Explica Ramos Medina

Costó mucho alejar a los nativos de la idolatría por el diablo

Costó mucho alejar a los nativos de la idolatría por el diablo
Cultura
Marzo 07, 2017 21:08 hrs.
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Norma L. Vázquez Alanís › diarioalmomento.com

(Segunda y última parte)
El doctor Edmundo O’Gorman fue un parteaguas en los estudios de historia en México, sobre todo en el siglo XX, porque a diferencia de muchos historiadores de esta época y la anterior, que todavía los hay, estaban marcados por el positivismo, es decir, el dato por el dato y se decía que: ’el historiador tiene que dar los datos’.
Así lo expuso el doctor Manuel Ramos Medina, director del Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM), en la conferencia ’O´Gorman y el diablo en la Conquista’, del ciclo ‘La reconciliación con nuestra historia’ organizado por esa institución.
Mientras que, O’Gorman, sostenía que ’se estudia historia y se sacan los datos para interpretar la historia’ y que ’la historia es producto de la imaginación’, pues había que vincular el pasado con el presente. Cuando trabajó en 1940 en el Archivo General de la Nación (AGN) dedicado a difundir la documentación del mismo, descubrió que su vocación era dedicarse a los temas del siglo XVI, y así pudo elaborar sus grandes obras, como ‘La invención de América’.
El rastreo de O´Gorman para su ensayo sobre el diablo en la Conquista empezó con José de Acosta, que en una parte de su obra apunta: ’es la soberanía del demonio tan grande y tan porfiada, que siempre apetece y procura ser temido por Dios’. De ahí les siguió la pista a los cronistas, cuyos escritos estaban publicados y que se encontraban en el propio AGN, además de que consultó bandos, por ejemplo, un edicto del arzobispo de México Alonso Núñez Darío y Peralta, de 1792, en el cual se aseguraba que las campanas tenían otro sentido para los indios y que era el de invocar al demonio sin que se dieran cuenta los españoles.
Creo -anotó Ramos Medina- que al doctor O´Gorman le parecieron fascinantes los cambios que se dieron en las idolatrías de estos pueblos, la extirpación de la idolatría costó muchísimo, pero qué tanto verdaderamente se logró; fue toda una campaña y casi toda una proeza la evangelización que permea el siglo XVI.
Los frailes, sobre todo los que llevaban a cabo la evangelización, destruyeron los ídolos, que eran deidades para el mundo prehispánico, porque estaban en manos del demonio y por eso había que acabarlos, pero algunos de ellos se preguntaban si en realidad habían convencido a la población nativa de no adorar al demonio, pues sus creencias milenarias no las podían olvidar por completo de la noche a la mañana.
O´Gorman lo que hizo fue revisar a todos los cronistas, cuyos textos resultan indispensables para entender la mentalidad de la época a través de la figura del demonio, y ese es el valor de su investigación, pues ’peinó’ las fuentes en donde viene la narración sobre el diablo, y cuando se publique el libro ya se deleitarán o se espantarán y quizá los lleve a leer las crónicas completas para darle sentido a un tema tan particular, tan desencadenante de temor, pero también tan atractivo, ’que cuando menos piensen por ahí se les va a aparecer’, concluyó el doctor Ramos Medina, quien dio lectura a la introducción completa de O´Gorman a su investigación sobre el demonio, un texto inédito que se transcribe a continuación:
Introducción a la investigación sobre el diablo en la conquista

’La zona más profunda de la historiografía de Indias está aún por explorar, basta aproximarse con simpatía y con amor a los hechos americanos para vislumbrar detrás de la estructura superficial y espesa de las fechas, de los nombres y de las instituciones, la existencia de un amplísimo campo inédito, como un nuevo mar océano que se extiende ante nuestra vista hasta perderse en un horizonte oscuro.
’Explorar este campo es para el historiador de Indias la gran tarea que gracias a la magia de la metáfora se convierte en una aventura y en efecto en eso consiste historiar, es penetrar a fondo en las regiones de un mundo que hace señas a través de los textos y de los monumentos; la inquietud que agita el espíritu del Dante cuando perdido en el bosque está a punto de iniciar su terrible viaje, pinta con ejemplaridad el estado de ánimo en que debería estar todo aquel que se proponga en la persecución de un tema cualquiera, descender hasta las entrañas más íntimas del pasado, al fin y al cabo, en un sentido valido, el pasado es literalmente un infierno, porque constituye la vasta región donde viven los muertos, pero en nuestros días la herencia del positivismo, la ingenuidad mecánica y el afán de un cientificismo higiénico, han banalizado a tal punto la actividad del historiador que ha olvidado lo único verdaderamente inolvidable, la dimensión esencial de lo histórico, su razón misma de ser, su suma, la muerte.
’Debe pues intentarse renovar la angustia y la alegría de toda exploración del pasado que debiera despertar en el espíritu, pero para que esto sea posible es necesario no quedarse en las estructuras y en los andamios metodológicos, sacudiendo como un sueño perverso la alucinación de la verdad de los hechos tal como realmente fueron, y hay que verlos tal como realmente son, esto les comunicará un movimiento, un calor, una potencia expresiva, en definitiva, una vitalidad real que es lo único capaz de emocionarnos, la historia escrita es la expresión de la relación que establece el vivo con el muerto, pero esa relación caerá en el vacío si por un truco meramente mecánico o por un prejuicio invalido se expulsa el axioma esencial de la historiografía, a saber, que el vivo es un correlato del muerto.
’En este ensayo se intenta, mediante el examen y elaboración de un tema del más alto interés humano, el diablo, abrir una ruta de esa investigación de la historiografía indiana más radical y profunda de la que tradicionalmente y hasta ahora ha sido usual explorar, si se logra tal propósito aunque sea en medida muy moderada y si hay un solo lector en quien estas líneas despierte la emoción que normalmente debería proceder y acompañar todo viaje hacia un mundo extraño y lejano me consideraré ampliamente recompensado.
’Ciudad de México, otoño de 1940.’

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