Copa Davis, Argentina campeón: una hazaña que merece un lugar entre las grandes proezas nacionales


Aunque gustos, recuerdos e identidades influyan a la hora de las preferencias, esta inédita conquista del tenis ranquea entre los mayores logros de nuestra rica historia deportiva.

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Copa Davis, Argentina campeón: una hazaña que merece un lugar entre las grandes proezas nacionales
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Noviembre 29, 2016 06:26 hrs.
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Ezequiel Nievas › Noticias Patria Moreira

Lo que sigue es un juego. Una aproximación en puntas de pie a una discusión interminable. Mientras los integrantes del equipo de Copa Davis siguen saltando en el vestuario, y en las tribunas del Arena Zagreb se abrazan como si fueran amigos de la vida personas que nunca se habían visto antes, surge la afirmación: el deporte argentino acaba de dar uno de los cuatro grandes golpes de toda su historia.

Armar un ranking imaginario de esos grandes impactos es un desafío grande en un país tan afecto al deporte y a las sentencias y de memoria tan selectiva. Pero vale la pena intentarlo. Se toman en cuenta en esta escala los logros de los representativos nacionales, lo que deja afuera, arbitrariamente, las grandes hazañas individuales, que no fueron pocas y que acaso hayan conmovido más que alguno de los éxitos grupales.

Los cinco títulos mundiales de Juan Manuel Fangio (los expertos sabrán si pesa más el primero, el de 1951 con Alfa Romeo, o el quinto, el que dio origen a la leyenda, el de 1957 con Maserati); los dos maratones olímpicos a cargo de Juan Carlos Zabala en Los Angeles 32 y Delfo Cabrera en Londres 48, la piña de Carlos Monzón a Nino Benvenuti en Roma el 7 de noviembre del 70, los impactos de Guillermo Vilas en París y Nueva York en 1977, el de Gabriela Sabatini en Flashing Meadows en 1990, el Britih Open de Roberto De Vicenzo en el 67 y los dos Majors del Pato Cabrera en 2007 y 2009, los oros olímpicos de Sebastián Crismanich en Londres y de Paula Pareto en Río, forman parte de la memoria colectiva, claro. Pero el carácter individual del logro los excluye por capricho de esta nómina.

Allá arriba, en el orden que la memoria, el gusto y la pertenencia generacional determinne, están los dos campeonatos mundiales de fútbol. El de 1978, ganado en casa de la mano de Kempes, Passarella, Bertoni, Fillol y el Flaco Menotti, y el de 1986, el de Diego y sus pies y su mano de Dios. El de Bilardo, Burruchaga, Valdano, Ruggeri. Si uno nos puso definitivamente en la gran galería del fútbol, el otro vino a despejar todas las dudas: fuimos los mejores, en casa y también afuera. El fútbol debe estar ahí arriba en un país tan fubolero. Siempre nos sentimos un poco los dueños de la pelota, pero necesitábamos esos dos títulos para confirmarlo.

Se sube al podio sin discusiones el oro olímpico conseguido por el básquetbol en Atenas 2004. Fue el punto más alto, aunque no el único, de una generación de jugadores irrepetible, que con esfuerzo, talento y sentido de equipo fue capaz de llevar a la cima a un deporte de enorme arraigo en el país. Si esa gesta hasta logró eclipsar a aquella otra, la de los bravos muchachos del 50, campeones mundiales en el Luna Park.

¿Y después? ¿Cómo encontrar un impacto que se compare con el que todavía conmueve aquí en Zagreb, donde miles de croatas que se sentían ganadores se muerden los labios asistiendo al festejo ajeno? Estos jugadores van a tardar un rato largo en entender lo que consiguieron. Seguramente Twitter, Instagram, Snapchat, Periscope, Facebook, Whatsapp y las señales de humo los ayudarán a sentir entre lágrimas la cercanía de familiares, amigos y fanáticos. Pero la dimensión real del logro la dará el paso del tiempo, cuando las aguas se aquieten.

El tenis argentino se debía un título así para sentarse por fin a la mesa de los grandes deportes en la Argentina. Vilas había logrado hacerle un lugar en los 70, cuando miles y miles de personas se calzaron una vincha sin temor al ridículo y empezaron a darle a la pelotita. De esa explosión son hijos quienes recorrieron el mundo buscando emularlo. Los títulos de Grand Slam de Gaby en Nueva York, de Gastón Gaudio en París (tan gritado por tantos, tan lamentado por otros, argentinos como somos), del propio Delpo en Flushing. Los éxitos que supieron hacerse costumbre en el circuito profesional (212 en individuales), los impactos de los juniors en los Orange Bowl, la plata olímpica de Gabriela y Juan Martín, los bronces de Frana-Miniussi en Barcelona, de Tarabini-Suárez en Atenas, de Delpo en Londres. Nalbandian en el Masters de Shangai, Suárez-Dulko y el uno en dobles.

Entre tanta emoción en un estadio ahora en penumbras, acaso la memoria deje algo en el camino. Las disculpas del caso. Todos acaban de ser reivindicados por estos chicos que fueron cuatro veces de punto y terminaron campeones.

Se agregan a la lista detrás de este título aquel tercer puesto de Los Pumas en la Rugby World Cup 2007, acaso el Mundial juvenil de Japón 79 -con Diego y Ramón- por ser el primero, la gesta de los Torino en Nürburgring, el nacimiento de los propios Pumas en junio del 65 allá en Sudáfrica. Y una catarata de impactos a cargo de clubes argentinos, sobre todo Libertadores e Intercontinentales, para muchos tanto o más conmovedores que los de celeste y blanco.

La nómina sigue. Cada uno agregará y quitará a su gusto. Aquí, en esta Zagreb que intenta dormir pese a tanto carnaval argentino en el centro, se incluye al título de la Copa Davis como un mojón ineludible. Arriba de casi todo.

(Fuente: Clarín)

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