Enfermedades y muerte son el negocio más lucrativo del mundo, además, legales. Díganlo si no las cifras de ingreso y ganancia neta de los laboratorios químico farmacéuticos, las de los hospitales privados, de los panteones, e incluso de la poca o mucha extravagancia con las que se resuelva oficiar las exequias.
Lo anterior viene a cuento porque parece ser que Jack Andraka, de 16 años, inventó un sensor que detecta el cáncer en 5 minutos y en etapas tempranas, en respuesta a la pérdida de un ser querido por cáncer de páncreas. Investigó y descubrió el adminículo, cuyo costo es de tres centavos de dólar. Los laboratorios se negaron a apoyarlo porque atenta contra la millonaria industria del cáncer.
Desconozco si el tal Jack Andraka existe, pero la información anterior circula en la red, lo que de inmediato me hizo recordar Morir con dignidad, un alegato a favor de la responsabilidad, escrito a cuatro manos por Hans Küng y Walter Jens. También recordé esa película en la que el actor Peter Sellers encarna al administrador de un hospital, del que nadie puede salir sin haber dejado una buena cantidad de dinero; para justificar el gasto practican la circuncisión a los que no se las hicieron de pequeños.
Se preguntan los autores: “¿Cuánto debería hacerse -sin duda mucho- para evitar, o al menos reducir, tales muertes indignas de personas, en lo que sean culpa de los hombres? ¿Cuánto debería hacerse para posibilitar al menos una supervivencia elemental, una vida mejor y más digna de seres humanos a esas personas cuya vida es peor que una vida de perros? ¡Sin una vida digna de personas, no es posible una muerte digna de personas! O lo que es lo mismo, dicho al contrario, una muerte digna de seres humanos no es algo obvio, ni siquiera en las condiciones de una sociedad de la sobreabundancia. Morir con dignidad es una oportunidad inmerecida, un gran regalo, el gran don”.
Sobre el negocio del cáncer se monta, ya, el de la medicina genómica: se anticipa que los trasplantes de órganos se harán sobre pedido, siempre y cuando el enfermo tenga los recursos económicos suficientes para encargar un riñón, un corazón, un hígado o unas córneas, que se fabricarán en los laboratorios.
Es el futuro al que no accederá la mayoría de la población.
