Todos llevamos la música por dentro, pero los músicos la saben sacar

De músicos y otros fenómenos

De músicos y otros fenómenos
Periodismo
Enero 14, 2020 18:54 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Ayer me puse a leer un libro con biografías de músicos. Todos llevamos la música por dentro, pero los músicos la saben sacar. Sus vidas son por eso muy interesantes.

Luigi Cherubini, autor de la ópera ’Medea’, era uno de los músicos más admirados por Beethoven. Sin embargo sus modales dejaban mucho qué desear. Cierto día de invierno, el año de 1788, iba por una calle de París. Llovía copiosamente, y Cherubini se cubría con su paraguas. En eso pasó un admirador suyo, bien protegido de la lluvia en su elegante carruaje individual. Se detuvo aquel hombre y dijo a Cherubini: ’Maestro: le ruego que tome mi carruaje para que en él vaya a su casa. Yo seguiré mi camino a pie’. Cherubini aceptó el ofrecimiento y subió al coche. El admirador, sin nada con qué cubrirse de la lluvia, le preguntó tímidamente: ’Maestro: ¿podría usted prestarme su paraguas?’. ’Lo siento -respondió cortante Cherubini al tiempo que se alejaba en el carruaje-. Jamás le presto a nadie mi paraguas’.

Jorge Federico Haendel, a quien debemos obras de sublime inspiración como ’El Mesías’, no se andaba por las ramas cuando se trataba de imponer disciplina en los ensayos de su música. En una ocasión la soprano Cuzzone, a quien sus compañeros llamaban ’La diabla’ por su carácter áspero, se negó una y otra vez a cantar una aria como se lo indicaba Haendel. Le dijo el compositor: ’Señora: me dicen que es usted una diabla. Pero sépase que yo soy Belcebú, el mayor de todos los demonios’. Y así diciendo tomó a la mujer por la nuca y por la parte más ancha y trasera del vestido, y la llevó casi en vilo hasta una ventana que se abría sobre el tercer piso. La inclinó sobre el vacío le preguntó: ’¿Cantará usted como le digo, o prefiere que la arroje a la calle?’. ’Cantaré’ -respondió la soprano, aterrorizada. Haendel la soltó y luego se volvió, triunfal, hacia los presentes. ’¿Lo ven? -dijo en su pésimo inglés-. No es tan diabla’.

En una carta fechada el 14 de julio de 1836 Mendelssohn se refirió a un músico, al que describió con las siguientes palabras: ’... Es alto y robusto, como la vida. No conozco a nadie tan simpático y divertido como él. En cada uno de sus rasgos, en cada una de sus frases, se advierten la inteligencia y el ingenio. Si alguien al escuchar su música no se convence de que es un genio, al oírlo conversar se dará cuenta de que sin duda lo es. Una sola falla, pequeña, le conozco: si cae en sus manos la lista de vinos de un buen restaurante, alguien tendrá después que ayudarlo a llegar a su casa...’. ¿A quién se refería Mendelssohn al hablar así? A Rossini.

Gaetano Donizetti, uno de los más grandes compositores de óperas en la historia de la música, perdió la razón al final de su vida. Fue internado en un asilo para locos, y ahí dio en una extraña manía: obligaba a sus guardianes a vestirlo con traje de gran gala, y luego él se ponía todas las condecoraciones que había recibido a lo largo de su vida. Así, vestido lujosamente y cubierto de medallas, cintas y bandas, se sentaba en un sillón y ahí permanecía en silencio durante todo el día, abstraído, sin decir una sola palabra, sin hacer movimiento alguno. Cuando caía la noche volvía calladamente a su habitación. Aquel gran genio de la música que dio al mundo tantas y tan bellas melodías pasó el último tiempo de su vida en un silencio absoluto.

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