Sexo y garras

El relato que sigue parecerá misógino, pero quien esto escribe se limita a contarlo tal como lo oyó.

El relato que sigue parecerá misógino, pero quien esto escribe se limita a contarlo tal como lo oyó.
Periodismo
Diciembre 02, 2019 18:39 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

En cierta ciudad pequeña del sur de la República un comerciante fue llevado a la cárcel bajo el cargo de acoso sexual. Tenía una tienda de ropa en la cual vendía, entre otras cosas, prendas íntimas para dama. Cierto día llegó una mujer joven y guapay preguntó el precio de una pantaletita tipo bikini, negra, de voluptuoso encaje, que se exhibía en el aparador. Le dijo el comerciante:

-No le cuesta nada si me deja que yo se la ponga.

La indignada clienta presentó una denuncia, y el salaz vendedor se vio de pronto tras las rejas, y con mucha publicidad gratuita. El acusado mostró sorpresa por lo sucedido. ’Tengo años haciendo esto -declaró-, y es la primera vez que una dama no aprovecha la oferta’.

Recordé ese suceso cuando leí ayer cierta noticia según la cual una encuesta realizada entre mujeres norteamericanas mostró que la mayoría de ellas prefiere la ropa al sexo. A las encuestadas se les preguntó si estarían dispuestas a renunciar al acto sexual durante 15 meses a cambio de tener un clóset lleno de ropa nueva. Más de la mitad respondieron que sí.

¿Será verdad, entonces, aquella frase según la cual los hombres se resignan al matrimonio a cambio de tener sexo, y las mujeres se resignan al sexo a cambio de tener matrimonio? ¿Será prueba esto de que los chistes acerca de la resistencia de algunas esposas a la relación carnal con sus maridos son algo más que chistes?

Para algunas casadas, según parece, el sexo es una molestia inevitable a la cual se deben resignar. Quizás esas señoras son como la Reina Victoria. La soberana les confiaba a sus amigas que cuando el príncipe Alberto le pedía el cumplimiento de su deber de esposa ella cerraba los ojos, lo dejaba hacer y se ponía a pensar en Inglaterra.

En su libro ’Los cuadernos de don Rigoberto’ Vargas Llosa contó la historia de un hombre ya maduro que le envía una carta a la mujer de la cual estuvo enamorado en los años de la juventud. Ambos son viudos ya, y sin compromisos. Le propone pasar unos días juntos -no strings attached-, y a cambio le ofrece llevarla a un viaje por lugares hermosos de América y Europa. Ella declina la invitación, con lo cual el maduro señor se queda sin cumplir su sueño.

Lo hubiera realizado, digo yo, si en vez del viaje le hubiera entregado a su dulcinea una lista concebida más o menos en los siguientes términos: ’Dame aquellito, y a cambio te regalaré 5 abrigos de piel; 20 vestidos casuales; 15 de salir, 10 de cocktail y 5 de noche; los pares de zapatos correspondientes a esos atavíos; 25 bolsos de marca; dos docenas de panties y la misma cantidad de brassiéres; 100 pares de medias; 50 blusas, más los accesorios necesarios para completar dichos atuendos. Todo comprado en la tienda que escojas, ya sea de París o Nueva York, y de las marcas que prefieras’.

Pienso que al acabar de leer esa lista la señora le habría dicho sin vacilar al tal don Rigoberto: ’¿Ahora mismo quieres lo que me pediste?’.

Ciertamente en muchos casos el camino más corto para llegar al corazón de una mujer -y a todo lo demás- pasa por su guardarropa.

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