Los escritos de, y acerca de, Pelagio quien terminó como celebrante del Presidente Díaz morí

Guerrero HABLA

Rodolfo Villarreal Ríos

Los escritos de, y acerca de, Pelagio quien terminó como celebrante del Presidente Díaz morí

Los escritos de, y acerca de, Pelagio quien terminó como celebrante del Presidente Díaz morí
Periodismo
Febrero 06, 2016 08:34 hrs.
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El nombre, del emisor y figura prominente en varios escritos, podría parecernos extraño. Sin embargo, en el México del ayer, las acciones del personaje con tal apelativo tuvieron un costo alto para la patria tanto por su papel de conspirador como el de importador del segundo emperador de opereta que sufrió la nación. Erróneamente tendemos a ubicar su origen en Puebla, pero fue Zamora, Michoacán el sitio en donde nació Pelagio Antonio De Labastida y Dávalos. Sobre su cuna y raíces genealógicas no nos ocuparemos, lo nuestro es la historia y en ese contexto apuntaremos de cómo utilizó sus recursos pecuniarios abundantes para lograr los ascensos en la carrera eclesiástica, así como de su actividad febril para lograr que alguien “de razón” viniera a gobernar estas tierras de salvajes, además de evocar la forma como reconvirtió un rejego, algo que le redituó a la iglesia ganancias pingües. De todo ello, les comentaremos.

Para llegar al arzobispado de Puebla, De Labastida contó con el apoyo de su amigo, el obispo de Michoacán, Clemente de Jesús Munguía y Núñez quien mediante intrigas, y fuertes sumas pecuniarias, convenció a quienes se oponían al nombramiento. Sin embargo, para poder ratificar la designación de Pelagio era necesaria la aprobación papal. Ante ello, el beneficiario fue a ver al delegado apostólico en México, Luigi Clementi a quien persuadió de enviar a Roma un informe en el cual el representante del pontífice mencionaba “una aprobación unánime del clero y los habitantes de la diócesis… [quienes] lo tenían por un santo.” En realidad, para los poblanos, De Labastida era un desconocido (ya tendrían tiempo para conocerlo, diríamos nosotros). A eso, Clementi aderezó que el michoacano podría ser considerado como un apóstol. Ante ello, el 23 de marzo de 1855, Giovanni Maria Mastai-Ferretti, Pío IX, lo nombró para el cargo. Y como ya sabemos qué favor con amor se paga, el delegado recibió como agradecimiento cuatrocientas onzas de oro provenientes del nuevo arzobispo y un anillo pastoral, adornado con brillantes, de igual valor, por parte del obispo Munguia. No vaya a pensarse que aquello era un negocio, se trataba simplemente de un agradecimiento espiritual.

Cuando la Revolución de Ayutla estalló en Guerrero, De Labastida proporcionó recursos a López De Santa Anna quien pronto comprobaría que sus socios no eran de fiar y acabó enemistado con ellos debido a que ya no quisieron proveerle de más monedas. Durante la Guerra de Reforma, De Labastida utilizó a su agente, el padre Francisco Javier Miranda y Morfi, para fomentar la rebelión en todos los estados. Contando con trescientos mil pesos, De Labastida, se atrincheró en Puebla para combatir a los Liberales. Cuenta la historia que en los conventos, las religiosas estaban listas con vendas para recibir a los heridos futuros, mientras que los frailes elaboraron una “gran cantidad de cruces de genero, llevando la inscripción ‘Viva la Religión, Muerte a los Puros.’” Con ellas, imbuidos de piedad cristiana, salieron a las calles y se las colgaban al cuello de aquel que se les atravesara, no sin antes advertirles que de no portarlas, se atuvieran a las consecuencias. Al triunfo de los Liberales, De Labastida y otros obispos fueron expulsados del país. Fue a parar hasta Roma desde donde trabajó febrilmente para que un príncipe europeo viniera a gobernarnos, hasta que lo encontró en el Castillo de Miramar.

Una vez que Max y Carlotita plantaron sus piececitos regios sobre suelo patrio, algunos ardían en deseos de postrarse ante ellos. Uno de esos era Pelagio quien, el 7 de junio de 1864 a las 8 y 26 minutos de la noche, en su condición de arzobispo de México envió un telegrama desde la capital a Puebla dirigido al ministro de estado, Joaquín Velázquez De León. El texto se leía: “Pensamos ir los tres obispos hasta Ayotla a encontrar a SS.MM. [Sus Majestades] ¿Habría inconveniente?” Ahí no paraba la urgencia del prelado, cerca de tres horas mas tarde, por la misma vía, volvería a dirigirse al funcionario. Le comunicaba que: “En estos momentos que son las once y cuarto, [a los partidarios de los emperadores de opereta, les da por salir entrada la noche, recuérdese a Pío Marcha con el criollo Agustín] una multitud de personas notables [nótese, no escribió que cualquier zarrapastroso] recorre embriagada de gozo las calles a pesar del mal tiempo, sus gargantas están ahogadas a los gritos de ‘Viva nuestra Emperatriz Carlota,’ agolpada al frente de mi palacio [no una casa simple] y muchas personas alrededor de mi mesa me encargan que yo sea el interprete de su entusiasmo.” Pasaron cinco laaaargos días para que Pelagio Antonio pudiera cumplir con la petición.

Embargado por la dicha al ver sus deseos convertidos en realidad. En la salutación que, en su calidad de arzobispo de México, le hizo a Maximiliano, De Labastida dijo: “Llamados por la providencia en los momentos críticos que señalan las agonías de un pueblo desgraciado a ejercer la noble misión de enjugar sus lagrimas volviéndolo a la vida, VV. MM. [Vuestras Majestades] representan la misericordia de un Dios de ternura y bondad que, condolido de nuestros males, quiere salvarnos una vez mas al cabo de tantas crisis que nos habían puesto a las orillas del sepulcro.” En otra parte de su perorata, Pelagio mencionó: “La Iglesia mexicana, en cuyo nombre tengo la honra de dirigirme a VV. MM. se congratula llena de un santo jubilo como el profeta con Jerusalén cuando estaba por venir el Salvador del mundo. [Tan obnubilado estaba Pelagio que confundió al austriaco con Jesucristo]. Ella [la Iglesia mexicana] ve en VV. MM. a los enviados del cielo para enjugar sus lagrimas, para reparar todas las ruinas y estragos que han sufrido aquí la creencia y la moral, para que vuelva Dios a recibir un culto en espíritu y en verdad y el homenaje continuo de la virtud reparada en la justicia.” Posteriormente expondría que la iglesia mexicana “…les asegura que no dejara de pedir nunca para VV. MM. para la imperial estirpe y familia, para su Reinado y Gobierno, abundantes bendiciones copiosas gracias y esa gloria que se merece…” Y, como diría el ranchero, “para amacizar,” ese mismo día el orador citado, junto con los obispos de Puebla, Michoacán, Caradro, Chilapa, Oaxaca, Querétaro, Chiapas, Tulancingo, Veracruz y Zamora lanzaron una carta pastoral pidiendo a los mexicanos rezar por los recién llegados y penitencias por “los ultrajes escandalosísimos que Dios ha recibido…de impiedad y corrupción que en gran parte ha pasado, pero que no acaba todavía.” Entonces todo eran alabanzas y oraciones, aquello no duraría mucho.

Así lo advirtió el estadista Benito Pablo Juárez García. El 1 de julio de 1864, en una carta escrita en Monterrey, le decía al general Miguel María Echegaray: “Con la llegada del Archiduque Maximiliano nuestra causa va a mejorar lejos de empeorarse. Porque ese hombre será pronto hostilizado por el clero y por los mismos que le llamaron.” Para finales de mes, la esposa de Napoleón III, Eugenia escribía a Carlota y entre otras cosas apuntaba: “Monseñor [De] Labastida me parece estar lejos de aceptar una transacción; es lamentable que los bienes terrenales ocupen tanto lugar en los sentimientos de aquéllos a quienes deberían serles ajenos…” Cerca del fin de año, las cosas empeorarían. Al entrevistarse el nuncio apostólico, Pietro Francesco Meglia, con Maximiliano, este propuso un Concordato. Dicho acuerdo fue rechazado por que, según dijo el enviado, carecía de facultades para dictaminarlo. A la par, el austriaco recibió una carta, fechada el 18 de octubre, en la cual Pío IX indicaba su descontento porque esperaba “de día en día los primeros actos del nuevo Imperio, persuadidos de que se haría una reparación pronta y justa a la Iglesia…bien fuera revocando las leyes que la habían reducido a la opresión…o promulgando otras…” Para el 30 de diciembre, Maximiliano había comprobado que las lisonjas eran a cambio de sometimiento. En una misiva dirigida a los arzobispos de México y Michoacán, así como a los obispos de Querétaro y Tulancingo, les refutaba que dijeran que la iglesia nunca había tomado en asuntos políticos, mientras les espetaba “!Plugiera a Dios que así fuese! Pero desgraciadamente tenemos testimonios irrecusables y en gran número, por cierto, que son prueba bien triste, pero evidente, de que los mismos dignatarios de la Iglesia se han lanzado a las revoluciones y que una parte considerable del clero ha desplegado una resistencia obstinada y activa contra los poderes legítimos del Estado… La Iglesia mexicana, por una lamentable fatalidad, se ha mezclado demasiado en política y en los asuntos de los bienes temporales…” [Pareciera que las palabras del austriaco barbirrubio fueron pronunciadas ayer]. Tarde, se daba cuenta con qué clase de personajes estaba lidiando y la “embarcada” que le habían hecho objeto. A partir de ahí, las relaciones Maximiliano-Iglesia fueron en picada.

A inicios de 1867, con el imperio de opereta desmoronándose, Pelagio procedió a salvarse y, otra vez, fue a parar hasta Roma. Allá espero la caída del imperio. Más tarde, en su afán por construir una nación incluyente, el estadista Juárez García cometió el error de permitir el regreso de los clérigos al país. En 1871, Pelagio retornó para volver a lo suyo. Tras la muerte del estadista y la presidencia de Sebastian Lerdo De Teja y Corral, José de la Cruz Porfirio Díaz Mori toma el poder en 1876. Montado en la reversa que como dijera, en los albores del Siglo XXI, otro Labastida este de nombre Francisco: “también es un cambio,” el presidente Díaz deja de aplicar las Leyes de Reforma y el 15 de enero de 1877 anuncia una política de conciliación con la iglesia. Ante ello, Gioacchino Vincenzo Raffaele Luigi Pecci, el Papa León XIII, envía una carta al gobierno de México lamentándo la interrupción de relaciones y solicita que se corrijan los errores derivados de poner en práctica las ideas liberales. No hay respuesta oficial, pero a partir de ahí, la iglesia y el estado mexicano cohabitan en un modus vivendi que les permite desarrollar sus actividades sin interferir el uno con el otro. Sin embargo, eso no era suficiente.

En abril de 1880, Pelagio Antonio encuentra la rendija para someter al héroe de la intervención. El presidente Díaz Mori, poseedor de costumbres antiguas, no le hacia el asco al amor de las mujeres y hasta con su sobrina Delfina Ortega Díaz tuvo hijos sin estar casados. En la fecha citada, la mujer agonizaba y clamaba por un sacerdote. Ante ello, el antiguo importador de Maximiliano acudió a dar ayuda espiritual. Sin embargo, antes de proporcionarla, chantajeó a Díaz Mori a quien encontró en un momento de flaqueza y lo hizo que firmara una declaración que en parte decía: “El suscrito Porfirio Díaz, declaro que la religión católica, apostólica y romana fue la de mis padres y es la mía en que he de morir. Que cuando he protestado guardar y hacer guardar la Constitución Política de la República, lo he hecho en la creencia de que no contrariaba los dogmas fundamentales de mi religión y que nunca hubo voluntad de herirla...” Y ya encarrilado, lo hizo jurar no pertenecer a la masonería, ni tener en propiedad ningún bien de aquellos expropiados a la iglesia. Ante la rendición, para que la moribunda no se fuera a condenar, procedió a casarla con su tío. A partir de ahí, a consolidar la amistad. El 7 de noviembre de 1881, cuando, a los 51 años de edad, el presidente Díaz Mori contrae nupcias con una joven de 17 años, Carmen Romero Rubio y Castelló, el celebrante de la ceremonia religiosa fue Pelagio Antonio. Y hasta el fin de sus días, el 4 de febrero de 1891, el sacerdote michoacano dedicaría sus esfuerzos no solamente a restituir la presencia de la iglesia en la vida del país, sino lo más importante a recuperar los bienes terrenales que como arriba lo apuntáramos era lo que parecía importarle más. Otros continuarían su labor hasta finales del porfiriato cuando el tesoro de la iglesia contabilizaba, en bienes y monedas, alrededor de cien millones de pesos. El desarrollo del catolicismo social establecido bajo la encíclica Rerum Novarum, publicada por el Papa León XIII el 15 de mayo de 1891, daba resultados. En ese documento, se apoyaban los derechos de los sindicatos, el socialismo era rechazado, al tiempo que se impulsaba la propiedad privada. Sustentado en todo esto, a principios del Siglo XX, un sacerdote de origen francés perteneciente a la orden de los jesuitas, Bernard Bergöen primero, y más tarde junto con el arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez habrían de realizar acciones que reafirmaban el papel de la iglesia como un agente político-económico. De haber alcanzado a verlos, seguramente Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos habría estado muy orgulloso, le daban seguimiento a su obra. En esa ocasión, la sangre a derramar se daría en dos etapas. Sobre la primera de ellas, le comentaremos en la colaboración siguiente, salvo que usted, lector amable, disponga otra cosa. vimarisch53@hotmail.com

Añadido (1): Preocupados por festinar la creación de una nueva entidad federativa a la que llamaron Ciudad de México, nacida en plena deshidratación, los demócratas olvidaron un detalle pequeño. Sin embargo, el periodista Rafael Cardona Sandoval se los recordó en el artículo “La sabiduría simplona, Oaxaca, Madrid,” (La Crónica de Hoy, 31-01-2016)

Añadido (2): Algunos están sorprendidos por las triquiñuelas realizadas en el reciente “Caucus” en Iowa, eso es nada. Basta recordar cómo se decidió la elección presidencial de 1960. Entonces, los moradores de los cementerios en Chicago y Texas, cual milagro de Lázaro, se levantaron y fueron a sufragar por John Fitzgerald Kennedy. Solamente la institucionalidad, aun cuando usted no lo crea, de Richard Milhous Nixon, evitó una crisis en el siempre diáfano y puro sistema político-electoral estadounidense.

Añadido (3): Entendemos que a la actual administración se le puedan achacar muchas cosas. Sin embargo, el asunto del nuevo avión presidencial no es de su responsabilidad. Si algún reclamo se tiene que hacer, vayan a efectuárselo a Felipe del Sagrado Corazón de Jesús quien, en uno de sus escasísimos actos institucionales, fue quien lo adquirió. ¿En verdad creen que ese tipo de aparatos se construyen y la empresa sale, catalogo en mano, a ver quien lo compra? ¿Acaso estiman que un contrato así puede deshacerse al gusto? Por cierto, no les hemos visto enjundia similar para demandar que se nos diga con detalle a cuanto ascenderán, y de donde saldrán, los recursos para sufragar la visita del ciudadano argentino.

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