’ Yo soy la Resurrección y la Vida ’


Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

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’ Yo soy la Resurrección y la Vida ’
Religión
Noviembre 02, 2021 00:20 hrs.
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Primera Lectura

La Palabra de Dios

Sab 3, 1-9
Las almas de los justos están en las manos de Dios
y no los alcanzará ningún tormento.
Los insensatos pensaban que los justos habían muerto,
que su salida de este mundo era una desgracia
y su salida de entre nosotros, una completa destrucción.
Pero los justos están en paz.

La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo,
pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad.
Después de breves sufrimientos
recibirán una abundante recompensa,
pues Dios los puso a prueba
y los halló dignos de sí.
Los probó como oro en el crisol
y los aceptó como un holocausto agradable.

En el día del juicio brillarán los justos
como chispas que se propagan en un cañaveral.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos,
y el Señor reinará eternamente sobre ellos.

Los que confían en el Señor comprenderán la verdad
y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado,
porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Salmo 22, 1-3. 4. 5. 6
R. (1) El Señor es mi pastor, nada me faltará.
El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas.
Por ser un Dios fiel a sus promesas,
Me guía por el sendero recto
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tú mismo preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor
por años sin término.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

Segunda Lectura
Rom 5, 5-11
Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado.

En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado. Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo, aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena. Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.

Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por él del castigo final. Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo, con mucho más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

O bien:

Rom 6, 3-9

Hermanos: Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a él en su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.

Porque, si hemos estado íntimamente unidos a él por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos en su resurrección. Sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado quedara destruido, a fin de que ya no sirvamos al pecado, pues el que ha muerto queda libre del pecado.

Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca. La muerte ya no tiene dominio sobre él.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor


Aclamación antes del Evangelio
Mt 25, 34
R. Aleluya, aleluya.
Vengan, benditos de mi Padre, dice el Señor;
tomen posesión del Reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo.
R. Aleluya.

Evangelio
Jn 6, 37-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: ’Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

Creemos en la vida del mundo futuro
..."Y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor". El Apocalipsis es el libro de nuestra esperanza. Al apóstol San Juan le fue revelado el futuro de los hombres y ese futuro es la Vida Eterna en la presencia de Dios. A veces su lectura nos puede parecer complicada, incluso nos causa temor pero a poco que leamos con el corazón veremos que es una muestra de la Misericordia del Padre: ese "mundo futuro" que recitamos en el Credo es un mundo en el que la pena no existe, el llanto ha sido desterrado y la muerte vencida por la Cruz de Cristo.

Vivimos unos momentos muy duros, la pandemia hace que la muerte esté muy presente en nuestros días, la pérdida de familiares y amigos oprime nuestra alma y se hace difícil comprender qué está pasando. Por eso es necesario confiar plenamente en Dios, recordar que es Padre y como tal nos tiene reservado un futuro lleno de gracia y amor tal y como nos dice la Lectura de hoy: ..."Yo seré Dios para él, y él será hijo para mi" ¿Hay mayor consuelo para nuestro dolor actual? Los que nos han precedido en el tránsito a la vida eterna ya lo saben, por eso debemos recordarlos con cariño en el convencimiento de que nos aguardan para el reencuentro definitivo en la morada del Padre.

Recordemos hoy a tantas víctimas de la enfermedad que han fallecido, pidamos a Dios por ellos para que tengan vida eterna en comunión con toda la Iglesia. Confiemos en el Señor para el que nada es imposible.

Ciudadanos del Cielo
San Pablo nos dice en cuatro líneas cómo es el futuro que nos aguarda: cuerpos gloriosos a semejanza de Cristo Resucitado, llamados a la Vida Eterna, ciudadanos del Cielo.

Los cristianos debemos vivir con la esperanza por bandera, sabiendo que por muy mal que lo podamos pasar, por muy negras que sean las circunstancias que nos estén tocando vivir, nos espera una vida de gloria, de gozo en el Señor porque Cristo venció a la muerte para que nosotros tengamos vida eterna. Moriremos al mundo y naceremos al cielo, esa es la maravillosa paradoja. Por eso, a pesar del dolor y la tristeza que nos produce la pérdida de un ser querido debemos tener los ojos puestos en la esperanza, en la promesa del mismo Jesús, de que hemos sido llamados a la Vida Eterna, a ser "ciudadanos del cielo".

Yo soy la Resurrección y la Vida
¿Puede haber texto más hermoso, mas lleno de esperanza, que el que hoy nos presenta la Liturgia? Conmemoramos a los Fieles Difuntos y el Evangelio nos habla de VIDA. No, no es una contradicción, es la realidad que Cristo vino a traer a la tierra.

Imaginar la escena por un momento: Jesús va a casa de su amigo Lázaro y se encuentra a una familia desconsolada que está recibiendo los pésames de sus vecinos y parientes. Marta, hermana del difunto, sale a recibir al Maestro con todo su dolor y convencida de que el fatal desenlace no hubiera ocurrido si el Amigo hubiera estado allí. Cristo la interpela y ella responde con una fe ciega en Él, en su Palabra que conocía bien. Lo que viene después ya lo conocéis: Lázaro saldrá del sepulcro...

Allí donde está Cristo está la vida. Donde Jesús mora viven la esperanza y la alegría. Con Él se acabaron las tinieblas y se abrió paso la luz. Si de verdad creyéramos en La Palabra, si la hiciéramos nuestra, la separación de un ser querido sería motivo de gozo puesto que ya vive en presencia de Dios. Hoy es el día para celebrar a los que fueron fieles a Dios, a los que compartieron su paso por este mundo con todos nosotros. Es humano llorar su pérdida pero debemos hacer el esfuerzo de superar la tristeza y ver con los ojos del alma que con Cristo seremos resucitados. No digamos como Marta "Señor si hubieras estado aquí..." porque a Cristo lo tenemos todos los días con nosotros en el sagrario, en la Escritura y si lo tenemos con nosotros ¿por qué temer a la muerte?

"Yo soy la resurrección y la vida?... ¿Crees esto?" "Sí, Señor: yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Pidamos juntos al Señor por la memoria de todos los fieles difuntos que ya gozan de la presencia del Padre para que intercedan por nosotros.
D. Luis Maldonado Fernández de Tejada, OP
Fraternidad Laical de Santo Domingo, de Almagro

Comentario al Evangelio

Queridos amigos y amigas:

Para muchas personas, el mes de noviembre, y no sólo el día de hoy, es un tiempo dedicado a la conmemoración de todos los fieles difuntos. En el hemisferio norte estamos en el corazón del otoño. La naturaleza vive su propia muerte. Todo (la luz solar, las hojas de los árboles) va muriendo lentamente. Podríamos decir que el otoño es una metáfora de ese morir lento que nos acompaña a todos. Desde que nacemos estamos ya listos para morir.

Cada año, cuando llega esta fecha, se abre otra vez el arcón de los recuerdos. De él sacamos los rostros y los nombres de todos aquellos seres humanos que han estado vinculados a nosotros. Algunas personas viven este momento con gran tristeza. Si pudieran, evitarían toda conmemoración. No pueden soportar el recuerdo o el dolor de la separación. Otras, por el contrario, superada la fase de desgarro, viven estos momentos con mucha serenidad, como un ejercicio de comunión espiritual con los que han desaparecido físicamente pero "viven en el Señor".

Más allá de nuestra manera personal de evocar a los seres queridos que ya han muerto, ¿cuál es el sentido cristiano de este día? ¿Qué luz nos viene de la Palabra de Dios? Creo que podríamos vivirlo como un día de acción de gracias y de petición.

Damos gracias a Dios por los hombres y mujeres que ha puesto en nuestro camino y que nos han ayudado a ser lo que somos. Cada persona muerta es un germen de vida. Con el paso del tiempo tomamos conciencia de lo que tal vez no comprendimos cuando se estaba produciendo: tantos detalles de amor, de cercanía. La gratitud es el fruto maduro de la gracia. Al mismo tiempo, le pedimos a Dios por nuestros hermanos y hermanas. ¿Qué podemos pedir? En este terreno, tan propicio a las elucubraciones o a las opiniones personales, yo siempre he preferido dejarme guiar por la liturgia. Me parece que la súplica más simple y profunda es pedirle a Dios que "así como (nuestros hermanos y hermanas) han compartido ya la muerte de Cristo, compartan también con él la gloria de la resurrección". Le pedimos que se haga realidad en ellos el sueño de Dios, que Él, por tanto, purifique, perdone, complete las existencias de nuestros seres queridos y de todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección.

Me conmueven las palabras de Jesús en el evangelio de Juan: "Voy a prepararos un lugar". No es que nosotros tengamos que asegurarnos nuestro "retiro celestial" a base de cotizar a un extraño sistema de "seguridad social celeste". Para cada ser humano Jesús ha preparado un lugar junto a Dios. La muerte no es, por tanto, el ocaso de la vida, sino la puerta de acceso al encuentro definitivo con Dios, a la vida plena.

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