.Expone el historiador Enrique Florescano

Quetzalcóatl se transformó y sigue presente

Quetzalcóatl se transformó y sigue presente
Cultura
Diciembre 07, 2016 20:49 hrs.
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Norma L. Vázquez Alanís › diarioalmomento.com

(Segunda y última parte)
El éxodo de Quetzalcóatl hacia el suroriente de Mesoamérica quedó plasmado en testimonios que registran la penetración en el sur de México, de grupos de ascendencia tolteca, junto con la llegada de un personaje que reproduce los rasgos legendarios del rey, supremo sacerdote y héroe cultural de Tula: Topiltzin Quetzalcóatl.
El historiador Enrique Florescano expuso lo anterior en su plática ‘Quetzalcóatl, un mito de mitos’, en la cual habló de las múltiples facetas de este personaje prehispánico, cuyo emblema -la serpiente emplumada- destaca en los monumentos más significativos.
En Chichén Itzá es la insignia que identifica a los personajes que encabezan actos de guerra o acciones bélicas; en Cacaxtla identifica a los dirigentes de esa ciudad, y lo mismo ocurre en Xochicalco, donde la serpiente ondula en los monumentos que se levantan en la plaza central.
Diferentes textos yucatecos, quichés y cachiqueles, dan cuenta de invasiones procedentes del altiplano central, dirigidas por personajes que ostentan el nombre de Kukulcán, Gucumatz o Matz, que son otras traducciones de serpiente emplumada entre los quichés y algunos grupos más, del sur de Mesoamérica.
Explicó el doctor Florescano -ganador de numerosos los premios mexicanos e internacionales- que estos testimonios permiten comprobar que el mito de la Tula maravillosa y de Quetzalcóatl, legitimaron la expansión de un pueblo conquistador que del siglo IX al XII impuso su dominio primero en Tula y luego en la península de Yucatán, donde grupos toltecas y mayas se establecieron en Chichén Itzá y en Mayapán.
Para el siglo XVI, buena parte de las imágenes que a lo largo del tiempo se mezclaron con Quetzalcóatl se habían reunido en Tenochtitlán, la ciudad edificada en medio de una laguna, que era entonces una metrópoli cosmopolita y un centro receptor de múltiples tradiciones. En el panteón mexica Ehécatl, dios creador de los códices mixtecos, tenía un alto lugar, aunque era crecientemente disputado por Tezcatlipoca y Huitzilopochtli; su templo redondo ocupaba un sitio privilegiado en el centro sagrado de Tenochtitlán, frente al Templo Mayor.
Refirió Florescano que en el centro ceremonial de Tenochtitlán los mexicas habían construido un templo para albergar a los dioses de las otras entidades políticas conquistadas, la variedad de deidades nahuas existentes se juntó con los dioses, símbolos y discursos teológicos de otros pueblos y culturas; a las propias relaciones de Quetzalcóatl con otros dioses del panteón nahua, se agregaron conexiones de deidades de panteones de lugares diferentes.
Así, el Quetzalcóatl mexica recibió los atributos y significados del Quetzalcóatl venerado en Cholula, y particularmente la rica simbología de la estrella matutina y la estrella vespertina; era un imaginario que estaba en uso en diferentes regiones, por lo cual Tlahuizcalpantecuhtli y otros avatares de Venus se sumaron al Quetzalcóatl de los aztecas, precisó Florescano en el ciclo de conferencias ‘Nuevas interpretaciones de la historia nacional’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM).
En la cosmogonía nahua, Quetzalcóatl fue uno de los dioses que intervinieron en la creación del cosmos y del sol, pero además fue el dios que descendió al inframundo, rescató los huesos de la antigua humanidad y formó con ellos a las mujeres y hombres del quinto sol; al igual que sus antecesores mayas y mixtecos, era el dios dispensador de la civilización, el reciclador del tiempo, el iniciador del movimiento de los astros y de los destinos humanos.
Las actividades vinculadas al dios Quetzalcóatl, como el calendario, la escritura y los saberes supremos que ordenaban los conocimientos fundamentales, eran y estaban a cargo de los dos más altos sacerdotes, quienes llevaban asimismo el título de Quetzalcóatl.
El conferenciante aclaró que los testimonios mexicas-nahuas destacan la imagen de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl como el fundador del reino mítico, y del mismo modo que en la mitología mexica, Tula fue el arquetipo de la ciudad y del reino ideal, Topiltzin Quetzalcóatl fue el paradigma del gobernante, creador de los emblemas y los símbolos reales, el primer rey de la legendaria Tula y fundador del poder tolteca, antecesor del poder mexica.
Transformándose, Quetzalcóatl sobrevivió a la conquista

La conquista española y la invasión de nuevos dioses y símbolos religiosos no pusieron fin a la vida de Quetzalcóatl; por el contrario, la multiplicaron, pues con las cenizas y los recuerdos de los antiguos dioses, los sobrevivientes indígenas compusieron un nuevo mito de Quetzalcóatl; el antiguo héroe cultural fue transformado en un mesías redentor de los indígenas dominados ahora por los españoles, acotó Florescano.
Ya varios testimonios relataban la historia de un Quetzalcóatl que había prometido regresar de su exilio, formar un ejército indígena dotado de armas invencibles, hacer la guerra a los invasores blancos y restaurar el antiguo reino de los señores naturales; sin embargo, los frailes evangelizadores españoles y también los nacidos en México de ascendientes europeos e indígenas crearon el mito de un Quetzalcóatl cristiano.
Fray Toribio de Benavente, el célebre Motolinia, inició esta mutación cuando aseveró que Quetzalcóatl ’era un hombre honesto y templado’ e indicó que fue él quien comenzó a hacer penitencia, disciplina y ayuno. Bartolomé de las Casas dio un paso más en esta conversión, al afirmar que Quetzalcóatl, el dios de Cholula, era un hombre blanco, de ojos grandes, largo cabello y barba redonda, detalló el historiador.
Fue el dominico fray Diego Durán quien completó esta identificación en su ‘Historia de las Indias’, donde escribió que Quetzalcóatl había sido en realidad un mensajero de Cristo, puesto que había difundido los símbolos (las cruces) de la verdadera religión y había profetizado la llegada de los españoles. Esta interpretación no admitía la idea de que los indios de Nueva España pudieran haber sido olvidados en la propagación de la palabra de Cristo; dedujo que el apóstol de los indios había sido Topiltzin Quetzalcóatl, también predicador de los indios. Con esa trasmutación Quetzalcóatl adquirió los rasgos de un apóstol de Cristo.
Otros pensaron que Dios había utilizado este engaño para atraer a los indios a la verdadera fe. Como ha mostrado el historiador y antropólogo francés Jacques Lafaye, la idea que pronto se impuso fue que Quetzalcóatl era el apóstol santo Tomás y que todas las analogías de las creencias del antiguo México con el cristianismo derivaban de anteriores evangelizaciones de América y de la degradación ulterior de la doctrina cristiana.
Estas bases consolidaron la idea de que Quetzalcóatl fue un dios blanco procedente de un país remoto, cuyo mandato fue difundir la civilización en las incultas tierras de América. Desde entonces, Quetzalcóatl se convirtió en la presencia más ubicua de la mitología mexicana, adquirió las cualidades de la metamorfosis, la resurrección y la multiplicación sin límites; su figura radiante o premonitoria pudo atravesar simultáneamente diferentes tiempos o viajar por múltiples espacios; en los años críticos de indefensión o quebranto asumió los rasgos del profeta, anunció regresos triunfales de las armas indígenas y la instauración de un nuevo régimen, mientras que en las épocas de construcción y estabilidad se convirtió en símbolo de civilización y emblema de una identidad ancestral.
Quetzalcóatl invadió los terrenos del arte

Antes de que estallara el movimiento de independencia, fray Servando Teresa de Mier revivió la leyenda del apóstol y del héroe legendario; muchos grupos indígenas y mestizos entendieron que en esos años se cumplía un ciclo más de las revoluciones del tiempo y que en esa anulación de los años se anunciaba el regreso de Quetzalcóatl.
A lo largo del siglo XIX su figura invadió los terrenos de la poesía, la música, el drama, la literatura y la pintura. En estas artes, como antes en el mito, adquirió otros perfiles y vivió nuevas reencarnaciones. Con el triunfo de la revolución de 1910 y la eclosión de la pintura mural, Quetzalcóatl se convirtió en uno de los personajes predilectos de los muralistas; José Clemente Orozco y Diego Rivera plasmaron dos interpretaciones poderosas, convincentes de Quetzalcóatl y más tarde cada artista construyó su propia versión de este personaje.
En la segunda década del siglo XX, Manuel Gamio, fundador de la moderna arqueología mexicana, exhumó en Teotihuacán el templo más antiguo que se conoce dedicado a la serpiente emplumada y nunca imaginó que con ello iniciaría otro interminable debate sobre esta entidad prodigiosa. Abrió la puerta a una sucesión de cambiantes interpretaciones.
Las encontradas y fantasiosas elucubraciones que cada generación de arqueólogos produjo basándose en esa figura descubierta por Gamio, pronto fueron superadas por las creadas por historiadores, escritores, practicantes de las ciencias ocultas, astrólogos, periodistas, antropólogos, así como aficionados a la historia y la arqueología.
En las últimas décadas, la literatura sobre Quetzalcóatl adquirió dimensiones inenarrables, los psicólogos encontraron novedosas versiones del complejo de Edipo al analizar la personalidad incestuosa y esquizofrénica del sacerdote Quetzalcóatl, y como ocurrió con otros grandes mitos, el de Quetzalcóatl en cada nueva versión hace surgir otras hipótesis y suscita réplicas, que a su vez conducen a innovadoras disquisiciones, concluyó el ponente.
(La primera parte se tituló ‘Destaca el historiador Enrique Florescano, la grandeza de Quetzalcóatl’)

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