¡Qué conste... son reflexiones!

Los ferrocarrileros

Los ferrocarrileros
Política
Diciembre 04, 2016 20:27 hrs.
Política ›
Sócrates A. Campos Lemus › diarioalmomento.com

HAY QUIENES VAN EN EL CABÚS DE LA HISTORIA Y OTROS VAN EN EL CABÚS DE LA CONSTRUCCIÓN. Creo que a todos los de mi generación nos impactaban los ferrocarriles, eran visibles los vagones con las máquinas pitando hechos la mocha, dando pie a que en las películas siempre se vieran en su máximo esplendor y en alguna parte se viera la máquina frenando, echando vapor por entre las ruedas de metal. Eran los caballos de acero que sustituyeron a los caballos y a las carrozas y las diligencias, así se fueron extendiendo a lo largo y ancho del país, LOS DURMIENTES QUE NOS DESPERTARON A LA MODERNIDAD Y A LA REVOLUCIÓN.
Es verdad que cuando recordamos los viajes en el ferrocarril me entra la nostalgia y admiro, admiro mucho más a los trabajadores que todos los días y en todas las fechas están atentos al recorrer de esas enormes máquinas con ruedas de metal que hacen un sonido extraño con sonsonete que se pega. Hace algunos años, estando como gobernador de Oaxaca, Heladio Ramírez López, nos invitó a un viaje por ferrocarril que partía de Pantaco a Oaxaca y que recorría muchas poblaciones aisladas de los caminos normales que teníamos, era como si la serpiente de metal fuera la serpiente buena, la Quetzalcóatl que llevaba la vida y dejaba a las gentes que venían o levantaba a las que salían de esos pueblos aislados. El traca traca, los vagones dormitorio espléndidos, los comedores y los bares de primera, sin duda fue un viaje hermoso acompañado de muchos seres que en verdad reconocieron el valor de esa máquina pero más reconocieron el valor de los ferrocarrileros, de su experiencia y de su valentía. A lo mejor, por ello, aquella canción de: ’Yo soy la rielera y tengo a mi Juan’, la que nos brindó la razón por la que por medio de los ferrocarriles no solamente nos abrimos a la modernidad sino, también, a la Revolución, al ser vitales los ferrocarriles para la caída de la dictadura de Porfirio Díaz.
Y qué curioso, el hombre que formó los durmientes con las empresas extranjeras para que por medio de ese enorme vehículo que corría entre rieles de acero con las llantas de acero, pudieran sacar hacia el Norte las mejores materias primas que, sin duda, fueron el detonador del desarrollo de los Estados Unidos: Minerales, carbón, madera, semillas de maíz, de trigo, de cebada, animales de engorda, lingotes de oro, de plata y de barras de cobre, de aguardiente, de mezcal, de gentes que calladas viajaban entre chivos y gallinas y gritos de niños o llantos de viudas o de dejadas. Entre el sonido de los rieles y las ruedas de metal con metal se ahogaban los llantos y se ahogaban las penas. En el viaje, se levantaba la esperanza.
El garrotero, parte de la vigilancia de todo el ferrocarril, en los enganches, en las dejadas de vagones en las espuelas, en el caminar por el techo para vigilar la seguridad, el maquinista y sus ayudantes que eran los genios del manejo de tales máquinas enormes, de decenas de vagones. ¿Cómo reconocía qué espuela y que rieles eran los que llevaban al buen puerto? era como magia lo que hacían y hacen esos hombres entre los vagones de los ferrocarriles. ¿Cuánta riqueza ha sido cargada y cuanta dejada a lo largo del país para generar el desarrollo o cuánta ha salido del país para provocar la mayor riqueza en otros países, y cuántos vagones llegan a los puertos para ser embarcados a otros lados?... ¿miles, millones de vagones?. No sé, a lo mejor, nos quedamos cortos.
De lo que estoy totalmente seguro es que por medio de esas vías y esos vagones y máquinas todo el país se sabe cruzado por el desarrollo y por la revolución, por el cambio. Todos identificamos a los ’trenes’ con los actos heroicos y vemos a los soldados y a las adelitas, a los caballos en vagones y a la tropa montada en los techos, y poco salen los verdaderos héroes de todo ese movimiento que en la estrategia no darían resultado si no llegaran con esa precisión y con ese monto y número de hombres y de mujeres, de armas, de cañones, de adelitas, de braceros, de maíz y de colchones para hacer el amor después de tanto trancazo. Los ferrocarrileros son parte de esta patria cruzada por muchos lados para llevar desarrollo y llevar alegrías, penas y llantos, para cruzar a los hombres y mujeres que hicieron posible el cambio por medio de la primera revolución social del siglo. Y en cada estación, un telegrafista que con golpes traducía palabras y mensajes, en cada estación, unos jefes que eran los que decidían a qué horas se cruzaban los demás por las vías, por esa maraña de caminos paralelos sostenidos en durmientes de madera creosotada, en cada tramo, sin duda, muchas esperanzas, y a cada golpe de mazo para inyectar el clavo se venía fijando los caminos de los ’trenes’, esos que dejaban como clavados a otro cristo de metal para que pudiera salvar a los hombres y a sus productos, los productos del sudor de muchas y millones de frentes que van de un lado a otro como mercancías a las que ya nadie reconoce de quién es cada parte. Los ferrocarrileros son hombres silenciosos, matraqueros decían en los actos políticos, pero ellos están acostumbrados a los ruidos de ese tipo porque en cada riel y en cada vagón dejan en el campo esos sonidos que surcan los corazones de millones de mexicanos. Los tiempos cambian, las tecnologías varían, pero los vagones y el cabús siguen siendo parte de toda esa serpiente buena que va caminando con las penas y alegrías de los mexicanos. Por esa razón, de vez en cuando, hay que dejar el testimonio de afecto y de agradecimiento a esos hombres y mujeres que son nuestros rieleros, porque son la parte de las venas de este México que sostienen el latido de nuestro corazón.

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