Del Buen Fin a la felicidad posible o más allá del recorrido por la plaza comercial

Alex Sanciprián

Del Buen Fin a la felicidad posible o más allá del recorrido por la plaza comercial


Los años no admiten engaños. La memoria suele cautivarse por bondades falsas y remordimientos prescindibles también.

Del Buen Fin a la felicidad posible o más allá del recorrido por la plaza comercial
Ciudad
Noviembre 14, 2015 15:46 hrs.
Ciudad Municipios › México Estado de México / Texcoco
Alex Sanciprián › todotexcoco.com

Texcoco, edoméx.- La felicidad tiene muchos rasgos similares al tiempo: está configurada de episodios, de pequeñas cosas, de sutiles aspectos que resaltan en el todo: la espuma de las olas, las nubes del cielo, el fraseo aleccionador del jazz, los indispensables pasos de un baile folclórico.

La felicidad está enfrente de uno mismo, en la voz, la presencia, la dotación de tranquilidad que emana de algunas personas, de ciertos atardeceres, de fugaces albas, del aroma que desprende una taza de café, el brillo de una sonrisa, la adquisición de algún artículo.

La felicidad está lejos de adquirirse y llevarse a casa en el marco de los ofrecimientos del Buen Fin.

Existen muchas variables por descubrir de la felicidad en el aparador que luce cada uno de nosotros: desde la sonrisa repentina o en el agrio gesto de quien despierta y anda por el mundo reprochando su suerte porque el día está soleado, gris o tormentoso.

De la felicidad posible o más allá del recorrido por la plaza comercial.

Los años no admiten engaños. La memoria suele cautivarse por bondades falsas y remordimientos prescindibles.

La casualidad del azar es apenas la génesis de algo maravilloso o pernicioso o nebulosamente fantástico.

Atisbar con calma y sobriedad, diríase con elegancia, sensiblemente el panorama de ofertas propicia, por lo regular, compras sensatas.

La felicidad surtidora de ideas, palabras, imágenes.

Habitar la felicidad impone olvidos, auspicia culto a la inmediatez, no agobiarse por el mañana y el futuro inmediato, ni tampoco por la recurrente nostalgia.

Señalan los clásicos que la felicidad está en la ordinaria acumulación de bienes, novedades tecnológicas. Desde los tiempos de Don Porfirio y un poco más atrás está comprobado que la felicidad es un paréntesis de enigmática satisfacción con perfume de egoísmo.

Es decir, está concebida como algo fragmentario, en secuencias. Y, prácticamente, se le percibe como suntuaria condición de vida.

Es un factor humano en sistemática construcción. Y sin embargo es posible asumirla, desarrollarla al desechar la automática negatividad que induce el pesimismo, la amargura, la acumulación de contradicciones y rencores, la envidia enfermiza.

Vivir con lo esencial, en paz con uno mismo, en equilibrio interno, ayuda a conquistarla.

La felicidad en tránsito a veces se tropieza. Y luego avanza.

Las almas ávidas de riqueza económica y transitorio poder luchan contra la felicidad al negarla por las amenazas de perderla, de extraviarse de sus manos por culpa de los otros, del tiempo y de la muerte.

La casa del ser es el lenguaje. La felicidad es una atmósfera habitable. Se esfuma o permanece por equilibrios internos o prejuicios dañinos, obsesivos.

La felicidad puede ser una situación límite. Ir de compras también.

Quienes desconocen el brillo de la felicidad aspiran a ella, como en los rezos. Es lujuria maldita entre quienes pretenden difuminarla, disfrazarla o más bien esconderla desde su magnífica vulgaridad. Ostentarla es su delirio; reconocerla a plenitud y asumirla su fatal incapacidad.

Quienes sienten su ausencia la buscan y al presentirla tratan de retenerla como tesoro.

Siempre es fugaz y contundente la felicidad. Deja huella indeleble. Existe, es.

Aquellos que la han conocido sienten que es, debe ser, patrimonio exclusivo, lloran, sufren.

Los menos que reconocen las múltiples vías de acceso a la felicidad la comparten para que alumbre otros rostros, otras almas.

Y también la felicidad puede ser un montaje efímero de fin de semana, un escenario fugaz de realidades que ocurren sin la suficiente luz que hace brillar a los personajes. Y se escuchan discursos monocordes, música propia de elevadores y salas de espera.

Por obra y gracia de la publicidad la felicidad transita invisible.

















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