La vida como es…

Octavio Raziel

Fotografía

La vida como es…

La vida como es…
Periodismo
Julio 28, 2015 20:54 hrs.
Periodismo Estados › México Ciudad de México
Octavio Raziel › diarioalmomento.com

Una tarde, mientras en las húmedas selvas los mamuts retozaban en los pantanos, un tipo levantó una rama de entre el negro rescoldo de la fogata recién apagada. Vio, sorprendido, que la rama dejó su marca en el piso. Tomó esa ceniza negra con la mano izquierda, colocó su mano derecha sobre la pared de roca, sopló y…nació la primera fotografía de la humanidad. Era su mano, el casi fiel reflejo de lo que él era.
Más de 30 mil años después, los seres humanos, con unas enormes cajas, desde donde veían en su interior, invertido, lo que afuera era realidad, tenían una placa de cristal preparada con plata e imprimían el momento al dejar pasar la luz.
La búsqueda de plasmar la realidad –además de la pintura, que era tardada y para unos cuantos- atravesó la historia desde Leonardo Da Vinci y sus pupilos –casi 500 años- hasta nuestros días.
Pero como esta reflexión no es una clase de historia de la fotografía, pues tendríamos que pasar por daguerrotipos, polaroid, la moderna holografía y fotografía digital o la kirlián, que capta nuestra aura, nos centraremos en esos papeles que se llevan el espíritu de las personas.
Aún hay grupos humanos que consideran que el tomarles una fotografía les roba el alma, o bien que les impedirá acceder al Paraíso. Esto pareciera cierto cuando se observan en algunos tianguis fotografías, todavía protegidas con elegantes marcos y cóncavos cristales; con dedicatorias hacia el ser amado, para la familia o los amigos. Las de viejos políticos, de mostacho y chistera, o las de matrimonios donde la novia estrena albo vestido mientras que el varón lo que quede. Hasta esos mercados –de pulgas, diría la socialité- llegó el alma de personas a las que un buen día los nietos, bisnietos, choznos y sucesores, consideraron un estorbo para el estilo minimalista en boga.
Una temporada diome por el arte de la lente–gané el 2° lugar en un certamen de fotografía en el que participaron todas las universidades del país- Las primeras gráficas las tomé con una pequeñísima cámara para espías, la mitad de una cajetilla de cigarros y de doce cuadros para blanco y negro. Luego una Zeiss Ikon, de fuelle, alemana, regalo de mi padre, de la II Guerra Mundial, con una profundidad de campo increíble, que aún funciona de maravilla. Le siguió una Pentax K-1000 y al final, la digital.
La radio permite, al escucharla, imaginar, a diferencia de la televisión que entrega todo digerido. Así, una radionovela describía cómo un avezado detective proponía tomar una fotografía al ojo del muertito para recoger lo último que vio, esto es, la cara de su asesino. Aún niño, no dormí varias noches pensando cómo podría ser eso. Hasta la fecha sigo varado frente a esa incógnita.
Debe haber personas que piensan que el buen fotógrafo es aquel que acudió a las mejores academias del oficio. Es posible, en lo técnico, pero no en su espíritu. Cualquier fotógrafo profesional nos dirá que mucho de su arte es instinto, y que cuando su modelo es el ser humano, espera recoger la grandeza de su ser interior, no sólo la del exterior. Escoger el motivo, observarlo, contener la respiración y disparar. En ocasiones realiza estos pasos en milésimas de segundo.
Las modernas máquinas nos permiten salvar muchos obstáculos que los artistas del blanco y negro no podían hacer. Había que cuidar los juegos de luces y los claro-obscuros de los objetivos; no era sólo tomar la foto, sino revelarla e imprimirla. Los tiempos para el proceso eran fundamentales; desde escoger la gráfica hasta llevarla a la secadora.
Fotografiar, es convertir en obras de arte lo que vemos a través de la lente; capturar la luz, detener el vuelo de las aves, congelar el tiempo. A diferencia de los turistas que se interponen entre una belleza natural o creatura del hombre, el artista de la cámara busca la otra realidad.
Las gráficas nos permiten remontarnos a épocas de nuestra vida que en ocasiones no quisiéramos recordar. Años dolorosos en los que la mirada captada nos delata. También a instantes de felicidad que hubiéramos querido mantener, como en ese papel, para siempre.
Cientos, tal vez miles de negativos y positivos de gráficas que tomé de1968 hasta el 2001 de disturbios, marchas, reportajes especiales, personajes de todo tipo, inclusive algunas personales, decidí que el mejor lugar para ellos estaba en la chimenea de la casa. Ese momento significó el rompimiento de una etapa y el renacer hacia un nuevo capítulo de mi vida: Quemando, liberando el pasado.

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