Los problemas para el gobierno federal no sólo no disminuyen, sino que aumentan. Y el viaje presidencial por China y Australia tendría que arrojar resultados sobresalientes para compensar las duras críticas internacionales que se han lanzado sobre el presidente Enrique Peña Nieto.

Las críticas y cuestionamientos, como los presentados en China, tiene por supuesto su origen en el cambio de señales que llevó a dar por cancelada la licitación que dio como vencedora a una empresa paraestatal de ese país. Pudiera ser que en este caso, los señalamientos pudieran ser esquivados.

Pero para la mala fortuna del gobierno mexicano, las críticas no son exclusivas de un país. Han llovido en todos los tonos y en todos los idiomas.

El caos que para el gobierno de Peña Nieto han significado los conflictos de Tlatlaya, Iguala, IPN y ahora la famosa residencia de la familia presidencial, han colocado al régimen contra la pared. Y si se apostó a que el viaje al oriente ayudaría a suavizar las cosas, la estrategia podría no dar los resultados esperados.

Queda claro que el gobierno mexicano se lanzó de lleno tras la idea de acelerar los intercambios comerciales para, de alguna manera, dar fuerza a las condiciones económicas internas y, con ello, aliviar un poco al menos, la presión existente en lo político.

Pero es obvio que las cosas no sólo no resultaron como se deseaba. Las críticas recibidas desde el exterior dejan ver que el gobierno de Enrique Peña Nieto tendrá que trabajar muy duro, para resolver la crisis a que se enfrenta.

El sentido de las críticas es claro. El país está de cabeza, y el presidente decide salir de viaje. O como se dijera en Los Angeles, en tanto el Palacio (Nacional) está en llamas, y las calles repletas de manifestantes enojados, el primer mandatario decidió salir del país.

El fondo del problema entonces, ya no es algo “local” ni mucho menos un conflicto que pueda resolverse a base de discursos y reuniones de trabajo o en plazos inmediatos, mediante una versión nueva de los pactos.

El reto para el gobierno es la forma en que se dará solución al problema de la inseguridad. Que, se reconozca o no, ha sido el detonante de todo. Y como la seguridad fue una de las promesas más importantes de la campaña presidencial de EPN, el tiempo trabaja en contra del gobierno.

Si lo que se ha evidenciado es que el manejo de las cifras que presentó el gobierno en sus casi dos años de gestión no tenía nada que ver con la realidad, la solución tendría que encontrarse en una reforma de la estructura encargada de la impartición de justicia.

No se requiere de mucho para entender, con los casos de Iguala y Tlatlaya en la mente, que las instituciones encargadas de la investigación son simplemente, una forma de gastar dinero, pero no de encontrar y sancionar culpables.

Por ello la presión internacional. La demanda es por la aplicación de la justicia. El castigo a los culpables.

Y en ese punto, la aparición del tema de la residencia de la familia presidencial simplemente viene a complicar todo el panorama.

En el exterior las interrogantes van y vienen. Y la respuesta oficial es, en el mejor de los casos, insuficiente. La demanda es por un efectivo combate a la corrupción. Y el fin de la impunidad.

El nuevo viaje del presidente puede tener en plazos cortos, algún tipo de resultados. Pero ante la ola de cuestionamientos y críticas al gobierno mexicano, todo hace suponer que mejor le hubiera ido al titular del ejecutivo si hubiera permanecido en el país.

Y si las respuestas no llegan pronto o se quedan en el terreno de la apariencia, es fácil adivinar lo que habrá de suceder en las elecciones del año próximo.