BAJO FUEGO

José Antonio Rivera Rosales

**Volver al pasado

BAJO FUEGO

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Seguridad
Noviembre 30, 2015 22:39 hrs.
Seguridad Estados › México Guerrero
José Antonio Rivera Rosales › codice21.com.mx

Como en un mal sueño, la secuencia lineal de una aventura onírica a veces nos lleva a caminar en un laberinto sin fin en el que, indefectiblemente, la historia se repite.

Es lo que parece estar sucediendo en México, donde la evolución de los acontecimientos parece llevarnos al reencuentro del punto de partida, en el que los viejos capos del narcotráfico -ya repuestos de su estadía en prisión todos estos años-, parecen estar dispuestos a regresar por sus fueros.

Es el caso de, por citar un perfil emblemático, Rafael Caro Quintero, quien recién salido de prisión en 2013 de inmediato procedió a poner distancia del gobierno mexicano para evadir un juicio de extradición que eventualmente lo colocaría en el umbral de una prisión norteamericana, el terror de todos los capos de la droga.

Caro Quintero, el emblema de los capos de la década de los 80, estuvo en prisión 28 años tras lo cual salió libre en agosto de 2013. Su caso, prototipo de la corrupción del Estado Mexicano, cobró notoriedad cuando en 1984 su rancho “El Búfalo” fue expuesto ante los medios de comunicación, lo que causó un escándalo político gigantesco.

No era para menos: ubicado en el estado de Chihuahua, su rancho contaba con cuatro mil hectáreas sembradas con mariguana que estaban bajo resguardo de un mando militar y tropas. El sembradío contaba con sistema de irrigación, asistencia técnica y todo lo necesario para ser considerado un campo de cultivo de élite.

Versiones dignas de crédito apuntan a que este caso particular de corrupción en el que participaba personal de mando del Ejército Mexicano, fue revelado por Enrique Camarena Salazar, efectivo de la agencia antidrogas estadunidense (DEA), quien lo hizo público causando un fenomenal escándalo. Jamás se lo perdonarían.

Con Ernesto Fonseca Don Neto, Miguel Ángel Félix Gallardo y otros capos de entonces, Caro se dio a la tarea de perseguir a Kiki Camarena, hasta finalmente atraparlo y torturarlo hasta la muerte, lo que ocurrió en 1985. En el episodio, según diferentes versiones filtradas a la prensa por la DEA, habrían participado altos funcionarios del gobierno mexicano.

Ahora, a la distancia, sabemos cómo funcionaba el modelo de impunidad y protección a los barones de la droga mexicanos: en realidad se trataba de un pacto de conveniencia con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), según el cual los jefes del narco proveían suministros para la contra nicaragüense a cambio de permitir el tráfico de drogas.

Inclusive, de acuerdo con nuevas vertientes de la historia, conocidas por confidencias hechas públicas por exagentes norteamericanos encargados perseguir el tráfico de drogas, desde aquella agencia norteamericana, la CIA, se dio el visto bueno para el asesinato del agente Kiki Camarena.

A ese nivel de degradación estaban las cosas en la primera mitad de la década de los 80. El escándalo fue tal, que cimbró a diferentes personajes del gobierno mexicano, los que se vieron obligados a perseguir y encarcelar a los capos de la droga que integraban entonces la alianza de intereses que se conocía como Cártel de Guadalajara.

¿A qué viene esta historia?

Bueno, 28 años después, fuentes conocedoras del entorno en que se desenvolvieron los traficantes de aquella época, consideran que llegó el momento en que las cosas vuelvan a ser como eran antes: es decir, que los traficantes de droga se dediquen a traficarla y que los terceros y cuartos que llegaron a roles de mando se vayan a sus casas…o a una tumba.

Trascendidos dignos de crédito, que coinciden en lo fundamental, apuntan a la misma ruta: varios de los viejos capos resolvieron retornar por sus fueros y en 2016 tomarán el control del tráfico de drogas en México.

Ello propiciará, como es lógico suponer, una nueva oleada de violencia por el control de rutas, territorios, logística y droga en todo el escenario nacional, pero particularmente en las áreas geográficas que controlaban originalmente los viejos capos.

Según la versión, este proyecto estaría encabezado por Caro Quintero -enfurecido porque el gobierno mexicano pretende despojarlo de una parte sustancial de sus capitales, ocultos en otros países-, sin tomar en cuenta todos los años que pagó con prisión.

Así, con el respaldo de su riqueza, los capos actuarían en concertación para desplazar a los jefes actuales de las bandas criminales que pululan por todo el país sembrando el terror entre decenas de miles de familias mexicanas (¿recuerdan los 26 mil desaparecidos, que con seguridad están muertos?).

Tal como lo describen las fuentes, lo que se avecina en México, probablemente en el segundo semestre de 2016, es una nueva oleada de violencia por el control territorial que muchos delincuentes menores usurparon a los verdaderos jefes del tráfico de drogas, el negocio que pretende restablecer en toda su magnitud esta alianza de barones de la droga.

Eso significaría que sus embates estarían dirigidos, también, contra los secuestradores y los extorsionadores que se han volcado a despojar a muchas familias de lo poco que tienen. En la lectura de estos personajes, el narcotráfico volvería a ser lo que era antes: sólo un trasiego de drogas que, en compensación, mantendría una sana distancia de los intereses de la población.

“Ahora todas las patas son jefes”, era la descripción, propia del caló delincuencial, que usaba una de las fuentes para definir lo que sucede en la actualidad, en la que los jefes de las bandas delincuenciales asesinan a ciudadanos si no pagan la cuota exigida.

“El peor error del gobierno fue haber matado a Arturo Beltrán, que mantenía a raya a los lacrosos”, remató la fuente con esa lógica simple y, al mismo tiempo, aterradora, con la que el lenguaje popular describe los episodios convulsos en que subsisten todos los mexicanos en lo general, y los guerrerenses en particular.

Esto es: estamos parados frente a una tormenta perfecta cuya trayectoria amenaza con atropellarnos. A todos los mexicanos.

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