Presentan "Versos para hacer el amor"; poemario del prolífico Eduardo Cerecedo


La maestra Patricia Cervantes advierte... "Nos regalaste tu poesía intimista y nosotros nos consagramos devotísimos voyeurs". Se trata del libro Trópicos II.

Presentan "Versos para hacer el amor"; poemario del prolífico Eduardo Cerecedo
Cultura
Agosto 14, 2017 18:51 hrs.
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Patricia Cervantes › todotexcoco.com

Texcoco, Edomex.- Eduardo Cerecedo me pidió lo acompañara a presentar hoy su libro Trópicos II. Se trata de una antología de poesía amorosa que rescata de varios de sus libros cuyos títulos son, en sí mismos, imágenes poéticas: Cuando el agua respira, La dispersión de la noche, Agua nueva, Nombrar la luz, Canción de nube, Contra el fuego.
​Debo declarar no ser conocedora de la obra de Cerecedo (y pido disculpas por ello a mi amigo) --recién me he asomado a sus Trópicos y a su Soltar el corazón— y apenas soy una modesta lectora de poesía –más por incapacidad que por falta de fascinación de ella--.

Hecho este par de confesiones me atreveré a realizar una serie de comentarios que buscan --más que agradar al autor (le pido perdón otra vez…) y debido quizá a uno de mis afanes— estimular, incitar, motivar, fomentar, persuadir la lectura de sus libros y la lectura de poesía en general.

Me parece que en principio, para abordar la producción de un poeta deben tenerse en cuenta dos elementos: el estilo y el mensaje. El estilo es la manera de cómo el escritor tiene que ver con la materia (en este caso la poesía) y resulta ser algo tan circunstancial como su propia vida, y este tener que ver puede equipararse con --o ser lo mismo con otro nombre que-- la inspiración, la creatividad, el talento. El mensaje es lo que se dice con el estilo.

El estilo en Trópicos está vinculado estrechamente con una superficie, de alrededor de 500 kilómetros cuadrados, bañada de sol y delimitada en gran parte por agua: el mar de un golfo y la corriente de un río. Ahí se desarrolló la primera etapa de la vida de Eduardo. Por eso sus poemas son húmedos, soleados, salobres; con aroma a café, vainilla, naranjas y leche de vaca; con sonidos de mar, de viento; de colores azules de cielo y de mar, amarillos de mango, verdes de bosque. Cómo eludir la cuna, la patria chica, cómo no dejar que el torrente de palabras remita a Tecolutla, cómo evadir el sino: las figuras e imágenes poéticas saben a zona tórrida.

En cuanto al mensaje, es claro, contundente, nos deja saberlo desde el primer momento, sin tapujos; vean si no: La semilla de agua/ ha brotado de la rosa/ que crece/ entre tus piernas./ Donde el colibrí/ incendia su garganta. Es el amor, el erotismo; tema sempiterno del poeta, consustancial al ser humano. ¿Pero qué lo salva del ’uno más’? La respuesta se encuentra en: la sencillez que apela a la cotidianidad –del desayuno, de la mujer que lo llama a comer, de la mano furtiva que en la noche, compartida mil veces, busca el atajo de luz que hay entre sus piernas, del deseo de recostarse en los gestos de la pareja que duerme en la cama disfrutada en común-- y el poder sintético de breves versos que bien pueden leerse a la luz de un cocuyo.

​Y aunque el amor es uno sólo y el deseo también; no lo son las mujeres inspiradoras y destinatarias ni la forma que adquieren –el amor y el deseo-- para expresarse. Hay en momentos añoranza: El río que galopa/ en mis venas,/ lleva el incendio/ de tu primer beso.

… cuando te pienso,/ el silencio me deja/ el sabor de tus pechos/ en la boca. En otros sólo urgencia: Es dulce tu boca/por ella busco/ el vino que te puso así.
Amiga, el vino/ es más sabroso/ en tu lengua./ Por eso ahora/ veo doble el cielo…

Me pareció atisbar también, diferencia entre el amante costeño y el urbano. Aunque ambos tecolutleños, los dos sedientos amorosos, el objeto de su amor no es el mismo ni tampoco las formas que elije para decirlo y demostrarlo; nos encontramos con el poeta de la apacible dulzura provinciana que declara: Tu risa/ fulgor que emite luz/ en su interior./ Hace del día/ un incendio que furtivo/ en los naranjos arde. En contraste con las palabras apuradas, casuales, grises, de un amante citadino: Son las ocho y cuarto de la mañana/ y la ciudad ha adquirido un color de tiburón/ en sus calles, sus fauces tiernas aún / me muestran el Palacio de las Bellas Artes/ derruido por las horas que galopan ríos de autos,/cláxones derramados sobre arterias de ese monstruo/capitalino, caminamos, ella decide por un café, pan./El hotel nos aguarda el 306, en una esquina de la mañana/que se acurruca sobre carteles eléctricos.

​Al final de Trópicos II, nos regala un poema en prosa en el que encontraremos la génesis no sólo del subtítulo, del mensaje mismo: Ahora me alumbro con tu voz bajando las sábanas de tu cuerpo que como un río quieto, dormido aluza lo que escribo.

¡Aaah, Cerecedo! ¿Serás consciente de las humedades que provocas con tus versos? ¿De las encantaciones que nos apremian para hacer el amor leyendo tus poemas? No creo; tú sólo fuiste tú. Nos regalaste tu poesía intimista y nosotros nos consagramos devotísimos voyeurs.

Lean este Trópico II. Tu cuerpo como un río. Poesía amorosa, tomando la mano a su pareja y dejando que suceda…lo que sea que suceda.

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