El caso de Tamaulipas muestra palmariamente ese desapego para hacer valer un orden elemental.
Fernando Irala Burgos
La muerte de un niño en Tamaulipas, a causa del bullying al que fue sometido por sus compañeros de escuela, desató las alarmas sociales y concitó la atención de las más altas autoridades.
Y es que aunque el bullying siempre ha existido, en los últimos años el fenómeno se ha vuelto más violento y generalizado, involucra a mujeres y se percibe como un problema fuera de control.
Varios son los factores que ahora inciden en su creciente gravedad. Por un lado la vigilancia materna sobre los niños se reduce día con día. La incorporación de las mujeres al mercado laboral las separa del cuidado de los infantes, y deja a los pequeños a la deriva en su día a día. Los maestros, por su parte, han pasado de los anchos límites de hace décadas, en que la disciplina y el respeto se imponían incluso con el maltrato de los escolares, a refugiarse sólo en su rutina de clases sin intervenir en el comportamiento de quienes, en principio, están bajo su responsabilidad. El caso de Tamaulipas muestra palmariamente ese desapego para hacer valer un orden elemental. Además, en zonas de alta violencia, los profesores optan por no meterse en problemas, pues en particular los niños problema pueden tener padres peligrosos.
De manera que sumadas todas las circunstancias, lo sorprendente no es que haya muertos y heridos, sino que sean tan pocos.
El fenómeno es resultante de los cambios dramáticos y veloces que sufre la sociedad moderna, y es un síntoma de la gravedad de la situación que atravesamos.
El Presidente y el resto de las autoridades involucradas han anunciado diversas medidas para contrarrestar la oleada de violencia en el entorno escolar.
Pero tienen razón quienes señalan que no se trata, esta vez, sólo de una responsabilidad gubernamental. Tampoco es cierto que toda la carga deba estar sobre los maestros, aunque ellos son una parte importante en el escenario. Se trata de que los padres asuman íntegramente su papel en el desarrollo sano y equilibrado de sus hijos, y que las familias y la sociedad lo tomen como un tema que nos incumbe a todos.
Mientras ello no ocurra, el bullying, como otras formas preocupantes de descomposición social, continuarán en aumento.
