La vida como es…

Pare de sufrir

Pare de sufrir
Entretenimiento
Abril 13, 2017 14:48 hrs.
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Octavio Raziel › diarioalmomento.com

Mi primera experiencia mística la recuerdo vagamente. Fue durante una temporada que viví con mi abuela paterna en la Villa de Guadalupe, en ese tiempo muy lejos de la Ciudad de México.

Cerca estaba la cerillera La Central donde había accidentes con cierta frecuencia.

En la lejanía se escuchaba una sirena de ambulancia. Las mujeres del lugar salían a la calle y se arrodillaban; abrían los brazos y rezaban mientras pasaba por la esquina el vehículo de emergencia. Fue tan rápido que no recuerdo cómo era; lo que sí, a esas devotas que imploraban por él o los accidentados y me dejaron impresionados.

Hace apenas unos días las palmas en los templos católicos recibieron la bendición para recordar la entrada triunfal del Nazareno a la ciudad más santa de la historia religiosa monoteísta, Jerusalén.

Con ese acto se iniciaba el calvario para quienes alguna vez fuimos niños.

La Semana Santa estaba rodeada de una aureola de seriedad y sacrificio. No juegues, no te rías escandalosamente porque ofendes al crucificado, no hagas ruido. A las niñas les era prohibido usar ropa llamativa, floreada.

La visita a las Siete Casas y la asistencia a la Procesión del Silencio, con encapuchados silentes que arrastraban cadenas y que hacían sangrar su espalda con cilicios puntiagudos, eran parte de periplo obligado a los escuincles, del cual, bien a bien, no teníamos idea de qué se trataba.

Las estaciones de radio transmitían únicamente música sacra o clásica si bien le iba a uno. Esto, desde el Miércoles Santo y en algunas radiodifusoras desde el lunes previo a la Semana Mayor.

Los cines –pocos en esa época- estrenaban o reestrenaban películas ad hoc: Ben Hur, Quo Vadis, Barrabás, Los Diez Mandamientos, Rey de Reyes, el Manto Sagrado, Espartaco, La caída del Imperio Romano y así, hasta la eternidad cinematográfica. Cintas obligadas para los chamacos eran Marcelino pan y vino, Fray Escoba y El martirio de San Felipe de Jesús, el primer santo mexicano.

Los colores negro y morado predominaban y había comercios donde los maniquíes de damas a la moda eran retirados, y en el extremo de las cosas, cubiertos con un manto morado.

Hoy, las playas son el destino de miles de jovencitas que sin recato alguno muestran sus encantos. Los bikinis y mini bikinis son tan comunes que ya no alborotan las hormonas de los caballeros. Los jóvenes, por su parte, dan cuenta de miles de litros de cerveza y botanas. Su mirada está concentrada en el móvil y en la chela. Al grito de ’pare de sufrir’ salen despedidos a los lugares de diversión, cualquiera que éste sea.

Cada vez es menor el número de feligreses que acuden a los templos católicos y sólo en el negocio de las más de 2,000 sectas (iglesias dicen ellos) no para de trabajar la máquina registradora. Nos ha tocado vivir en un mundo donde la religión es lo último de las prioridades.

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