Nadie sabe porque los legisladores capitalinos tomaron a los cirqueros como sus puerquitos.

El circo: competencia desleal

El circo: competencia desleal
Periodismo
Junio 16, 2014 17:43 hrs.
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Fernando Irala Burgos › diarioalmomento.com

En la moda animalista que ha invadido en los años recientes a nuestra sociedad y de la que se han contagiado algunos partidos políticos, la Asamblea de Representantes del Distrito Federal aprobó una polémica ley que prohíbe a los circos la utilización de animales en sus espectáculos, e incluso la simple exhibición y hasta la toma de fotografías.
Nadie puede estar en contra de que se evite y sancione el maltrato a los animales, pero en vez de prevenir la falta, la Ley mencionada tiene como objetivo preciso el despojo de los circos, ese espectáculo antiquísimo que forma parte de la cultura de muchos pueblos, el romano de hace más de dos milenios, entre ellos.
Nadie sabe porque los legisladores capitalinos tomaron a los cirqueros como sus puerquitos, pues animales amaestrados no sólo hay entre sus carpas, se usan en el cine, en videos, y si se trata de evitarles penurias, el universo de acción es mucho más amplio y complejo.
Quien esto escribe es gozoso espectador de la fiesta brava, pero en ella los astados son heridos y finalmente muertos. Algo similar ocurre en los palenques con los gallos. Y piénsese simplemente en los zoológicos, donde las bestias han sido condenadas a cadena perpetua sin posibilidad de redención, y en muchos de ellos habitan de por vida estrechas e incómodas celdas donde además sufren la tensión cotidiana de estar expuestas a las miradas y pantomimas de los visitantes. ¿Por qué limitarse a los circos?
Es posible que la explicación resida en el subconsciente. Probablemente los legisladores identifiquen en las carpas circenses y en sus animales amaestrados una alegoría de la política y de quienes la ejercen. Y es pensable que se despierte desde un celo profesional hasta el temor de que el respetable encuentre en el parangón motivo de chanza o de reflexión. Es perfectamente lógico que los asambleístas no quieran en las carpas callejeras una competencia que juzgan desleal, y que los supera porque en ésta los espectadores se divierten a un menor costo, pues ni los animales circenses ni quienes los entrenan cobran dietas, ni hay que pagarles viáticos y boletos de avión nacionales e internacionales. Y cualquier chango resulta siempre más simpático que el más carismático de los representantes populares.
Por eso no quieren circo, pero hacen tanta maroma y teatro.

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