El turquesa Mar Rojo


Desde el Mediterráneo y mares anexos

| | Desde diarioalmomento.com
El turquesa Mar Rojo
Cultura
Julio 05, 2014 18:07 hrs.
Cultura ›
Fernando Amerlinck › diarioalmomento.com

20. El turquesa Mar Rojo


Sharm El Sheikh, Egipto – Al arrancar el avión de Egyptair aparentemente rezaron en el sonido local, como en otros vuelos, una oración islámica. Seguro para protegernos, pero quién sabe. El árabe me resulta tan claro como el sánscrito y tan comprensible como el cálculo diferencia e integral.



El avión que nos dirigió del Cairo a Sharm El Sheikh sobrevoló un inmenso desierto de montañas altas y agrestes, rocas desprovistas de toda vida y de toda posibilidad de vida. Un desierto de roca junto a un desierto de arena como los que abundan en todo sitio que hayamos visto de Egipto, si queda lejos del caudal eterno del Nilo.



Entre las altísimas, picudas y agresivas montañas corren ríos de arena. Sin duda, hace milenios corrió agua en torrentes por esos ríos, o hasta glaciares, que son como formones y cinceles que cortan y martillan montañas y perfilan valles y cañadas al cabo de millardos de años de acción inclemente sobre las rocas.



¿Glaciares? ¿En Egipto, en la península del Sinaí? Es como hablar de huracanes en el Sahara. Nada de geología he leído sobre esta zona, pero al ver esos parajes desde el aire me pareció clarísimo que esas montañas rocosas se formaron mediante cargas semejantes a las que han modelado los valles suizos. Si en el Everest hay fósiles marinos, ¿qué no puede haber en cualquier otro lugar?



No me parece absurdo lo que estoy diciendo de la península de Sinaí, porque este viejo planeta ha vivido edades del hielo y todo tipo de avatares en muy distintas épocas y durante millardos de años. La última edad glacial, ya hablaba de ella, duró hace apenas un parpadeo planetario de 100,000 años y se acabó violentamente hace unos 12,500, luego de haber creado un Sahara verde y dado a Egipto un clima mucho más lluvioso y benévolo que el conocido por el viajero que llega hoy a estas sequísimas tierras. Ni una nube hemos visto desde nuestra llegada a África.



El caso es que desde el avión (como puede hacer cualquiera en Google Earth) se ve clarísimo que hubo ríos de agua donde hoy los ríos son de arena entre las montañas vecinas a este Cancún del Mar Rojo. Lo llamo así porque parecen haber importado hasta acá el agua color turquesa del Caribe, además de que es un lugar de descanso muy buscado por quienes añoran un benevolísimo lugar de playa, que ofrece arrecifes coralinos magníficos para los buzos o para los snorkeleros como nosotros.



Este lugar, como todo Egipto, vive una crisis turística. Nuevamente nos encontramos casi solos, a pesar de los precios de risa que cobran los hoteles con tal de atraer gente. Y el servicio, como en todos lados, es excelente.



Conforme nos alejamos de Occidente los desayunos se vuelven más y más abundantes y suculentos, una verdadera gula (en India y el sureste asiático los desayunos son de una abundancia francamente obscena). Acá son indispensables los dátiles y los higos, preparados de todas las maneras imaginables. Abundan los platos regionales egipcios salados o dulces, tanto como los internacionales que prefieren los escasos turistas, que no suelen ser aventureros. Recordé con cariño las deliciosas berenjenitas rellenas que conocí gracias a Ikram Antaki. Imposibles de conseguir en México pero ella las había traído de su natal Siria y me las sirvió en su casa.



Lo más interesante para este visitante proveniente de América, y que tenía curiosidad de ver, era cómo se bañan las mujeres musulmanas. Ya relataba cómo se visten en la calle, pero ¿acudirían a un balneario a que las vieran infieles como yo, si hasta en los aeropuertos están separados entre hombres y mujeres los salones de oración?



Pues si: había musulmanas en la playa y en las albercas. Seguramente el Corán no les prohibía nadar en el mar porque eso no se le ocurrió al profeta pero sí vienen, al menos algunas. Como el Corán les pide modestia, las mujeres obedecen eso de modestia según lo interpreten los sabios musulmanes cuyas indicaciones siguen. El Corán prohíbe expresamente interpretar ese libro pero ¿qué es eso de “modestia” para la ropa de las mujeres? Toda prohibición de interpretar es impracticable e imposible: todo ser humano no hace más que interpretar, todo el tiempo: palabras, ademanes, expresiones, hechos o lo que sea. El fenómeno lingüístico (o lo que es lo mismo, el hecho de ser humano) significa estar interpretando, dice Heidegger, todo el tiempo. Es imposible no interpretar. Por eso los musulmanes no son uniformes en sus prácticas y creencias, aunque todos lean el mismo libro.



Por ejemplo, algunas mujeres casadas se cubren la cara hasta a los ojos. Otras no. Otras dejan ver sus ojos. Otras se visten de negro y usan guantes. Otras dejan ver sus manos pero no sus ojos. Otras se visten de color. Algunas de las que se cubren hasta los ojos con vestidos negros usan zapatos tenis verdes o rojos y casi todas llevan carritos de niños y van rodeadas de sus hijos. Y eso sin falta, todas texteando en su celular. Y algunas hasta se meten al mar en presencia de infieles.



Las solteras se cubren todo el cuerpo hasta el pelo y así hacen sus trajes de baño (supongo que las casadas no pueden ir a una alberca pública, pero eso no lo sé). No vi mujeres con el rostro enteramente cubierto cerca de la alberca o del mar pero sí a jóvenes evidentemente solteras con un traje negro de baño que les cubría desde los tobillos al pelo y los brazos y sólo dejaba ver su cara, manos y pies.



En Egipto, a diferencia de lugares tan fundamentalistas como Kuwait, permiten en las albercas a mujeres en bikini (el monokini sí está prohibido) y conviven con las musulmanas aquí o en la calle. Además, se puede beber alcohol (no en todos los restaurantes) y el país produce una cerveza decente. Hay la ventaja de una sabrosa variedad de bebidas sin alcohol, sobre todo jugos, y un excelente café.



Pero seguimos en Egipto, que si bien parece tierra originaria de las moscas, acá los pájaros no temen acercarse a las mesas o a la gente en las plazas: su memoria corporal les indica que la gente no los ataca. Recuerdo cómo en India hasta pavorreales vuelan libremente sin que nadie los toque.



Y seguimos en un país con un gobierno omnipresente y burocrático, ineficiente e ineficaz, lo cual se ve a todas luces en las facilidades (o dificultades) para el ciudadano y en la calidad de los servicios urbanos, o en su ausencia. No hay en Sharm El Sheik la mugre y caos del Cairo pero las calles están cuajadas de topes y abundan en las avenidas los camellones de varios kilómetros, con accesos bloqueados donde alguna vez se había podido pasar.



Los excelsos diseñadores viales siguen acá el razonamiento inteligentísimo de nuestras autoridades del DF: si la gente necesita dar vuelta izquierda o regresar por el otro lado de la avenida, hay que impedírselo. Bloquean el paso para así poder agilizar el tránsito. Facilitan la circulación al concentrarla en retornos lejanísimos que se apelotonan de coches. Economizan el uso del automóvil y ahorran tiempo de trayecto obligando a los coches a gastar minutos y gasolina en recorridos innecesarios porque ¡faltaba más! los retornos en los camellones tienen que ser pocos (los que hubo en otro tiempo ya están bloqueados) y de este modo los retornos quedan lejísimos entre sí y están repletos de coches. Como decía, todo eso lo hacen para mejorar la circulación. La única ventaja de comprobar la estupidez urbana en el extranjero es que uno recuerda su querida ciudad natal.



Pero también se recuerdan, aparte de las proezas e inteligencia preclara de los diseñadores urbanos egipcio-mexicanos, cosas de nuestra península yucateca como el lujurioso azul del Mar Rojo, y obras de la naturaleza ayudadas por el hombre, como las abundantes bugambilias bicolores.



Lo que no se desea recordar son las tremendas protecciones que hay en México a las tiendas de joyas. Acá es agradecible y admirable que las puertas estén abiertas a la calle y ni a quien se le ocurra invadirlas o asaltarlas. En las dos sucursales de bancos en que estuve, una en Túnez y otra en Cairo, vi montones altísimos de billetes a mi alcance, y ni a quien le importara. Hasta me atendió en un escritorio un señor que contaba fajos de varios kilos en el mismo escritorio donde estaba yo, sin puertas de por medio ni claves ni seguridades especiales ni nada. Ah, vaya maravilla. Y algo curiosísimo: en las banquetas hay toneles de agua y un vaso atado con una cadenita. Los viandantes se echan uno dos tragos de agua ¡en el mismo vaso!



Al menos entre esta gente se percibe (con las excepciones indispensables, como la de la corrupta burocracia) una generalizada honradez que ya quisiéramos al menos para recordar las épocas en que en México los bancos eran lugares amables donde uno podía entrar sin temor. ¡Hoy en México me obligan a quitarme el sombrero al entrar a una sucursal! Ay, México lindo… ¿por qué también serás querido?





21. Un oasis entre vecinos incómodos





Amman, Jordania – La capital de este país nos recibió de noche en un aeropuerto eficiente y modernísimo, rumbo a una ciudad unida por un puente verdaderamente único: el puente colgante de Kamal Shair, estructura de acero en forma de S con tres soportes en forma de Y que parece diseñado por Santiago Calatrava pero no es de él. Por lo visto, ese puente ha dado un notable progreso a dos partes de la ciudad de Ammán. Y hay otro detalle, unas banquetas luminosas de colores blancos y azul que nunca había visto.



Jordania es un país que quiere progresar. Una nación estable con una monarquía fuerte, pero que a ojos vistas (a diferencia de las democracias vecinas) actúa para bien de su país. Vaya reto, tener como vecinos nada menos que a Israel, Palestina, Arabia, Siria y el Golán, e Irak. Muy cerca del explotado y estallado Líbano, enfrente del inestable Egipto, y casi sin acceso al mar. Mantenerse en orden es francamente una proeza de esta pujante nación. Recordé en esta visita a mi buen amigo Frank Devlyn, rotario que define en su persona todo lo que representa Rotary, y cónsul honorario del Reino de Jordania en México.



Tan difíciles vecinos tiene Jordania, que hay un severísimo problema de refugiados: llegan a 600,000 los provenientes de países mucho peores como Siria, Irak, Palestina y demás lugares cercanos que desde el Antiguo Testamento se la viven refrescando odios ancestrales y ajustes bélicos de cuentas. No es de extrañarse que la gente de allí se fugue a un país decente incomparablemente más pacífico que esos vecinos. Vaya carga para una nación de algo más de 6 millones. No es raro que, con tales dificultades, y a pesar de lo que se hace por lograr sacar adelante a este país, haya poquísimo turismo y en las tiendas para visitantes recibamos una atención especialísima aparte de impresionantes gangas. Es un país al que le urge que lo visiten, y vale la pena conocerlo.



Es lugar no sólo de esfuerzo productivo y refugiados, sino también de beduinos que siguen viajando y comerciando como lo han hecho por siglos, con sus camellos o ahora en jeeps, a través de esta desértica zona. Es lugar de comerciantes y tiendas, mercaderes y regateros como todo país de sangre semítica.



Es antiquísima esta moderna Jordania que ha logrado ser un lugar pacífico y decente para vivir en un ancestral espacio, tan antiguo como recientes son los arreglos políticos de ingleses, franceses, gringos y demás potencias que inventaron naciones cuando hubo aquí cambios tan grandes como la fundación del estado de Israel y el abandono de la colonización británica, al final de la II Guerra.



Antiquísimo como las referencias bíblicas, la primera de ellas el nombre del país a partir del río Jordán, con el que hace frontera con Palestina e Israel. Y cerca del Mar de Tiberiades, que navegó incontadas veces el mismísimo Jesucristo. Estamos cerca de lo que llaman Tierra Santa, zona que por motivos que no vienen al caso para este relato, no visitamos en este viaje.



Hay ruinas que atestiguan el antiguo pasado de Ammán (Rabbath-Ammon desde antiguos tiempos los griegos, Filadelfia para los nabateos, romanos y bizantinos, y Amman desde 641). En la Ciudadela se conservan ruinas de columnas y estatuas pero sobre todo, cerca de allí, un teatro romano inmenso, extraordinariamente bien conservado. Y a diferencia de Siracusa o Taormina, sin sillería de plástico. ¡Uf! En este soberbio teatro, altísimo y de pura piedra casi intacta, hay que echar a volar la imaginación para figurarse la experiencia que vivieron allí los asistentes a obras griegas y latinas hace dos milenios. Al menos los romanos no lo convirtieron en anfiteatro para dar espectáculos sanguinolentos con leones y galeotes o criminales condenados a muerte.



Me pareció curioso ver en Ammán una gran mezquita que (según nos dijeron) fue construida por Haj Amin al-Husseini (1895-1974). Ese fulandrejo era todo un pájaro de cuenta: un musulmán fundamentalista y ultranacionalista palestino nacido en Jerusalén y que hizo en Ammán uno de sus centros de operaciones e intrigas. Luego de participar en el primer gran genocidio, el de los armenios (1915), el tipejo fue colaborador de Hitler y Eichmann desde 1941 para poder combatir a sus odiados judíos, y fue este palestino radical una de las mentes que diseñaron la eficacia genocida del Holocausto (más datos sobre este siniestrísimo asesino en El colapso de Occidente de Francisco Gil-White).



Ammán es una ciudad moderna, con infernal tráfago pero amable, donde se come magníficamente, donde se respira paz. Lástima de vecinos.





22. Un mar que recibe vida y no la da





Mar Muerto, Jordania – Me gusta una metáfora que alguna vez leí sobre el Mar Muerto: un mar que recibe agua pero no se la da a nadie. El río Jordán lo alimenta desde el norte y el agua se queda estancada en él, en un mar sin efluentes, incapaz de dar vida o de albergarla.



Así ocurre con quien es muy rico porque recibe mucho pero sólo acumula sus bienes. El que no salpica ni comparte ni da de sí a nadie, y no sólo en términos materiales sino también espirituales, acaba secándose y muriéndose porque está imposibilitado para dar vida, echar a andar su riqueza, compartir el agua nutricia.



No es ésa la razón de que esté muerto el Mar Muerto pero sí me parece ilustrativa como para motivar a alguna reflexión sobre la libre circulación de los bienes y la riqueza, el comercio y las personas, los libros y las ideas, la comunicación y el internet.



Hasta aquí de metáforas; regreso al agua del Mar Muerto, que nada tiene de nutricia: tiene un 34% de sal (casi 10 veces más que el mar) aparte de un montón de sustancias que usan hasta para el jabón del hotel, enriquecido con minerales del Mar Muerto, y que agregan también a una buena cantidad de productos de belleza o curación.



Camino desde Ammán al Mar Muerto, en un largo camino de bajada aparece en algún momento una indicación de que estamos a 0 m de altitud: el nivel del mar. Y el camino sigue bajando y bajando 18 km más entre las laderas semidesérticas de Jordania. Llegamos a 427 m bajo el nivel del mar, que comprobé con mi altímetro. ¡Nunca en mi vida había caído tan bajo!



No es posible estar quieto en el agua y flotar sin usar salvavidas, salvo aquí. No sólo eso: es imposible ponerse de pie si se alcanza piso en la superficie mayormente salina del suelo marino. Aquí, el que quiera bucear necesitará hundirse a fuerzas con una roca, una rueda de molino o un ancla bien pesada, como las que usa el SAT para mantener a flote a la economía mexicana.



Da algo de asco probar el agua salada pero me aventuré: no sabía si estaría sucia, contaminada o si era francamente insalubre de tan gruesa, pesada, oscura, rarísima. Luego me di cuenta de que era irremediable tragarla (ante mi esfuerzo por no quedarme acostado sobre el agua) y todos bebimos por accidente un poco de esta espantosa agua. Pica y tiene un sabor fuertísimo.



Resulta un verdadero consuelo salirse de esa agua mineral para entrar allí mismo a una alberca de donde se puede uno refrescar en agua dulce y donde hasta raro parece hacer esfuerzos por flotar, y donde se puede nadar.



Allá lejos, en la otra margen del Mar Muerto, se ve Israel; desde el camino estaba la zona de Jericó, cuyas murallas fueron derrumbadas por trompetas. Pero a ese país no fuimos.



Lo dicho: nunca habíamos caído tan bajo, pero como cuando uno se encuentra en el peor sumidero, hay la ventaja de que todo lo que resta es hacia arriba. O como reza un muy común lugar común, empieza a amanecer cuando está más oscuro. E iniciamos el camino de regreso a la ciudad donde iluminan algunas banquetas de azul y blanco.





23. Una ciudad ganada a la piedra





Petra, Jordania – Veníamos de Egipto, donde nos cansamos de ver monumentos excavados directamente en la piedra: en Egipto el templo funerario de la faraona Hatshepsut, inauguradora de la moda de hacer tumbas excavando montañas en el Valle de los Reyes, donde visitamos varias; los inmensos templos de Abu Simbel y de su esposa favorita Nefertari; y hace años habíamos visto el inmenso templo hinduista en la isla de Elephanta, cerca de Bombay, enteramente excavado en una montaña de basalto. ¡Y nosotros que admirábamos un recinto pequeñísimo excavado en un cerro de Malinalco! Se compara con los anteriores como un avión de papel a un Concorde.



No habíamos visto nada. En la ciudad jordana de Petra, una cultura de la que nunca había oído (los nabateos) hizo una ciudad casi totalmente excavada en piedra. Piedra arenisca color rosa.



Se llega a través de una especie de cañón sinuoso, estrechísimo, que no sé cómo pueda ser natural pero lo es y cuyo origen geológico no me puedo imaginar, que aparentemente algún día condujo agua. Es largo (más de 1,200 m de bajada) y estrecho, a veces no más de 3 m. Hay en esa garganta muros muy altos de piedra arenisca color rosa, casi planos y altísimos, en algunos de los cuales aparece eventualmente alguna inscripción o imagen esculpida.



Hay que ir allí y recorrer Petra de dos maneras: a pie, o utilizando a un cuadrúpedo. Utilizamos una especie de carro tirado por un jamelgo golpeado y moribundo donde caben dos personas sentadas, conducido por un carrero tan prudente como un chofer de microbús del DF, sobre superficies que también se parecen a las que son capaces de construir nuestras autoridades. El esfuerzo de viajar en ese carro casi carente de amortiguadores me hizo pensar ¿por qué no me fui a pie? Pero las distancias son tan tremendas como el calor. Y hay quien viaja en camello —me consta— es una invitación a dislocarse las vértebras lumbares o echar a perder a quien se haya operado una cadera.



Otra opción la tomó mi hijo para conocer la ciudad: cabalgar sobre una mula maltratada cuya rienda rota sólo gobernaba un lado y que galopaba a su muy equina discreción, seguida de cerca por el mulero, que viajaba al veloz paso de un burro pulgoso. Vaya manera tan confortable de conocer una de las grandísimas maravillas del mundo antiguo. Tan inconvenientes prestadores de servicios casi nos echaron a perder la visita.



Al final del camino entre muros naturales de piedra se llega de repente a Al Khazneh (el Tesoro, un portal con columnas de orden corintio y estatuas, que contenía un templo) y se llama Tesoro porque decían que en una urna en la parte superior había un tesoro escondido. Lo han balaceado y siguen las marcas de los tiros de esos buscadores que no encontraron nada. Está esculpido todo ese grandioso templo en uno de los muros altos como por los que veníamos a través de la garganta de acceso.



Yo, universal ignorante, había supuesto que Petra era sólo esa construcción preciosísima hecha hará unos 2,000 años por esos poco famosos nabateos, pero los señores hicieron una ciudad entera ganada a la roca en un gran valle al que se llega caminando distancias mucho mayores, en alguno de los temibles medios de transporte que demasiado bien conocíamos. Sin embargo, el sacrificio vale la pena. Muchísimo, especialmente para quien pueda visitar la ciudad a pie y ahorrarse el servicio de animales de dos o cuatro patas.



En ese valle de piedra arenisca rosa, rojiza o color miel, a cada momento aparecen inscripciones o entradas a templos, fachadas, entradas, huecos, fosas, pero de tamaños y estilos diferentes, no sólo de origen griego como el Tesoro. Por lo visto aquellos mercaderes nabateos eran de amplio criterio estético pero lo más importante es que se tomaban en serio su empeño por hacer las cosas bien. Tanto, que luego de unos 2,000 años subsiste su gran obra. Esas culturas antiguas eran muy diferentes de nosotros, no cabe duda.



La única parte construida (no excavada) de esa grandiosa ciudad es un templo —o al menos así lo llaman— de más de 7,000 m2, con columnas y diferentes niveles, y un sistema de drenaje que por lo visto era una de sus características más importantes.



Allí cerca de esa columnata hay ago increíble. Veníamos de ver teatros griegos y romanos (en Siracusa, Taormina, Ammán) pero este de Petra está nada menos que excavado en la piedra, así como hicieron para construir toda una ciudad en un valle de roca arenisca de cálidos colores. La sillería del teatro está casi completa, en un semicírculo, con todas las graderías que permitían a los espectadores no taparse los unos a los otros. Todo excavado de roca tan dura, que sigue allí. Y claro que no está cubierto con sillas de plástico.



Aparte de las dificultades con los precarios medios de transporte, el cansancio y el calor, Petra es un lugar que hay que visitar alguna vez en la vida; lo mismo digo de Giza. La lista es larga. Nos faltan entre muchos otros Pascua y Macchu Picchu (que al parecer pronto van a cerrar).



Tras visitar ruinas y antigüedades (salvo el descanso playero en las aguas de Sharm El Sheik) la siguiente fase del viaje sería más rápida, menos intensa, menos cultural y más moderna. Nos dirigimos a ciertas ultrasuperarchirriquísimas (sólo en dinero) monarquías del Golfo Pérsico.

Ver nota completa...

Suscríbete

Recibe en tu correo la información más relevante una vez al mes y las noticias más impactantes al momento.

Recibe solo las noticias más impactantes en el momento preciso.

El turquesa Mar Rojo

Éste sitio web usa cookies con fines publicitarios, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de uso de cookies.