La historia registra a la Güera Rodríguez como una mujer cercana al poder político. Quizá, sin ella, nuestra independencia no se habría consumado.
Así lo estiman historiadores refutados. Pero es más acuciosa la marquesa Calderón de la Barca. Ella, esposa del primer embajador de España en México, en 1833, durante los dos años que permaneció en nuestro país, escribió un diario que plasma la vida de esa ilustre dama.
María Ignacia Javiera Rafaela Agustina Feliciana Rodríguez de Velasco Osorio Barba Jiménez Bello de Pereyra Fernández de Córdoba Salas Solano y Garfias fue una mujer bella. De buen cuerpo. De mediana estatura. Elegante y de alcurnia. Nació en los estertores de la Colonia y murió en los primeros años del México independiente. La conocían como la Güera Rodríguez.
En la memoria colectiva doña María Ignacia Javiera Rafaela Agustina Feliciana que nació el 20 de noviembre de 1778, en la Ciudad de México, vivió en la Tercera Calle de San Francisco, hoy Madero, en el Centro Histórico.
Tuvo una vida multifacética. Muy bella, con muchos admiradores y varios amantes, que van desde Simón Bolívar (en la juventud del Libertador de Venezuela) hasta el consumador de la Independencia, Agustín de Iturbide.
Además tres maridos y muchas otras aventuras que se le achacan, como su romance con el científico alemán Alejandro von Humboldt.
Lo más importante de ella, dice madame Calderón de la Barca, fue su inteligencia, su habilidad y sus cualidades excepcionales para la intriga política, lo cual desencadenó tres intervenciones en las etapas formativa y consumadora de la Independencia del país.
La primera fue en 1808. El entonces virrey José de Iturrigaray, se quedó muy cerca de consumarla. Hubo una conspiración, en la que participó ella como artífice oculto, para convertirlo en José I, rey de México.
La noche en la que Iturrigaray fue depuesto como virrey, un grupo de españoles tradicionalistas, encabezados por el hombre más rico de la Nueva España, Gabriel de Yermo, evitó la separación. A partir de ese momento tomó fama como partidaria de la independencia de la nación.
Como doña María Ignacia tenía fortuna, se le acusó de mecenas y cómplice del movimiento independentista, que encabezado el cura Miguel Hidalgo y Costilla Y en 1811 fue acusada y llevada a juicio ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Sin pruebas concretas, la absolvió de toda culpa.
Lo atribuyen a que en la mansión de la Güera Rodríguez, en ese tiempo eran famosos los saraos, reuniones sociales que se realizaban por las tardes por las principales familias de México. Se servían licores, bocadillos, aguas nevadas (nieve de los volcanes, endulzadas con algún sabor de frutas), pocillos de chocolate y los famosos dulces elaborados por monjas en sus conventos. Los saraos más famosos y concurridos eran en la casa de La Güera Rodríguez.
Daba la coincidencia de que uno de los concurrentes más asiduos era Del Castillo, quien formó parte del ejército de Hidalgo. A través de éste, ella enviaba dinero para apoyar el movimiento independentista.
Por ello la denunciaron y la Inquisición la citó para enfrentar los cargos que le imputaron. Sin prueba alguna.
La Güera Rodríguez fue una de las pocas personas, en la historia del México colonial, que pudo presumir el haber salido totalmente libre de cargos y evitar las torturas que el Santo Oficio ponía como castigo: la hoguera, el potro de los tormentos o la Ejecución
A sus delatores por conocimiento de todo lo que ocurría en la sociedad los acusó de corrupción, aventuras amorosas e incluso a uno de los inquisidores de pedofilia.
La historia, por supuesto, merece otro capítulo de la ilustre dama que conoció íntimamente a muchos personajes. Mañana.
craveloygalindo@gmail.com