Opinión

Lluvia

Lluvia
Periodismo
Abril 30, 2018 22:16 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Llueve, y llueve, y llueve... Llueve en todo el País. Estuve en Mérida hace un par de semanas, y llovía ahí copiosamente, siendo que nunca solía llover ahí en abril. En la Ciudad de México llovió también el pasado martes que anduve por allá. Luego, el jueves y viernes, estuve en Tampico y llovió igualmente. Al regresar a Satillo, en la madrugada del sábado –mi vuelo llegó a Monterrey a las 12 y media de la noche–, llovió desde Casa Blanca hasta acá.

¿Acaso alguien recuerda tanto llover? Llueve de día y de noche. Y de tarde también. ¿Se estará volviendo todo México zona tropical? Con tantas cosas que han pasado –los cohetes nucleares, Trump, la elección presidencial– no es de extrañar que a lo mejor se haya alterado el eje de la Tierra, y que cambien los climas y humedades. Posiblemente dentro de algunos millones de años habrá un casquete polar en la Amazonia, y en la Antártida florecerán orquídeas. Quizá yo no veré eso, pero de cualquier modo será un fenómeno muy interesante.

La ventaja que tenemos nosotros en Saltillo es que don Alberto del Canto tuvo la feliz idea de fundar la ciudad en terreno inclinado, loma abajo. Don Diego de Montemayor, en cambio, a más de gran cornudo debe haber sido gran pendejo, pues puso a Monterrey en un pozo, y ahora cada vez que llueve los regios se andan ahogando. Hay 200 choques por día, y aquello es el cuento de nunca acabar. Lo que es no prever las cosas. Si alguna vez me toca fundar una ciudad, en vez de estandartes, banderas o actas de fundación llevaré una plomada de albañil.

Las lluvias constantes en mis viajes me hicieron recordar aquella novela corta –o cuento largo– cuyo nombre es precisamente ’Lluvia’. El conocido relato lo escribió Somerset Maugham. Su lectura me fue recomendada en años de adolescencia por Óscar Reynoso, que vivía en el callejón del Caracol y era feroz lector aventajado: yo todavía no dejaba el ’Corazón, Diario de un Niño’ y él ya andaba con ’Espérame en Siberia, vida mía’, desaforada novela de Jardiel Poncela.

No recuerdo muy bien el argumento de ’Lluvia’. Creo que un barco llega a una isla de los Mares del Sur, y es detenido ahí. Interrumpido su viaje, los pasajeros se ven obligados a desembarcar. Entre ellos iba una mujer de vida airada que se llamaba Sadie Thompson. También iba un ministro protestante acompañado de su esposa. El predicador exigió que aquella mujer de baja estofa–Sadie, no su esposa– fuera apartada de los demás pasajeros, pues su presencia entre ellos constituía un escándalo. Pero, cristiano al fin, se propuso ganarla para Nuestro Señor, y empezó a visitarla a fin de salvarla del pecado.

Llovía copiosamente en la isla, llovía siempre. Con esa lluvia incesante Maugham crea un ambiente opresivo que conduce al fatal fin de la trama. En vez de salvar a Sadie el predicador se pierde por ella. Poseído por el demonio de la lujuria un día se lanza sobre la mujer con intención nada cristiana. Sadie, que veía en el reverendo un ángel salvador, se asquea y llega a la misma conclusión a que han llegado todas las mujeres: todos los hombres son iguales.

Lluvia... Escucho ahora su pespunteo sobre los domos de la casa. Hermoso ruido. Lástima que deba dejar de oírlo para salir –otra vez– de viaje. Sea por Dios, y Él me tome en cuenta ese sacrificio como penitencia por mis pecados, mayores ciertamente que los del reverendo que imaginó Somerset Maugham.

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