluma de San Marcos (dentro de dos domingos comenzaremos el Adviento), la Iglesia ha querido que reflexionemos sobre la caducidad de todo, sobre el final del tiempo, de la historia, de la vida personal. Nada (salvo Dios, claro) es «para siempre»: cielo y tierra pasarán. Y nosotros también pasaremos. Vivimos como si la muerte sólo les pasara a otros. Pero es importante ser conscientes de nuestra caducidad... porque eso supone una responsabilidad y cambia nuestra forma de valorar la vida.

Recuerdo todavía lo que me impresionó y me hizo pensar la película «Mi vida sin mí», de Isabel Coixet, (2003): Su protagonista, Ann tiene 23 años, dos hijas, un marido que pasa más tiempo en paro que trabajando, una madre que odia al mundo, un padre que lleva 10 años en la cárcel, un trabajo como limpiadora nocturna en una universidad a la que nunca podrá asistir durante el día... Vive en una caravana en el jardín de su madre, en las afueras de Vancouver. Esta existencia gris cambia completamente tras un reconocimiento médico, en el que le anuncian su muerte inminente. Desde ese día, paradójicamente, Ann observa la realidad con pupilas dilatadas, como si lo viera todo por vez primera, o como si todo se fuera a desintegrar en el instante siguiente y descubre el placer de vivir, guiada por un impulso vital: elaborar una lista de cosas que quiere hacer antes de morir. Pero Ann ahora tratará de ver a sus padres, a su marido y a sus hijas fijándose en lo mejor de ellos, y les dejará en herencia palabras esperanzadoras, a través de unas cartas póstumas.

Con frecuencia nos damos cuenta demasiado tarde del valor de cada instante, de que nos afanamos, nos preocupamos y hasta nos estresamos por cosas que no tienen verdadera importancia... mientras descuidamos capacidades y valores que, a la larga, satisfacen más y son los auténticamente «importantes». La vida tiene un plazo, (y pocas veces llegamos a saber «el día y la hora», como en la película mencionada), pero el final es algo fuera de toda duda. Y sería muy triste descubrir que no le hemos sacado provecho al tiempo disponible.

Esto no significa entrar en un ritmo frenético, y empeñarnos en bebernos la vida a grandes tragos; ni dedicarnos a buscar continuamente experiencias nuevas, o límite (drogas, sexo, alcohol, velocidad...), como queriendo pasar por todo, sin pausa, sin sentido, solo «acumulando»/consumiendo vivencias. Se trata más bien de priorizar, de discernir, de elegir aquello que realmente me enriquece y es valioso, me hace crecer como persona, me hace más humano, y vivirlo todo con sentido.

Con un lenguaje propio del género apocalíptico (y que por lo tanto, no hay que entender literalmente), Jesús nos ha dicho que «el cielo y la tierra pasarán. El día y la hora nadie la sabe». Y, sabiendo interpretar los signos, como el rebrotar de la higuera que anuncia el verano, hay también muchos signos en la naturaleza que nos hablan de nuestras limitaciones y caducidad y de la necesidad de aprender a vivir de otras maneras: las pandemias, el calentamiento global, las inundaciones, el volcán de La Palma, las Danas y «Filomenas». No controlamos todo (aunque nos guste creérnoslo), y todo puede cambiar en breve tiempo. En definitiva: la vida nos enseña a ir "aprendiendo la muerte".

Basta con escucharla, verla, seguirla... como hacía Jesús.

Ella nos explica la muerte poco a poco, o de golpe, según los días.

Unas veces sin hacernos ningún daño. Otras, dislocándonos de dolor.

Unas veces subrayando nuestras pequeñas muertes cotidianas,

otras, golpeándonos con la muerte de aquellos que tanto amamos.

La muerte se aprende cuando, al peinarnos por la mañana, se nos caen los cabellos;

cuando nuestros pies pisan las hojas de los árboles caídas,

cuando perdemos el diente que nos ha dolido tanto tiempo;

cuando nos salen las primeras arrugas,

cuando podemos decir, al contar pequeños recuerdos: «hace 10, 20 ó 30 años»...

Cuando nos regalan unas flores para celebrar ese año menos antes del último.

La muerte se aprende cuando nos encontramos con quienes

conservan nuestra infancia en el recuerdo,

y para quienes seguimos siempre siendo pequeños;

cuando la memoria flaquea, la enfermedad nos visita...

Cuando disminuyen las visitas a los vivos y se alargan las visitas a las tumbas.

La muerte se aprende en cada adiós definitivo de los seres queridos,

porque, aunque sepamos por la fe, que ya han llegado a su Destino,

nosotros nos quedamos con la carne abierta, protestando, herida,

porque se nos ha muerto una parte de nosotros mismos...

La vida es nuestra maestra de muerte, pero también es maestra de vida...

«Cuando veáis todas estas cosas, sabed que el señor está cerca, a la puerta»

Madeleine Delbrel, ’Morirás de muerte’

Cuesta menos dejar la vida cuando ha sido aprovechada bien y mucho, para crear vida alrededor, como hace la naturaleza, incluso vida a partir de la muerte. Cuesta menos dejar la vida cuando sabemos que hemos crecido, que hemos desarrollado nuestras mejores capacidades, cuando somos conscientes de haber amado mucho. No es necesario consumir ni experimentar cuanto más mejor, sino vivir con sentido, disfrutando los pequeños momentos, sabiendo elegir, y siendo conscientes de que «sólo tenemos toda la vida» para cuidar nuestro espíritu, nuestro yo... que es lo que perdurará por toda la eternidad. ¡Ay, si pusiéramos el mismo esfuerzo en cuidar nuestro interior, que el que ponemos en cuidar este exterior que, querámoslo o no, se va desmoronando poco a poco, y a veces muy deprisa!

Para vivir nuestra vida «bien» nos acompañan dos esperanzas o promesas: el encuentro final o llegada del Hijo del hombre, y que sus palabras no pasan.

Saboreo, para terminar, las palabras de Narciso Yepes: "Desde que convivo con la enfermedad, pienso más en la muerte que antes. La voy sintiendo cercana y amiga; en definitiva, nada terrible. Sí, me inquieta irme sin haber tenido tiempo suficiente para cumplir la misión que Dios me haya encomendado. El día que sienta plenamente el convencimiento de que he acabado mi tarea en la tierra, el paso por esta vida habrá sido una fiesta, y el marcharme será el inicio de una fiesta nueva".



Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. Me permito subrayar algunas palabras del Mensaje del Papa Francisco para hoy:



El rostro de Dios que Jesucristo nos revela es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda su obra afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir. No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. Mt 5,3)...

Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunas categorías privilegiadas... Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, CMF

Imagen de José María Morillo

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