’ No he venido a abolir, sino a dar plenitud ’



Tú, el Dios verdadero: eres quién cambiará el corazón

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’ No he venido a abolir, sino a dar plenitud ’
Religión
Junio 09, 2020 20:34 hrs.
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La Palabra de Dios


Miércoles 10 de junio 2020

Primera lectura
1 Reyes 18, 20-39
En aquellos días, el rey Ajab envió mensajeros a todo Israel y reunió a los profetas de Baal en el monte Carmelo. Elías se acercó al pueblo y le dijo: ’¿Hasta cuándo van a andar indecisos? Si el Señor es el verdadero Dios, síganlo; y si lo es Baal, sigan a Baal’.

Pero el pueblo no supo qué responderle. Entonces Elías les dijo: ’Yo soy el único sobreviviente de los profetas del Señor; en cambio, los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos den dos novillos; que ellos escojan uno, que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña sin prenderle fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña sin prenderle fuego. Ustedes invocarán a su dios y yo invocaré al Señor; y el Dios que responda enviando fuego, ése es el verdadero Dios’.

Todo el pueblo respondió: ’Está bien’. Elías dijo entonces a los profetas de Baal: ’Escojan un novillo y comiencen ustedes primero, pues son más numerosos. Invoquen a su dios, pero sin prender fuego’.

Ellos tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon e invocaron a Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ’Baal, respóndenos’. Pero no se oyó ninguna respuesta, y ellos seguían danzando y brincando junto al altar que habían hecho. Llegado el medio día, Elías comenzó a reírse de ellos, diciéndoles: ’Griten más fuerte, porque a lo mejor Baal, su dios, está muy entretenido conversando o tiene algún negocio o está de viaje. A lo mejor está dormido y así lo despiertan’.

Ellos gritaron más fuerte y empezaron a sangrarse, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta que la sangre les chorreaba por todo el cuerpo. Cuando pasó el mediodía, se pusieron en trance hasta la hora de la ofrenda, pero no se escuchó respuesta alguna ni hubo nadie que atendiera sus ruegos.

Entonces Elías le dijo al pueblo: ’Acérquense a mí’. Y todo el pueblo se le acercó. Preparó el altar del Señor, que había sido demolido. Tomó doce piedras, según el número de las tribus de los hijos de Jacob (a quien el Señor había dicho: Tú te llamarás Israel). Con las piedras levantó un altar en honor del Señor e hizo alrededor del altar una zanja, del ancho de un surco. Acomodó la leña, descuartizó el novillo y lo puso sobre la leña.

Después dijo: ’Llenen cuatro cántaros de agua y derrámenla sobre el holocausto y sobre la leña’. Y lo hicieron así. Volvió a decirles: ’Háganlo otra vez’. Y lo repitieron. De nuevo les dijo: ’Háganlo por tercera vez’. Y así lo hicieron. El agua corrió alrededor del altar y llenó la zanja por completo.

A la hora de la ofrenda se acercó el profeta Elías y dijo: ’Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que todo este pueblo sepa que tú, Señor, eres el Dios verdadero, que puede cambiar los corazones’.

Entonces bajó el fuego del Señor y consumió la víctima destinada al holocausto y la leña, y secó el agua de la zanja. Al ver esto, todo el pueblo tuvo miedo, y postrándose
en tierra, dijo: ’El Señor es el Dios verdadero. El Señor es el Dios verdadero’.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Salmo 15, 1-2a. 4. 5 y8. 11
R. (1) Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio.
Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio.
Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor. R.
R. Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio.
Los ídolos abundan
y tras ellos se van todos corriendo;
más yo no he de ofrecerles sacrificios,
jamás invocaré sus nombres. R.
R. Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio.
El Señor es la parte que me tocado en herencia:
mi vida está en sus manos.
Tengo siempre presente al Señor
y con él a mi lado jamás tropezaré. R.
R. Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio.
Enséñame el camino de la vida,
sáciame de gozo en tu presencia
y de alegría perpetua junto a ti. R.
R. Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio.


Aclamación antes del Evangelio
Salmo 24, 4. 5
R. Aleluya, aleluya.
Descúbrenos, Señor, tus caminos
y guíanos con la verdad de tu doctrina.
R. Aleluya.


Evangelio
Mt 5, 17-19
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ’No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.

Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos’’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

Tú, el Dios verdadero: eres quién cambiará el corazón
El primer libro de los Reyes nos sitúa a Elías en claro conflicto con los seguidores del ídolo Baal. Como hombres, empiezan a comparar las fuerzas de sus ídolos con el poder de sus dioses.

Tras el fracaso de los seguidores de Baal, le tocó el turno a Elías, quien oró así: ’Que sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que tú eres quien les cambiará el corazón’.

En muchas ocasiones comparamos a Dios con el dinero, la fama, la búsqueda de la felicidad, y nos inclinamos a optar más por el culto a los ídolos que al Dios que es capaz de cambiarnos el corazón.

Comparar significa, según el diccionario, fijar la atención en dos o más objetos para descubrir sus relaciones o estimar sus diferencias o semejanzas. No existe ninguna relación entre Baal y Yahvé, tampoco existen semejanzas. Y la diferencia que existe en el texto de hoy, es que Yahvé fue el único Dios que actuó por medio de la oración de Elías. Tampoco Dios tiene que ver con el dinero, la fama.

Lo malo es cuando llevamos el comparar a los extremos. Tiene su versión perniciosa. Cuando creemos que debemos compararnos unos a otros, por lo que hacemos, por el éxito o fracaso que tengamos en la vida, por lo que somos. Nadie cambia por comparación. La comparación me sitúa en la competición, y me hace ver al otro como enemigo a abatir. ¿Quién entonces me cambiará el corazón? ¿Aquel con el que me comparo?

Hay personas que por malicia o por ignorancia, comparan a las personas, situándolos en una dinámica de competición. Hemos de ver que tal comparación no puede tener fuerza en el ser personal. Su parecer no determina la voluntad de aquellos a los que se compara. Es posible salirse de la dinámica perniciosa de la comparación. Es posible actuar por el mero hecho de sentir satisfacción por lo que uno hace.

La necesidad de cambiar el corazón surge, en el interior de todo ser humano, cuando éste constata que su vida ha tocado fondo. El cambio del corazón es lo que pone límite a la comparación, y toma protagonismo el ser personal. La comparación me saca de mi interioridad y me hace proyectar mi malestar sobre los demás. Es el ser personal el que cobra protagonismo y centra su mirada en Dios. Dios es lo más íntimo de la persona. En él logramos cambiar el odio en amor, la guerra en paz, la discordia en amistad.

En muchas ocasiones detectamos cambios en las personas que nos rodean, y esos cambios no los aceptamos, mantenemos una resistencia ante ellos. No queremos que nuestros hijos crezcan, que nuestros familiares cambien. Pero el proceso de cambio se hace necesario para la madurez. Crecer requiere de cambios interiores, y éstos se manifiestan en actitudes contrarias a los convencionalismos. Hemos de pensar que es Dios quien nos propone y sitúa en el camino de la madurez, del crecimiento, de la transformación personal.

He venido a dar plenitud
En no pocas ocasiones, relacionamos lo que dice la Ley de Moisés y las palabras o actuaciones de Jesús, como objetos contrarios de comparación. Jesús nos indica, en el evangelio de Mateo, que estamos en un error. La Ley y las palabras de Jesús son elementos que se integran en una dinámica de maduración y cumplimiento. Las palabras de Jesús dan sentido de madurez a quien siga la Ley y los profetas.

Por eso, Jesús nos dice que su acción salvadora no es abolir la Ley, sino darle sentido de plenitud. En Jesús se da el cumplimiento de esta Ley, y en su vida se cumple los que los profetas anunciaron de Él. Jesucristo es la palabra definitiva de Dios.

No podemos olvidar los criterios de vida que tienen procedencia divina. Ellos son la garantía de nuestra justicia, del valor que le damos a la vida, al amor, y a los derechos de los hombres.

Dar plenitud es abogar íntegramente por las cosas de Dios. Lleva implícito el sentido de totalidad. Jesús no quiere abolir la ley, lo que quiere es que no se esclavice con ella. No quiere que se pierda el sentido de bondad que radica en ella. Ni quiere que desaparezca de ella la pregnancia divina que contiene desde su origen. Jesús toma en serio las enseñanzas de este cuerpo normativo, porque su procedencia viene de Dios, y tienen un sentido de eternidad.

Los mandamientos valoran la vida, y la vida contiene ese sentido de eternidad al que Dios nos llama. Por eso no está sujeta a modas y a cambios epidérmicos que maquillen su realidad con ideologías que transijan una muerte a la carta. Tampoco Jesús transige con las relaciones injustas que sugieran la discriminación de un enfermo, una viuda, o un pobre. La palabra de Jesús conduce al acompañamiento del desvalido, en cualquier situación en la que se encuentre de desamparo.

De esta Ley resaltó fundamentalmente dos preceptos: El amor a Dios, y el amor al prójimo. Ambos son el fundamento principal de cualquier mandamiento. Es lo que contiene la vida de Dios y la vida de los hombres. Es irrenunciable para Jesús, a la hora de enseñar tales preceptos. Ambos preceptos son el equilibrio de su mensaje mesiánico, para ponerse en la piel del que necesita una palabra de aliento.

Fray Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

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