La vida como es…

Obituarios

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Mayo 12, 2017 14:33 hrs.
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Octavio Raziel › diarioalmomento.com

Gran consuelo de muchos es que la expectativa de vida de los mexicanos es cada vez mejor. De 34 años en los años 40 hemos pasado a casi 77 en este momento. Al final, sin embargo, todos vamos acompañados de una esquela, un obituario y el epitafio en una lápida, modesta o lujosa (como si nos importara para ese momento el lujo) En ese orden. Certeza es que los obituarios son siempre póstumos.
Pienso que ya superé la etapa en la que sentía una gran satisfacción o morbo al leer los obituarios en los periódicos que acostumbro. Tal vez esperaba encontrar el nombre de algún amigo; mejor aún si fuera el de un enemigo. A Khalil Gibrán –recordé- se le atribuye una respuesta a la pregunta sobre qué estaba haciendo: ’Aquí sentado bajo el quicio de mi puerta esperando ver pasar el cadáver de mi enemigo’.

Las edades. Muy importante conocer las edades de los difuntos. Fulanit@ falleció a los 84 años, mientras que Zutanit@ a los 93. Esto me daba una buena esperanza de vida. Cuando aparecía alguien que moría a los 25 o 37 años pensaba que era uno de las decenas de miles de muertos a manos de criminales de los últimos años o por un fatal accidente y por tanto no contaba –por el momento- en esa tasa de mortandad.

’O quam cito transit gloria mundi’ (oh, qué rápido pasa la gloria del mundo)

Tuve a la tía Eloísa que murió dos veces. En la primera, ella tendría unos 65 años cuando un temblor derribó parte de su casa en Teposcolula, Oaxaca. La sacaron de los escombros en calidad de fiambre y su hermano, el tío Heriberto, la dio por muerta. Para acelerar los trámites ordenó su obituario y compró la caja que llevó personalmente a la casa fraterna. Gran sorpresa fue verla viva; sólo con magulladuras sin importancia.

La tía Licha conservó el estuche a un lado de una hermosa imagen de la Virgen de la Soledad. La esquela y el obituario de la tía aparecieron 30 años después, previos a su descenso a la tumba.

Una de las funerarias de los años sesenta -en la colonia Portales de la Ciudad de México- tenía fama de que los hijos del dueño eran unos pandilleros peligrosos. Negocio redondo, decían, los chicos ponen los muertos y el papá organiza los funerales.

Pedro Alberto Zubizarreta, escribió un simpático cuento –ganador de premio y toda la cosa—llamado Eusebio Obituario y el indio Manuel, que narra la historia del tipo que vivió acompañado de la muerte, esto es, con ese apellido, y la de un amigo de infortunios.

El obituario va seguido de una esquela -se tienen preparados dos o tres modelitos esperando que el personaje entregue el equipo- en la que los deudos escogen las frases más cariñosas para el difunto. En el velorio se debe abrir el paraguas para soportar el chaparrón de loas, alabanzas, halagos y exageraciones sobre quien fuera un mito viviente y ahora frío fiambre que horas más adelante descansará, por fin, en paz.

Los domingos acostumbro recorrer las calles del centro de Cuernavaca, comprar el periódico El Universal –además de El País- y enterarme de las noticias acompañado de una copa de vino o un buen café en alguno de los muchos establecimientos de esta ciudad. Cada vez que lo hacía, resaltaba la nota necrológica de algún conocido o conocida que había pasado, como dicen por ahí, a mejor vida. Obviamente, opté por renunciar a leer el dominical pues, a ese paso, me quedaría sin amigos.

Al final todos son semejantes, todos estiran la pata, perecen, expiran, sucumben, fenecen Y aunque el poeta Ernesto Sábato dijera que ’no se puede vivir sin héroes, santos, ni mártires’, los que aparecen en las esquelas, obituarios o lápidas, son iguales, aunque varíen el tamaño o estilo de letra.

Morir es un cambio de residencia decía el emperador y filósofo Marco Aurelio. Al final es sólo el deceso, óbito, desenlace, defunción, tránsito…y aparecer en el obituario.

Sobre los listados de difuntos en el periódico mi tranquilidad llegaba cuando los difuntos rebasaban los 90, pues, representaban posibilidades de un play off o tiempos extras.

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