Presente lo tengo yo

La Liga de las Naciones y la liga del Panzón

La Liga de las Naciones y la liga del Panzón
Periodismo
Octubre 22, 2020 23:13 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

A este señor le dicen ’El Panzón’. ¿De dónde tal apodo? Se explica porque el señor que digo es ventripotente, modo eufemístico para nombrar a un barrigón. Lleva siempre la camisa desabotonada, pues ninguna le cierra, y la negrizca y sobada camiseta no alcanza a cubrirle la vasta rotundidad del abdomen. El pantalón lo trae caído, y la panza se le desborda hasta cubrirle la enorme hebilla que usa en el cinturón. (’¿Dices que es de Villa Escondida ese señor tan gordo?’. ’No. Dije que es ’de hebilla escondida’). Todo lo dicho explica aquel remoquete: ’El Panzón’.

El señor Panzón es hombre rico. No sé qué negocios tenga; al parecer trafica en ganados y cosechas. También tiene autobuses de pasajeros, y camiones de carga con los que da servicio de fleteo. Todo eso le rinde buen dinero. Y mejor le rendiría si no fuera porque el Panzón tiene el feo vicio del juego: le gustan las peleas de gallos; no se pierde las ferias con palenque de toda la región. Ahí apuesta grandes cantidades que casi siempre pierde, pues el tino con que hace sus negocios no lo tiene para escoger entre el giro y el colorado. Si le apuesta al colorado gana el giro, y viceversa. Si les apuesta a los dos ninguno gana.

Hoy, sin embargo, el Panzón ha ganado su apuesta. Le fue al giro y ganó el giro. Se hizo de buenos pesos el señor, pues apostó muy fuerte. ’Para sacar hay que meter’, suele decir con dicho de tahúr. Él metió mucho, y más sacó.

Fue a celebrar su triunfo en la cantina. Lo acompañaban dos contlapaches que no se le separan nunca. Esa palabra mexicana, ’contlapache’, designa a los amigotes de alguien, a quienes le ayudan y favorecen siempre. En náhuatl, dice el señor Robelo, la voz tloapachoa describe la acción de la gallina cuando cubre los huevos para darles su calor. De ahí aquel término.

Llegan los tres a una taberna de los bajos fondos, y ocupan una mesa. El mesero que los atiende es un pobre hombre. Lleva ropa raída y zapatos viejos, a uno de los cuales se la ha desprendido la suela en modo tal que cuando el infeliz camina la suela de ese zapato le chacualea. Quiero decir que le golpea la planta de pie, con lo cual el individuo hace un molesto ruido al caminar: ’Chalp, chalp, chalp’.

Al Panzón ese ruido le incomoda, pues no lo deja concentrarse en la plática con sus amigos. Llama al hombre y lo increpa. Por culpa de su infame chacualeo, lo reprende, no puede seguir la conversación. Tras decir eso el Panzón echa mano al bolsillo de su pantalón y saca un gran fajo de billetes unidos por una gruesa liga de hule rojo, de esas que usaban las señoras para sujetarse las medias de popotillo. El rostro del mesero se ilumina: seguramente aquel rico señor sacará unos billetes de su fajo y se los dará para que se compre unos zapatos nuevos.

Vana ilusión. Lo que hace el don Panzón es sacar la liga de hule y dársela al desdichado. Le dice:

-Póntela en el zapato, para que la suela ya no te chacualee.

Y es que el Panzón gasta en gallos, pero en su prójimo no gasta.

Muy comentado en el ambiente de las cantinas ha sido hasta la fecha el suceso que acabo de narrar. Las opiniones en torno al protagonista se siguen dividiendo. Hay quienes afean la conducta del Panzón, y lo tildan de avaro miserable. Otros -sus contlapaches- dicen que, sea como sea, la liga que regaló el señor dio mejor resultado que aquella famosa Liga de las Naciones, que de nada sirvió para evitar las guerras en el pasado siglo. Por lo menos la liga del Panzón hizo que se acabara el chacualeo de la suela del indigente camarero. Yo, a fuer de historiador imparcial, registro las dos opiniones. Escoja el lector entre ellas.

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