Por un México sin héroes

Fernando Amerlinck

El mes patrio

Por un México sin héroes

Por un México sin héroes
Política
Septiembre 18, 2014 18:05 hrs.
Política Nacional › México Ciudad de México
Fernando Amerlinck › diarioalmomento.com

El mes patrio es pródigo en banderitas, desfiles, gritos, homenajes y demás manifestaciones de la chicharronería nacional. Tiempo en que (como pudo haber dicho Octavo Paz) el mexicano, borracho de sí mismo y de sus frustraciones y rencores, se encuentra en grito y vociferación y abrazo pasajero con otro mexicano, en la juerga ensombrerada y mortal del “¡Viva México cabrooooooones!”.
Es mes de héroes. Único día en que ¡Viva México! se grita tres veces. Única fecha en que el pueblo se reúne en las plazas para afirmar que es mexicano, dar rienda suelta a una catarsis bañada con tequila y sentir un saludo fraterno, libre por un rato de las mentadas cotidianas, las tarjetas a 18 meses sin intereses y el acoso del inspector fiscal o el acoso del extorsionador y el delincuente. Da igual; ambos me quitan contra mi voluntad lo que no tengo y ambos tienen más poder que yo aunque sean mexicanos como yo.



La noche del 15 eso desaparece por un rato. Ni siquiera el Peje se atrevió a impedir la fiesta del Grito y el desfile militar del 16 de septiembre de 2006. La fiesta está tan encarnada en el alma tricolor del mexicano que quienes no festejan en las plazas públicas lo hacen en casa con la familia y los amigos. Es la fiesta mexicana por excelencia.



Esa noche el grito de ¡Viva México! llama a que México viva. Que nuestra patria grande siga viva y que, deseablemente, soltemos nuestro último hálito de vida en la tierra que nos vio nacer. Jorge Negrete lo cantó inolvidablemente: Si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí. Mis cenizas serán polvo y polvo seré, mas polvo mexicano.



Así y todo, y como quiero que México viva y perviva (y no sólo sobreviva) quiero que México sea suma de todos los mexicanos, no nada más de sus ya muertos héroes de bronce, triunfadores sobre antihéroes de lodo.



Los héroes hace mucho dejaron de ser ejemplo de buena conducta (si algún día lo fueron) y no son pertinentes para los vivos. Son dióscuros, sumos sacerdotes de una religión laica nacionalista e intocable que al mismo tiempo es sagrada y profana. Son carne de tabú, bronce de palabra perfecta y máquinas electrocutantes contra sus críticos, activadas por las buenas conciencias de una religión laica paralela: la corrección política.



Los epígonos de esa religión laica paralizan toda crítica a Hidalgo o Morelos, Juárez o Guerrero, Cárdenas y Cuauhtémoc; impiden mencionar siquiera a Iturbide o Miramón, y ven como herejía contra su ósea religión decir algo bueno de Hernán Cortés, Porfirio Díaz, Maximiliano o Carlos Salinas. En ese Olimpo de perfectas divinidades y averno de perversidades infernales queman como hereje al presidente Peña por mencionar a Lázaro Cárdenas en su iniciativa petrolera: la broncínea esfinge sagrada es intocable con el lodo de la “privatización”.



Hace unos días tertuliaba con unos amigos sobre nacionalismo y patriotismo. Me manifesté antinacionalista pero patriota: la nación es una construcción política oficialista mientras que la patria (de la raíz latina pater) evoca a mi tierra, mis padres, mi patrimonio, al patriarca: a mi familia. Y en alguna réplica respondí a botepronto una frase que originó este artículo: quiero un México donde no haya héroes porque los mexicanos vivos no los necesiten.



Es particularmente impolítico decir algo así en el mes patrio. Que lo es con razón: el 16 de septiembre de 1810 Miguel Hidalgo protestó contra el mal gobierno (el de José Bonaparte, hermano del invasor francés que secuestró al rey de España) e inició una guerra civil que pronto se derivó a buscar la independencia; el 27 de septiembre de 1821 Agustín de Iturbide consiguió finalmente la independencia e inauguró como oficial la bandera tricolor; el 11 de septiembre de 1829 el general Antonio López de Santa Anna consolidó la independencia al derrotar en Tampico a la última incursión española que trató de reconquistar México; el 13 de septiembre de 1847 defendió su Colegio Militar en Chapultepec un notable contingente de unos 50 muchachos abandonados por un ejército que incurrió en todo tipo de cobardías y traiciones. El Colegio era una institución prestigiosa, y por eso lo atacaron los invasores gringos. Recomiendo esto de Gerardo de la Concha:

http://bicentenario.gob.mx/13septiembre/Antologia/Los_ninios_heroes_en_la_historia_y_en_el%20mito/pageflip/index.html



Hace mucho perdí la esperanza de que se grite entre los “¡Murió por la Patria!” al cadete del Colegio Militar Miguel Miramón, herido junto con sus 6 famosos compañeros en Chapultepec y fusilado por Juárez en 1867; o que algún presidente grite ¡Viva Iturbide! en el Zócalo la noche del 15. Pero finalmente, ¿es importante?



¿Sirve a este país que cada ciudad, pueblo, aldea, ranchería o villorrio tenga que apellidarse “de Allende”, “de Carrillo Puerto”, “de Zaragoza”? ¿Tendrá más mérito Benito Juárez para que se llame así un aeropuerto, que el primer aeronauta Joaquín de la Cantolla, Emilio Carranza (“el Lindbergh mexicano”) o Francisco Madero, primer presidente en subirse a un avión? Y a fin de cuentas, ¿sirven de algo los héroes?



Yo creo que hasta daño nos hace tanto homenaje a figuras míticas. Yo preferiría dar descanso eterno a nuestros héroes impolutos y broncíneos y resucitar a los claroscuros villanos para ver si empezamos a entender la historia, aprender de ella y hacerla útil para construir una patria un poco mejor. Acaso septiembre sea idóneo para hacer una reinterpretación más poderosa de nuestra sangrienta, confusa y mayormente vergonzosa historia.

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