’Catón’

Cosas de un ayer tan lejano como el de Porfirio Díaz, pero que parecen de hoy

Cosas de un ayer tan lejano como el de Porfirio Díaz, pero que parecen de hoy
Periodismo
Abril 20, 2020 18:25 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Don Porfirio fue fiel al lema del liberalismo: ’Dejad hacer, dejad pasar’, pero sólo en el campo de lo económico. En lo político él tomó las riendas y no permitió que nadie compartiera ni siquiera una mínima dosis de su poder. Los mexicanos, la verdad sea dicha, no resintieron esa falta de libertad sino hasta principios del siglo XX. Al llegar el general Díaz a la Presidencia de la República, en 1876, lo que la población deseaba era orden y paz. Don Porfirio dio ambas cosas al país. Eso fue lo que le permitió perpetuarse en el poder con la aquiescencia casi unánime del pueblo mexicano.

Se ha dicho que don Porfirio no era un político. Para eso se esgrime uno de los lemas del porfiriato: ’Poca política; mucha administración’. No comparto ese punto de vista. El general Díaz fue un político no sólo por la vocación de poder que tuvo, sino también por la forma hábil, pragmática, y muy efectiva, en que ejerció el poder.

Alguien hizo una vez esta distinción: ’Un político se ocupa de la próxima elección; un estadista se ocupa de la próxima generación’. Don Porfirio jamás necesitó preocuparse de la próxima elección. Ningún asomo de inquietud sintió cuando Madero se presentó como candidato frente a él. Su tarea fue ejercitar el poder de modo tal que beneficiara a la Nación. La verdad es que don Porfirio Díaz es el inventor de esa ’dictadura benévola’, la priista, bajo la cual vivimos durante muchas décadas los mexicanos. Claro, a veces las dictaduras benévolas se vuelven muy malévolas.

¿Que no era político don Porfirio? Lo era, sí, y consumado. Una prueba de su habilidad la tenemos en la política conciliatoria que inauguró en relación con el clero tan pronto se hizo cargo de la Presidencia por primera vez. Fue entonces cuando se inició ese ’modus vivendi’ que se rompió -creo yo que para mal tanto de México como de la Iglesia- cuando Salinas de Gortari cambió el esquema de relaciones (o de falta de ellas) entre la Iglesia y el Estado mexicano.

Don Porfirio no atacó al clero con la virulencia con que lo hicieron Juárez, Lerdo de Tejada o, con el tiempo, Calles. Tampoco, sin embargo, echó abajo la legislación anticlerical que los liberales puros plasmaron en la Constitución del 57. Asumió una actitud permisiva frente a la jerarquía católica, pero mantuvo como espada de Damocles, o Dámocles, aquellas leyes juaristas, para insinuar que las aplicaría con rigor si la Iglesia entraba en manejos políticos contra su gobierno.

Así surgió un arreglo tácito. La Iglesia respetaba las leyes pero no las cumplía, y por su parte las autoridades civiles se hacían de la vista gorda ante los desacatos de los eclesiásticos. En un villorrio del sur del país los miembros del Cabildo negaron al cura el permiso que solicitaba para hacer una procesión pública, y enseguida dieron una cooperación -que sacaron ahí mismo de sus bolsillos- para que el padrecito pagara la multa que debería cubrir por hacer la procesión, la cual se llevó a cabo aunque la ley la prohibiera.

Floreció la Iglesia bajo el gobierno de Díaz. Regresaron los jesuitas expulsados; se reabrieron los conventos que Lerdo y Juárez habían clausurado; surgieron nuevas diócesis con sus respectivos obispos, y todos ellos iban a saludar a don Porfirio antes de ceñir la mitra episcopal. La historia oficial usa siempre la obligada palabra ’dictador’, para referirse a don Porfirio. Lo cierto es que gobernó con todas las bendiciones del Cielo y de la tierra.

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