Opinión

Los problemas iniciales para pasar de los caudillos a las instituciones

Los problemas iniciales para pasar de los caudillos a las instituciones
Periodismo
Abril 28, 2017 19:36 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com


Hoy, vivimos tiempos de reacomodos. Por un lado, tenemos un modelo que definitivamente no supieron, o no los dejaron, ajustarlo para enfrentar las circunstancias nuevas. A la vez, por otro, enfrentamos la carencia de un liderazgo firme, porque el querer quedar bien con todos nunca podrá permitir a nadie asumirlo. Ante esto, surgen un día sí, y otro también, quienes buscan tomar el timón de la nave y ver como llenan los vacíos. Y en ese paquete van desde los que ya fueron hasta quienes desean serlo. Sin embargo, al final de cuentas, a todos se les encuentran debilidades y terminan por ser descalificados. Al estar revisando ese panorama, recordamos los tiempos cuando el país buscaba la fórmula para transitar del tiempo de los caudillos al de las instituciones. Esto será el tema de esta nuestra colaboración.
Transcurría el año de 1929. El país continuaba inmerso en la revuelta inútil, mejor conocida como la Cristiada. El grupo gobernante apenas se reponía del asesinato, cometido por un católico fanático, del ex presidente-presidente electo, Álvaro Obregón Salido. En ese contexto, bajo el liderazgo del estadista Plutarco Elías Calles, se planteaba el esquema para que la nación pasara de un país de caudillos a uno de instituciones. En ello, iba implícita la creación de un partido político que permitiera aglutinar las diversas fuerzas políticas, organizacionales y personales, que pululaban a lo largo del país. Esa no era una tarea menor, ni mucho menos habría de darse en forma tersa y sin que presentara resistencias. Una de ellas, se dio precisamente durante los días en que nacía el Partido Nacional Revolucionario y un grupo de generales decidieron dar inicio a una revuelta armada.
Justo el tercer dial del tercer mes de 1929, todo era tres inclusive la suma del último número, tres generales del ejército mexicano, dos sonorenses, Jesús María Aguirre Moreno y Francisco R. Manzo y un sinaloense, José Gonzalo Escobar decidieron sublevarse en contra del gobierno encabezado por el tamaulipeco, Emilio Portes Gil. Los rebeldes realizaban acciones en ocho estados, Veracruz, Sonora, Oaxaca, Sinaloa, Coahuila, Nayarit, Chihuahua y Durango. A la par, en una novena entidad, Querétaro, representantes de las fuerzas políticas de todo el país estaban reunidos con el objetivo fundamental de encontrar la fórmula que les permitiera hacer de la actividad política un asunto de instituciones en el marco de las cuales fuera factible dirimir diferencias, lograr acuerdos y sentar las bases para que el país creciera y se desarrollara. El 4 de marzo de 1929, nacía el Partido Nacional Revolucionario (PNR) cuyo primer dirigente habría de ser el coahuilense más ilustre del México postrevolucionario, Manuel Pérez Treviño. Sin embargo, la discusión civilizada no frenaba los apetitos de poder de los insurrectos.
Estos rebeldes argüían estar en desacuerdo con los métodos que utilizaban el Estadista Elías Calles y el Presidente Portes Gil para definir el próximo candidato presidencial que sin duda seria el michoacano Pascual Ortiz Rubio. Y como sucede siempre, pues a estos sublevados, beneficiarios del sistema, en cuanto no les dieron lo que buscaban pues les salió el prurito de presentarse como demócratas de tiempo completo, igualito a tantos otros que hoy navegan con un estandarte similar. Pero los del ayer, a diferencia de los de ahora, eran un poco más atrabancados, aunque claro también buscaban vestir con ropajes de desinterés a la lucha. De acuerdo al general Aguirre, quien primero apareció a la cabeza del grupo, los métodos utilizados por los dos personajes mencionados al inicio de este párrafo, ’nulifican el derecho al sufragio y buscan continuar con sus políticas indignas bajo las cuales la libertad ha desaparecido. La intolerancia, la política impúdica y el grupo gubernamental encabezado por [Elías] Calles han comercializado la administración pública para su beneficio propio. Han defraudado el deseo de la población que tiene derecho a la felicidad tras de dieciocho años de luchas y sufrimientos.’ Tras de calificar al gobierno de despótico y a Portes Gil de títere, acusaban padecer una autoridad centralista e imposicioncita que buscaba colocar en las entidades como dirigentes a ’políticos voraces e impopulares.’ Acto seguido, para purificar sus almas, Aguirre clamaba que detrás de su lucha ’no estaba el apoyo a ningún candidato, todo lo que deseamos es la libertad absoluta y que los deseos de la nación se cumplan.’ No obstante esta preocupación por el bienestar general, en realidad lo que animaba a los rebeldes era que el otrora secretario de gobernación y embajador en Inglaterra, Gilberto Valenzuela fuera escogido como el candidato presidencial. Ante esto, se dio la reacción gubernamental.
De inicio, el Presidente Portes Gil enfrentaba otro problema. El secretario de guerra, el creador del ejército mexicano moderno, el general Joaquín Amaro Domínguez, estaba imposibilitado para ir a enfrentar a los sediciosos. Jugando polo, una pelota le ocasionó la pérdida del ojo derecho. Por ello, fue necesario que el estadista Elías Calles volviera a calzarse las botas militares y, como secretario de guerra, encabezara la lucha para terminar con el intento de asonada. Asimismo, en un manifiesto a la nación, Portes Gil apuntaba que ’la causa de la actual rebelión debe buscarse en el cieno de los apetitos más bajos que puedan animar a los hombres. Ni los principios de la Revolución conculcados, ni los anhelos democráticos, ni los deseos de regeneración mueven a esos hombres que hoy se muestran como paladines del impulso anti-imposicionista en que ni ellos mismos creen. Su rebelión nace de su deseo de poder y de su afán de enriquecimiento. Su distanciamiento del Gobierno viene de que no ha querido ser cómplice de ellos para permitirles que sigan acumulando riquezas, ni para tolerarles que con las fuerzas de su mando cometan o autoricen verdaderos delitos.’ Recuerde, lector amable, esas palabras corresponden a hechos acontecidos en 1929. Pero Portes Gil aun agregaba algo sobre los que estaban detrás de los impolutos amotinados, ’…los actuales rebeldes han solicitado la cooperación de los elementos fanáticos para constituir un gran frente de combate que, de llegar a resolverse con la derrota del Gobierno constituido, implicaría el regreso a los procedimientos retardatarios que creemos haber desterrado desde 1910…’ Por supuesto, se refería a las fuerzas militares del cristerismo que a toda costa buscaban aliados para impedir el nacimiento del Estado Mexicano moderno. Como dato al calce, debemos de apuntar que Aguirre de pronto salió muy respetuoso de las creencias religiosa, las cuales invocaba como uno de los objetivos a lograr, pura coincidencia. Mientras eso sucedía aquí, al norte del Bravo acontecían otras cosas.
El 4 de marzo de 1929, tomaba posesión como el trigésimo primer presidente de los EUA, Herbert Clark Hoover. Y adivine usted cual fue el primer asunto que el secretario de estado, Frank B. Kellogg le llevó a tratar la mañana del día cinco, su primero en la oficina, por supuesto que fue el de México. Para entonces, Kellogg ya contaba con el comunicado del mejor embajador que nos hayan enviado durante toda la historia los estadounidenses, Dwight W. Morrow quien tuvo que interrumpir sus vacaciones familiares en Cuernavaca en donde los visitaba Charles Lindbergh, el novio de su hija Anne. Morrow había trasmitido la petición del gobierno mexicano para que se decretara el embargo de la venta de armas y municiones, excepto las solicitudes que al respecto realizara el gobierno de México. Se cerrara el tráfico a los puertos fronterizos y navales en manos de los rebeldes. Que el gobierno estadounidense asegurara le vendería al mexicano los pertrechos de guerra necesaria en caso de requerirlos. Que la nueva administración expresara públicamente simpatía por el gobierno constituido de México. En la medianoche del 8 de marzo, el secretario Kellogg comunicaba a sus cónsules en México que solamente autorizaría exportar armas y municiones vía los puntos de entrada controlados por el gobierno mexicano y que el material de guerra se vendería al gobierno mexicano.
En paralelo, surgían algunas posturas sobre el movimiento armado. Desde Los Ángeles, California, el ex presidente Adolfo De La Huerta Marcor era muy claro y, más preocupado por agenciarse alumnos para impartirles sus clases de canto, enfatizaba que él no apoyaba la revuelta. Por su parte el gobernador de Nuevo león, Aarón Sáenz Garza declaraba que suspendía su precampaña para lograr la presidencia de la república y se ponía a la disposición del gobierno para ayudar en la lucha en contra de los rebeldes. Por su parte, la viuda del Presidente Obregón, María Claudia Tapia Monteverde, en una nota publicada en The Oakland Tribune declaraba: ’deploro la pérdida de vidas humanas...pero estos jóvenes nobles están luchando por preservar los principios de mi esposo.’ A la par, las iglesias en Sonora eran abiertas y los sacerdotes rezaban por el triunfo de los rebeldes.
Para entonces, la lucha armada ya estaba en pleno apogeo. Al día siguiente de su inicio, se nombró a José Gonzalo Escobar como el general en jefe del Ejército Renovador Nacional. Mientras las tropas al mando de Aguirre clamaban tener controladas las principales poblaciones de Veracruz y haber obtenido triunfos importantes en Sonora. Para el 5 de marzo, las fuerzas al mando de Escobar, se apoderaban de Monterrey. Al respecto, hay una anécdota familiar con la que crecimos. En esa época, nuestros abuelos paternos vivían en la zona centro de dicha ciudad y al respecto, nuestro padre, Don Rafael Villarreal Martínez, quien entonces era un infante, nos narraba, y más tarde lo plasmaría en el primero de los libros que escribió, como le tocó ser testigo de los horrores que dejaron las secuelas de la lucha. Sin embargo, una vez superada la sorpresa, los rebeldes empezaron a mostrar que sus apoyos no lo eran tanto.
Para el 7 de marzo, las fuerzas federales al mando del secretario de guerra, Elías Calles, retomaron las ciudades de Veracruz, mientras Aguirre huía para evitar la confrontación al ver que los indios Yaquis se rehusaban a acatar sus órdenes. A la par, en Monterrey, poco le duraba a Escobar lo valiente y después de ocupar la plaza no supo cómo responder cuando empezaron a llegar refuerzos a las tropas federales. Sin embargo, los combates continuarían principalmente en la región norte del país, empujando a los rebeldes hacia la zona fronteriza en donde poco margen tendría para moverse. En ese contexto, cada vez más, los rebeldes iban acumulando derrotas que atribuían en gran parte al apoyo que el gobierno estadounidense daba al mexicano. Así, lo expresaba Escobar a finales de marzo cuando acusaba a Morrow de intervenir a favor del gobierno mexicano, algo que definitivamente era cierto.
Para el 29 de abril de 1929, desde Nogales, Sonora, el secretario de guerra, Elías Calles reportaba al Presidente Portes Gil que, con la rendición de 500 rebeldes, la rebelión en Sonora había terminado y que la mayoría de los cabecillas buscaban un sitio en el exilio. Por esa frontera había cruzado rumbo a los EUA, Francisco R. Manzo, Gilberto Valenzuela, José Gonzalo Escobar y varios generales más entre los que se encontraban Marcelo Caraveo, Román Yocupicio y Jacinto B. Treviño, a quienes no les quedaba otra opción para salvar sus vidas. En esa forma terminaba el intento de asonada de aquellos que ensabanados en la bandera de la democracia decían estar preocupados por el futuro del país, aun cuando realmente lo que buscaban se resume en las palabras del estadista Elías Calles publicadas, en el New York Times, el 10 de marzo de 1929: ’Su propósito es impedir que México entre en una fase en la cual sea regido por un gobierno de instituciones, una meta por la cual hemos luchado y apenas hemos logrado alcanzar. Su propósito es establecer una dictadura militar encabezada por hombres corruptos y de poco prestigio cuyo objetivo es terminar con los logros económicos y sociales que la Revolución ha alcanzado y sustituir un régimen constitucional respetuoso de la ley por una dictadura militar…’ Ya sabemos que no faltar por ahí quien nos critique por invocar los inicios del Estado Mexicano moderno y armados de una memoria corta traten de convencernos de que nada bueno nos trajo. Sin embargo, quienes hemos estudiado la historia sin esperar encontrar puros y castos, estamos convencidos que gracias a la creación de ese sistema fue posible que el país creciera y se desarrollara. Era un sistema que tan operó que fue capaz de dar espacios para todos en rangos diversos, independientemente de su ideología política. Que no fue un sistema perfecto, por supuesto que no. Que no resolvió todos los problemas, tampoco. Pero eso si abrió espacios en muchísimos ámbitos, los cuales había estado cerrados para la inmensa mayoría de la población. Fue tan generoso que hasta hizo lugar para que los perseguidos, provenientes de otros lares, pudieran tener una oportunidad aquí y hasta los impolutos de la derecha tuvieron su espacio para presentarse como enemigos políticos y socios en lo económico. Pero sobre todo, logró que el país creciera y se desarrollara. Que hizo falta ajustarlo a tiempo para que continuara funcionando, no lo vamos a negar. Pero de ahí a embarcarnos en la diatriba que algunos hacen de que todo fue malo sería pecar de ignorancia y olvidar que quienes pertenecemos a la ’cultura del esfuerzo,’ como nos calificara Luis Donaldo Colosio Murrieta, jamás habríamos logrado nada de haber nacido en los años del caudillaje. Porque, recordemos, pasar de un país de caudillos a uno de instituciones fue algo que evitó siguiéramos viviendo en la forma que prevaleció durante la mayor parte del Siglo XIX y lo único que nos dejó fue miseria, ignorancia y con la mitad del territorio. Para recordarlo ahora que algunos iluminados nos ofrecen el cielo, el oro y el moro junto con la pócima mágica para resolver todos nuestros problemas. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (1) Ante el fallo emitido por la OMC respecto al asunto del atún mexicano, tanto los miembros del sector privado como los encargados actuales del sector pesquero gubernamental han mostrado su estatura. Procedieron a colgarse todas las medallas. Dejaron de lado los tiempos en que todo fue una batalla cuesta arriba. Olvidan los nombres de dos funcionarios del Estado Mexicano quienes, en los momentos en que todo parecía perdido, fueron factor fundamental para lograr lo que hoy otros presumen como una victoria únicamente de ellos. Aun cuando nosotros hace muchísimos años que nos alejamos de ese sector, eso no ha hecho que perdamos la memoria. Por ello, y dado que sabemos quién es quién, recordamos a ese par de personajes: Carlos Camacho Gaos y Jerónimo Ramos Sáenz Pardo.
Añadido (2) Siempre lo hemos sostenido, ni la capacidad intelectual, ni la probidad están en función del género. Ese es un cuento alimentado por los políticamente correctos. Como prueba tenemos los ejemplos de manufactura reciente. Las sinvergüenzadas, chicas o grandes, se cometen lo mismo portando pantalones que enaguas.
Añadido (3) Los políticos de una variedad amplia de sabores y colores, al igual que la curia, encendieron los ventiladores. Aquello es un salpicadero que deja a todos malolientes.
Añadido (4) Cuando escribimos el artículo ’Lo indicado era plantarse de frente para definir posiciones y negociar, pero…’ (Zócalo 28-I-2017), recibimos varias críticas. Sin embargo, esta semana fue factible comprobar que nuestra opinión era la indicada. La comunicación directa es el único medio con que contamos para resolver los problemas con los vecinos del norte. Ni modo que los vayamos a solventarlos mediante una confrontación armada.

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