’ Las has revelado a los pequeños ’


"El que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno de vuestra salvación"

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’ Las has revelado a los pequeños ’
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Octubre 02, 2021 04:11 hrs.
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La Palabra de Dios

Memoria de los Santos Ángeles Custodios

Primera Lectura
Bar 4, 5-12. 27-29
’¡Ánimo!, pueblo mío,
tú que llevas el nombre de Israel.
Ustedes fueron vendidos a los paganos,
pero no para ser destruidos;
por haber provocado la ira de Dios
fueron entregados a sus enemigos.
Provocaron la indignación de su Creador,
ofreciendo sacrificios a los ídolos y no a Dios;
han olvidado al Dios eterno, que los alimentó,
y han entristecido a Jerusalén, que los crió.

Cuando Jerusalén vio venir sobre ustedes la ira de Dios, dijo:
‘Escuchen, ciudades vecinas de Sión:
Dios ha mandado sobre mí una gran desgracia:
he visto que desterraban a mi pueblo, a mis hijos e hijas,
por orden del Eterno.
Yo los había criado con júbilo
y los he dejado partir con llanto.
Que nadie vuelva a alegrarse conmigo,
porque soy viuda y estoy abandonada.
Por los pecados de mis hijos me encuentro sola,
pues se apartaron de la ley de Dios’.
Pero tengan ánimo, hijos míos, e invoquen al Señor,
porque el que les envió estas desgracias se acordará de ustedes.
Así como un día se empeñaron en alejarse de Dios,
así vuélvanse ahora a él y búsquenlo con mucho mayor empeño,
pues el que les mandó todas estas desgracias
les dará también con su salvación la eterna alegría’.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Salmo 68, 33-35. 36-37
R. (34a) El Señor jamás desoye al pobre.
Se alegarán al ver al Señor los que sufren;
quienes buscan a Dios tendrán más ánimo,
porque el Señor jamás desoye al pobre
ni olvida al que se encuentra encadenado.
R. El Señor jamás desoye al pobre.
Ciertamente el Señor salvará a Sión,
reconstruirá a Judá;
la heredarán los hijos de sus siervos,
quienes aman a Dios la habitarán.
R. El Señor jamás desoye al pobre.

Aclamación antes del Evangelio
Sal 102, 21
R. Aleluya, aleluya.
Que bendigan al Señor todos sus ejércitos,
servidores fieles que cumplen su voluntad.
R. Aleluya.

Evangelio
Mt 18, 1-5. 10
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ’¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?’

Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: ’Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.

Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo’’

Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

"El que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno de vuestra salvación"
Si el fragmento que se proclamaba ayer era una exhortación a confesar el pecado, hoy la liturgia pide al pueblo que no se quede ahí, sino que aproveche esta situación como oportunidad para volver al Señor.

El profeta, con un lenguaje típicamente veterotestamentario que nos puede confundir, anima al pueblo con una consigna: «El que os mandó las desgracias os mandará el gozo eterno de vuestra salvación». A nosotros esto nos puede sonar a una lógica de castigo y recompensa. Quizá nos da una imagen de Dios autoritario y vengativo. Sin embargo, en la mente del pueblo de Israel, el Señor que mandó la desgracia es el mismo que concede el gozo en la medida en que dicha desgracia es el resultado de haberse alejado de él. El apartarse del Señor, el pecado, la infidelidad, es una desgracia en sí misma, porque es un alejarse de aquello para lo que fuimos creados: En él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 28), y volver a él, caminar en fidelidad, es lo que nos hace vivir en gozo, es la recompensa en sí misma.

Si en el pecado experimentamos la desolación y la desgracia no es por un castigo cruel de Dios que es misericordia, sino porque estamos siendo infieles a nuestra vocación, aquello para lo que fuimos creados y, por tanto, lo que nos hace verdaderamente felices: la unión con Él. Aprovechemos la caída y el dolor experimentado en ellos una ocasión a volver al Señor «con redoblado empeño». Habiendo constatado lo infelices que nos ha hecho la infidelidad, la tristeza en que nos sume el apartarnos de Él, confesemos nuestro pecado y hagamos de esta circunstancia un momento de gracia porque, es verdad, que Dios escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. ¡Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón! (Sal 68).

"Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos"
En la memoria de los santos ángeles custodios el Evangelio nos propone la actitud de los niños para acoger este misterio. Esta celebración nos remite a la certeza del amor de Dios que nos guarda y nos protege en nuestro día a día, a través de estos espíritus custodios y otras tantas mediaciones que muchas veces nuestros ojos no llegan a captar.

Los discípulos preguntan: ¿Quién es el mayor? Y Jesús les presenta a un niño. Como en otras ocasiones, parece que el Maestro se va por la tangente. Pero en realidad les da una respuesta clara: lo pequeño, lo sencillo, lo inocente, aquello que pasa más desapercibido y es muchas veces lo más despreciado, eso es lo que esconde frecuentemente lo más importante. Solo la sencillez y pobreza de corazón pueden acoger la grandeza y riqueza del misterio inabarcable.

«Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». La conversión es un hacerse como niños. Es reconocer que somos incapaces, que dependemos de Dios para todo. Es la actitud de quien se sabe importante a los ojos de su Padre y lo espera y recibe todo de él. Es un dejar de creer que la Salvación está en nuestras fuerzas o en nuestros méritos. El niño es el que sabe acoger, sabe recibir, sin prejuicios ni desconfianzas. El adulto es el que todo lo sopesa y calcula en sus posibilidades, el que se lo gana a pulso y se siente merecedor.

Sólo con un corazón de niño se puede acoger la Buena Noticia que Jesús nos trae. Sólo con un corazón inocente y confiado se puede creer que el Padre nos ama incondicionalmente y pone a nuestro alcance los medios, las personas y también los ángeles que necesitamos para no perdernos en el camino. El niño no calcula si es razonable o proporcionado aquello que le promete su Padre, tan sólo cree y confía. Cree que es amado por Él y confía que, sólo por eso, no hay nada que temer.

¿Cómo es mi actitud de acogida de la gracia, del Amor de Dios y de sus dones? ¿Los recibo y disfruto con la exigencia del adulto o los acojo y agradezco con el corazón de un niño? ¿En los momentos de temor, ante las dificultades, me creo que Dios Padre me protege y me cuida, incluso por medio de sus ángeles, o, por el contrario, me siento abandonado por Él?

Sor Teresa de Jesús Cadarso O.P.
Monasterio Santo Domingo (Caleruega)

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