Periodistas o activistas

Ante la serie de retrocesos que vive México, la división y clasificación del trabajo depende del poder, como sucedía en el feudalismo.
Los estilos de información ahora son calificados por el poder a través de sus mecanismos de convencimiento de su eficacia y honestidad, que desde luego ubicados en los medios de información, se convierten en el mejor intento de convencer que todo está bien en México.
Así, el poder como juez de sus críticos los clasifica del lado de la especulación, tras la trinchera de la violencia. Como si se tratara de entes que sólo quieren que la reducción del nivel de vida de los mexicanos, iniciada por los funcionarios públicos se convierta en exterminio o miseria.
Para el poder los reporteros que se basan en los boletines de prensa son los mejores, dignos de revivir uno y mil premios de periodismo; los comentaristas que se basan en esa información no sólo son los mejores para el poder sino que pueden llegar a ser asesores o funcionarios de alto nivel de la pirámide del autoritarismo. Su obediencia está evaluada.
Los otros, los reporteros que investigan, los comentaristas que basan su trabajo en testimonios y pruebas y no en notas periodísticas, son los enemigos a vencer y reviven, desde el poder el nombre de activistas o militantes sin serlo. Simplemente por desarrollar su trabajo como es debido.
La campaña de descrédito que emana del poder hacia los medios, sobre todo los de redes sociales, tiene el objetivo de echar por l borda su credibilidad. Bastante se ha cuestionado el proceder de la actual administración como para dejarlos sin su barniz de descrédito antes de que termine el sexenio. Aquí sí que hay resentimiento.
Los periodistas por consigna, activistas, radicales, resentidos, son precisamente aquellos que hacen su trabajo. Son los que develan una realidad que el poder no quiere que se conozca. Para ellos hay muchas herramientas a través de las cuales se les desacredita o desmiente.
El asesinato de 19 periodistas en el gobierno de Javier Duarte es una muestra de ese desprecio por la vida de quienes consideran sus enemigos y ese terror por la verdad. La gran mayoría de estos asesinatos están impunes, condición más que suficiente para descubrir una trágica asociación, tal vez involuntaria e inconsciente, entre la aplicación de la ley y la divulgación de la verdad.
Los periodistas que no se adhieren a los designios del poder, simplemente pueden ser blanco de disparos, fuego cruzado, torturas, desapariciones, porque ya, meses antes o años tal vez, fueron calificados de radicales, militantes, activistas y su muerte no obedece, desde luego, a la práctica del periodismo sino, como se afirma desde las más altas autoridades en Veracruz, a problemas entre miembros de una misma organización de militantes o activistas que no se pusieron de acuerdo en la mejor manera de desprestigiar a México ante el mundo.
El periodismo en México comienza un proceso de descréditos desde el poder, muy similar al que sucedió con los profesores, de tal suerte que se intenta esterilizar de críticas y cuestionamientos al mayor número de comunicadores que apegan su trabajo a la intención original.
Para el poder los medios que dicen la verdad son los que no cuestionan su actuación; los mentirosos son por lo regular, ubicados en la información de las redes sociales, que el gobierno no puede controlar. De ahí su preocupación por sacudirse una descalificación y endilgarla a los denunciantes.
Así, cualquier comunicador que no pertenezca a la red de manipulación informativa del poder se convierte en un activista y con este apodo es más susceptible de que por su gusto y sin que nadie lo obligara, se meta en problemas que muchas veces puede causarle la muerte.
En México ser activista, luchar por lo que se considera justo es la mejor manera de hacer vulnerable a un mexicanos, porque lo colocan al lado de los disidentes que están a punto de perder la razón a causa de un resentimiento social que puede llevarlos realizar actos que ponen en peligro su vida o simplemente conducirlos al suicidio.