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Desalojo patriótico

Desalojo patriótico
Política
Septiembre 17, 2013 15:35 hrs.
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Ángel Soriano › diarioalmomento.com

Durante el desalojo de la disidencia magisterial de la Plaza de la Constitución, prevaleció la razón histórica de la celebración de otro aniversario más de nuestra Independencia Nacional, aunque algunas autoridades lo redujeron a “la fiesta familiar”, cuando en realidad se trata de uno de los acontecimientos de la mayor importancia en la vida nacional y no es mera celebración de barriada.
Coincide estos festejos con celebraciones similares en países de América Latina, igualmente colonizados y “modernizados” para apocar sus auténticas raíces indígenas y ser sometidos por otras culturas, lo cual constituyó una seria agresión a su idiosincracia pero que, sin embargo, se observa como parte de la transformación de la humanidad y la la capacidad de transformación de las sociedades.
No es pues un festejo tradicional y festivo, sino debe ser de reflexión y de compromiso por refrendar el auténtico nacionalismo de los pueblos y del derecho que éstos tienen a conservar su cultura y sus tradiciones, sin ser sometidos a los dictados del más poderoso o del imperio en turno que se abroga los derechos de colonizar a los pueblos más débiles, hechos que aún persisten.
Por ello es trascendental la disputa por el principal ícono del nacionalismo mexicano, la Plaza de la Constitución, símbolo de nuestra Nación, la cual efectivamente pertenece a todos los mexicanos, pero más allá, es considerada –junto con el Centro Histórico de la ciudad de México- como patrimonio de la Humanidad, pues sus constructores con su extraordinaria visión legaron una inigualable obra arquitectónica, de ingeniería y de belleza, insuperables a lo largo de los siglos.
Por ello el zócalo, como la plaza principal de cualquier ciudad, es punto de reunión y de celebración, de encuentro y de desencuentros, como se ha visto, pero que en la disputa por la posesión transitoria da un mensaje de desacuerdo o de acuerdo, pero siempre con el mismo propósito de encontrar coincidencias en torno a los problemas que unen y desunen a las comunidades.
Sería deseable que la máxima plaza de nuestro país se conservara incólume y respetada por todos, admirada por propios y extraños como es su destino, no víctima del vandalismo y del pillaje, sino símbolo de la esencia de la Patria a la que todos debemos respetar, pero lamentablemente no se ha llegado a ese punto y la violencia y la cerrazón atenta contra los valores en los que las nuevas generaciones nada han aportado, ni siquiera, la intención de conservarlas.
El compromiso debe ser de todos los mexicanos, sin que aparezcan los más fuertes como los poseedores del prototipo de la cultura nacional; ni los más agresivos opositores al régimen, ni las dialogantes autoridades; sino que las mesas de discusión y solución a los problemas nacionales deberían ser precisamente las oficinas gubernamentales, y no la disputa de lo que nuestros antepasados construyeron.
Si se disputan los espacios históricos, es porque no se ha construido nada importante. Ni siquiera la Estela de Luz cumplió un sexenio para ser admirada, porque la misma corrupción la echó abajo. Hoy, los mexicanos deberíamos estar más preocupados por construir un destino promisorio, y dejar de disputar las banderas históricas que han sido enarboladas ya durante muchos siglos; no tenemos capacidad para construir algo nuevo, simbólico y contundente.
Las luchas del presente, lamentablemente, seguirán teniendo como epicentro el Zócalo de la ciudad de México, a menos que se arreglen los grandes problemas nacionales y podamos disfrutar realmente el grandioso pasado de nuestra Patria.
www.revista-brecha.com
vidanacional@yahoo.com.mx

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