“Julio César” deja de robar celulares y se prepara para infamias mayores

Alex Sanciprián

“Julio César” deja de robar celulares y se prepara para infamias mayores


De “niño de la calle” al indecible destino como proveedor de iniquidades.

“Julio César” deja de robar celulares y se prepara para infamias mayores
Ciudad
Octubre 10, 2014 14:16 hrs.
Ciudad Municipios › México Estado de México / Texcoco
Alex Sanciprián › todotexcoco.com

Texcoco, Edoméx.- El caso de Julio César, uno de los ladrones de celulares que tenía en jaque a la policía y a decenas de estudiantes que pasaban por el Centro de Texcoco y que recién fueron atrapados por la Policía Municipal, me hizo recordar aquella clasificación sociológica que sin llegar a ser rigurosa ley apunta que “es el ser social el que determina la conciencia del hombre y no al contrario”.

Me explico: se denomina “falsa conciencia” al pensamiento de los individuos que no es consecuente con sus condiciones materiales de existencia. Esto, además de no ofrecer una visión fiable de la realidad, dificulta conocer la verdad.

Según Marx, es el ser social el que determina la conciencia, no la conciencia la que determina el ser social.

Para ejemplificar: la “falsa conciencia” es la adopción de la ideología burguesa por un trabajador asalariado. Esto también puede expresarse diciendo que ese trabajador carece de conciencia de clase; adopta una visión del mundo que no concuerda con sus intereses individuales y de clase.

El punto es que el joven Julio César nunca llegó a ostentar ni siquiera el estatus de trabajador asalariado. Ha sido, a lo largo de sus 19 años, “un chico de la calle”. Es un truhán que a la vuelta de los años se convirtió en lo que algunos vislumbraban: un perfecto hijo de la mala vida y bandido de poca monta.

Es probable que muchos vecinos de Texcoco lo vieron, lo conocieron, lo miraron sin observar.

Él era uno de los muchos “niños de la calle” que en el devenir de los años se aposentan en las esquinas y venden y ofrecen fruta, chicles, dulces y chocolates a los manejadores.

Él lo hacía, junto con otros, también en los alrededores del Jardín Municipal y del Mercado. En consecuencia, era común verle en los negocios del Centro de la localidad, inclusive a altas horas de la noche. Tenía que cubrir su venta de chocolates para no recibir maltrato por parte de quienes, se sabe, “regentean” a estos menores.

En el 2005 era un chico de 10 años que, junto con otros que ahora han pasado la adolescencia y son hombres hechos y derechos, habitualmente deambulaba por las noches en bares y cantinas para completar la venta de chocolates. Al paso de algunos años dio el salto, al igual que sus amigos, y cambio de giro: ya no vendía golosinas. Se habilitó como aseador de calzado, como “bolero”.

De alguna manera, su ser social fue configurando su conciencia al igual que sus pares y entonces tornaron en pandilla, y de pronto sus maliciosas acciones, sus estafas menores, infantiles, se convirtieron en delitos. Asumieron el robo y también su razón de ser tuvo matices de franco signo maligno y perverso.

Dejaron de ser “niños de la calle” y asumieron a plenitud su categoría de malandrines, de sinvergüenzas, aptos para cualquier villanía.

Los programas gubernamentales asistencialistas nunca lo alcanzaron, ni lo protegieron. Ahora, todo indica que pasará varios años a la sombra, en la cárcel, alimentando su resentimiento social, acumulando rencor, para cuando regrese a las calles en calidad de lacra graduada en infamias mayores.

Así que de nada vale arquear las cejas, ni tampoco cebarse en su cruel destino manifiesto.

Tal vez si alguien hubiera dictaminado, gestionado, en los años en que Julio César era un niño, poner en marcha efectivos programas de ayuda social su realidad y su ser social sería diferente, así como el destino de los adultos que desde siempre “regentean” a los “niños de la calle”.



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