A pesar de que ‘La tumba’ fue escrita hace poco más de medio siglo, su narrativa no pierde la frescura juvenil y el tema sigue teniendo vigencia… en esa época los jóvenes se revelaban ante padres autoritarios y se emborrachaban para ir contra el establishment; hoy hacen lo mismo porque se sienten abandonados por sus progenitores -ocupados en sus propias vidas- aunque satisfagan todos sus requerimientos para una existencia sin preocupaciones, o bien porque avistan un panorama tan desolador para su futuro, que prefieren vivir el momento al límite sin importar las consecuencias.
Iniciador de la llamada ‘literatura de la onda’, Agustín fue el primero en introducir en las letras nacionales el lenguaje desinhibido de los jóvenes sesenteros que, a imagen y semejanza de James Dean en la cinta ‘Rebelde sin causa’, para desafiar a sus padres cambiaron su forma de hablar, de vestir y de comportarse, como lo dictaba la moral vigente y las buenas costumbres de la sociedad mexicana a inicios de la segunda mitad del siglo XX.
Agustín, junto con Gustavo Sainz (fallecido a fines de junio pasado), fueron pioneros en mostrar el comportamiento de los ‘baby boomers’, jóvenes clasemedieros que estudiaban en escuelas particulares y vivían en la colonia Del Valle o la Narvarte de la capital mexicana en condiciones desahogadas -sus padres estaban dentro del sistema; sus madres se dedicaban a estar a la moda y jugar canasta-, poniéndolos por primera vez como protagonistas de una obra literaria.
Un elemento esencial en ‘La tumba’ (edición conmemorativa, octubre 2014, Penguin Random House, 139 páginas) es el escenario urbano, principalmente el Distrito Federal, porque con las andanzas de Gabriel Guía, el personaje principal de la novela, la atención del lector se vuelca hacia la urbe que ha dejado de ser rural para convertirse en cosmopolita y cómo esa transformación cambió la conducta y la manera de hablar de los jóvenes, que comenzaban a desinhibirse ante los convencionalismos sociales y culturales.
El desenfado de esta generación es plasmado por José Agustín en esta obra con la naturalidad que le daba la edad que tenía en el momento de escribirla, pues él mismo exploraba la sexualidad, las drogas y la velocidad, pero también reflexionaba sobre el lugar de los jóvenes en el mundo, la soledad de la adolescencia, los ideales imposibles, el valor de la existencia y el hartazgo de muchos de sus contemporáneos de una vida vacía.
Se trata de una novela de chavos para chavos, en la que su autor utiliza una creatividad lúdico-inventiva que parodia el quehacer literario, a través de la tipografía, la puntuación o la falta de ésta, el uso de neologismos y barbarismos, así como la cotidianidad del lenguaje que prefiere lo fonético a lo ortográfico, con lo cual constata que una de las características del mismo es su polivalencia y ambigüedad.
Aunque pareciera que ‘La tumba’ es una novela frívola por la forma de narrar la historia, por las trivialidades de la cotidianeidad que incorpora en el devenir de la vida de los personajes y por el erotismo verbal, su personaje central hace críticas al modo de vida burgués y moralista en el que está inmerso, pues sus lecturas incluyen a filósofos como Kierkegaard, Heidegger, Nietzsche o Marx; también cita infinidad de poemas franceses, alemanes e ingleses. Gabriel, aunque es un joven bastante ‘reventado’ que gusta de las fiestas casi orgiásticas en Cuernavaca, también disfruta la soledad leyendo a Chejov, Kafka, Rimbaud, Stendhal y Marlaux con música clásica de fondo.
La ópera prima de José Agustín es una sátira general de la sociedad urbana de México en los setenta, indispensable para comprender la historia contemporánea de un país que, gracias a la contracultura de sus jóvenes, comenzó a modernizar su conducta para evolucionar hacia una sociedad más libre y con conciencia social.
Post scriptum
Narrador, guionista, periodista, traductor y dramaturgo, José Agustín Ramírez Gómez estudió la carrera de letras clásicas, dirección cinematográfica, actuación y composición dramática. En Estados Unidos fue profesor en la Universidad de Denver y participó en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. Ha sido conductor y productor de programas culturales de radio y televisión, coordinador de talleres literarios y colaborador en distintos suplementos y revistas.
Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y de la Fundación Guggenheim. Ha recibido varios reconocimientos, entre ellos, el Premio Juan Ruiz de Alarcón, en 1974, otorgado por la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro, por su obra ‘Círculo vicioso’; en 1993, el Premio Latinoamericano de Narrativa Colima para obra publicada, por ‘Ciudades desiertas’, y ese mismo año, el Premio Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón, por su trayectoria literaria y su aporte a las letras mexicanas.
Es autor de ‘Tragicomedia mexicana’, una serie de crónicas de tono satírico sobre la vida política de México. En 2001 publicó ‘Los grandes discos de rock (1950-1975)’, mezcla de narrativa, crónica y ensayo. Es autor de dos autobiografías: ‘José Agustín (autobiografía)’ y ‘El rock de la cárcel’, en la que relata su estancia en el Palacio Negro de Lecumberri, sobrenombre de una cárcel mexicana donde se encerró a varios disidentes mexicanos en los peores tiempos del autoritarismo del gobierno del PRI, aunque no estuvo en ella por razones políticas, como se relata en la obra.
Entre sus novelas destacan ‘De perfil’ (Joaquín Mortiz, 1966), ‘Se está haciendo tarde’ (Joaquín Mortiz, 1973), ‘El rey se acerca a su templo’ (Leo-Mex, 1977), ‘Cerca del fuego’ (Plaza & Janés, 1986), ‘Luz interna’ (Grijalbo, 1989) y ‘Luz externa’ (Grijalbo, 1990). Sus cuentos ‘Inventando que sueño’ (Joaquín Mortiz, 1968), ‘La mirada en el centro’ (Joaquín Mortiz, 1977) y ‘No hay censura’ (Joaquín Mortiz, 1988) también forman parte de la narrativa contemporánea nacional.