¡Qué conste... los olvidados!

Ciudad inundada de excremento y aguas negras

Ciudad inundada de excremento y aguas negras
Política
Julio 21, 2017 17:07 hrs.
Política ›
Sócrates A. Campos Lemus › diarioalmomento.com

LOS OLVIDOS SON CABRONES, no se necesita tener alzheimer para andar en la pendeja, no, por supuesto que los olvidos son producto de las desgracias y los dolores, nadie quiere recordar lo que duele ni lo que hace sufrir, pero se nos olvida que la Ciudad de México era una inmensa laguna, se nos olvida que al crecer y desarrollarse aparecieron los ambiciosos y los leguleyos y los políticos y los banqueros y todos acapararon tierras que ni siquiera eran de ellos y las fueron lotificando hasta que llegaron la lago de Texcoco y lo desaguaron con el pretexto de que se inundaba la ciudad y era mejor no tener agua cercana que, además, propiciaba malestares y no dejaba a los ricos ricos crecer como ahora los vemos en todo el Estado de México, al igual que en Chalco, y en ese inter, muchos, lograron ’desarrollar’ gracias a los jodidos las primeras colonias en los causes de los lagos y lagunas y aquí nos ha tocado vivir, así, recordaba Homero sus días de cuando llegaba a una vecindad de República de Chile entre Perú y Belisario Domínguez a muy pocas cuadras del Zócalo y observaba la regla al lado de Catedral, donde se notificaba el nivel del ese punto y de cómo nos hundíamos, quedando abajo del mismo drenaje y así, se nos siguen ocultando que gran parte de la ciudad se puede inundar de mierda, además de la que ya está, porque estamos varios metros abajo del mismo drenaje y todo porque así, con los desarrollos inmobiliarios se amasaron inmensas fortunas que hacen la gran tragedia del país…ellos, vendían pedazos de tierra a crédito con solo la marca de cal y sin agua, ni drenaje, ni calles, ni luz, ni seguridad y cobraban mes a mes por la necesidad de miles de migrantes de pueblos más jodidos que a donde llegaban, con la esperanza de tener y contar con una vida mejor, cuando menos, podrían obtener empleo vendiendo cualquier cosa, ocupándose en las casas ricas o en las fábricas y no importaban los salarios, sino que llegaran cada semana, porque de dónde venían ni siquiera existían formas de tener dinero, el pinche y maldito dinero con el que no solamente nos robaron el alma sino que nos esclavizaron por siempre.
Y todos los días eran iguales o igual de rutinarios y cansones, se levantaba al alba y comenzaba a trajinar por entre los pequeños cuartos poniendo café y calentando algo de leche con algún pan y friendo huevos para hacer una torta y darla a los críos que sacaba de la cama para que fueran a la escuela llorosos, sin ganas, sin deseos de ir a algún lado donde todos estaban en la jodidez y se pretendía obtener otra cosa para ellos y eran la esperanza y el objetivo del viejo. De Ahí salía y pasaba a la iglesia de Santo Domingo a rezar y se le veían los ojillos tristes perdidos en el silencio y en la soledad, a él le gustaba el campo, lo verde, le encantaba dar clases a los niños y no subir al tren para ir traca traca traca hasta llegar a Xochimilco y sumirse entre los olores de la clínica de Salubridad y comentar con médicos que también no sabían para donde estar, recibiendo enfermos y dando medicamentos, cuando todos sabían que lo que se tenía que dar eran alimentos, seguridad, casa vestido y sustento y educación, y para ello, pasaban en una especie de sala algunas películas donde explicaban lo del mosquito que mata y de lo importante de la defecación en un lugar que contuviera el excremento y no lo dejara al aire libre para distribuir más bichos y amebas y lombrices y chingaderas que caían a los canales de las tierras de chinampas donde, sus aguas, se sacaban para regar las verduras y llevarlas al mercado pero ya contaminadas, y el círculo vicioso, se curaba y no se curaba porque no se podían cambiar las cosas, porque solamente se trataba algo de lo que acontecía pero no la raíz de los problemas surgidos por la pobreza, y desde entonces y antes y ahora siguen matando o medio matando a millones de gentes y salen, ahora, con que hay que comer sano, verduras, frutas y carne, huevos y leche y todo es a todo dar, el gran problema es que no hay con qué las enchiladas, no se pueden comprar, porque no alcanza, y ni salimos de enfermos ni salimos de jodidos, avanzamos, más que para atrás… Como extraña su pueblo y sus campos, sus fríos y sus aguas, sus calores y sus caminos polvorientos o llenos de lodo y para ello tenía sus botas altas de agujetas, como aquellas que usaban los ingenieros en los campos petroleros cercanos a su pueblo y recordaba que de pronto apareció un doctor de origen japonés, casi no hablaba con nadie y se encontraban de vez en vez por los caminos y él veía que recolectaba hierbas y rocas y piedras y aprendía el náhuatl y hablaba mucho con los indios, y de pronto, comenzó a comentar con él y platicaban de cosas serias: que si la guerra, que si Japón y Alemania, y que si los gringos invadirían al país encabronados por la expropiación petrolera ordenada por Cárdenas, y en ese tiempo dejó de dar clases y se fue a la Normal Rural del Mexe y ahí, aprendió lo que era la expropiación y la Reforma Agraria y de que los maestros deberían ser los instrumentos del cambio, no los jodidos de la represión como lo son hoy.
Salió para Zacatecas y llegó a Sombrerete en tiempos donde Zacatecas se encontraba controlada por los caciques y él comenzó a organizar para hacer viva la reforma de la Tierra y aprendieron no solamente a dar clases y a saber algunos oficios para dar en los pueblos, también, construyeron las casas del maestro y la parcela escolar y les llegaban semillas y agrónomos para enseñarles a cambiar y mejorar la tierra y mejorar las semillas criollas y a dar mejores resultados y así fueron, poco a poco, avanzando y dando un cambio a lo que tenía que cambiar, hasta que llegó el cacique de Pancho García, el papá de Amalia que hoy es ’revolucionaria’, y con sus guaruras, lo llevaron hasta la estación de tren allá por San Felipe Pescador y lo montaron y lo llevaron hasta la capital con la amenaza de que si volvía a dar clases a los indios que no necesitaban, decía el cacique, saber leer, le pondrían en la madre y lo colgaban, como colgaron a muchos por todo el país, y así, llegó a la capital nuevamente, y trabajaba en el Departamento Central, y ahí se controlaba el cemento, y el que contrabandeaba el mismo era nada menos que el mero jefe del departamento, y su pecado fue detener unos camiones del jefe, y todo se chingo… y ahí está, solo y abandonado, suspirando por sus días de campo y ya ni es de allá ni de acá, solo, suspirando y llorando… lágrimas de silencio que calan el alma y el recuerdo grato…todo, dentro de una ciudad inundada de excremento y aguas negras…

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