De entre los asuntos de la literatura y la poesía, el erotismo es recurrente en mis lecturas por eso el gusto me invadió cuándo Alejandro Reyes Juárez me pidió participar en la presentación de su libro.
Quiero empezar el comentario haciendo una breve referencia al libro como objeto. Constelación Axólotl es de un hermoso color verde de quetzaliztli, ataviado con una imagen realizada por la fotógrafa Silvia Huerta –a quien por cierto está dedicado el poemario—que manifiesta de forma indubitable, el asunto.
Encontramos la última encarnación de Xólotl, paradigma de la transformación y del movimiento; cambiante e infinito, de la negación-aceptación de la muerte –la suya propia--; tránsfuga y auto-inmolado, partícipe del movimiento perenne del sol y el universo, dios que deviene en el axólotl mítico, animal de agua de piel lisa, monstruo acuático, neoténico, que por gracia de la memoria de aquel poder de transfiguración, en este texto se convierte en constelación --quizá cercana a Casiopea—y se aproxima hipnotizado al pezón que lo habrá de devolver al lugar del cual huyó.
Debemos gratitud a la existencia de la poesía, del poema, del poeta; en general y en abstracto. Debemos agradecer este poemario; en particular y en concreto. El poeta nos brinda con sus poemas la posibilidad de participar en el circuito de comunicación para ir más allá de nosotros mismos, para ser otros quizá más humanos pues el erotismo nos hace seres humanos alejados de la sola cópula animal.
Si bien no toda obra construida con las reglas métricas contiene poesía, tampoco los llamados versos libres. Para que la poesía se constituya se necesita de la entraña, del conocimiento, de la sublimación, de la certeza de ser algo más que un ser en tránsito –perecedero--, sino un ser en perenne flujo (eterno por tanto).
Constelación está construido con poemas en prosa en dos secciones: Traslación y Rotación, arquetipos del movimiento para dar cuenta mes a mes, día a día, minuto a minuto del fervor a la piel, a las caricias; al acto de amor, a las miradas; al goce pleno, a los gemidos. Constelación Axólotl es poesía: cada palabra fue sentida y puesta como desde un ritual sagrado en el que todas las advocaciones de Eros se convocan, en el que se saborean cada una de las letras y acentos, en el que se mide la musicalidad de las palabras, en el que se dibuja cada una de las imágenes. La comunión con el poema es posible por medio y gracia de un uso refinado del lenguaje y de los recursos poéticos.
¿Y quién es ese hombre que parece todos los hombres de la tierra: muerto y resucitado cada noche de poesía y caricias arribando al cielo y al vacío; perseguidor de la inmortalidad reproduciendo su carne en otra, duplicando su saber, clamando consuelo a su fragmento de dermis y energía de sangre y nervios? Es el poeta: el ser que otorga sentido y conexión a la chispa poética surgida de la piel, del roce de los cuerpos cuya capacidad de hilo conductor lo convierte en único y distinto. El ser que nos permite atisbar su intimidad (que es la de todos) sin tapujos pero sin procacidad, con pleno deleite porque nos enfrentamos a los cuerpos sin asustarnos --por ello sin culpa, sin clamor por un pecado inexistente--; como una ofrenda sin mácula porque está hecha de amor.
Leer Constelación Axólotl me consagró devotísima voyeur; me humedeció los ojos y la entrepierna; me hizo reafirmar la creencia en la existencia del amor como motor del cosmos (el amor a la palabra, a las cosas más sencillas y grandiosas de las que puede brotar la poesía: los cuerpos entrelazados, los fenómenos celestes, la naturaleza); me dio la certeza de que la vida es movimiento perpetuo, que el ser más pequeño del universo y el más grande mueren para que renazca la vida.
Los conmino fervientemente a leerlo y a que constaten que sentimiento, vivencia, reflexión, oficio ejercido con sinceridad y excelsitud tienen un resultado inequívoco: la obra de arte poética.
