’Catón’

Rancherías y rancheros

Rancherías y rancheros
Periodismo
Junio 14, 2019 07:21 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

Este ranchero es muy ladino. ¿Alguno habrá que no lo sea? Ladino quiere decir taimado, astuto, sagaz. Y todos los rancheros son ladinos. Cuando el hombre de la ciudad va con la leche, el hombre del campo ya viene con el queso, la mantequilla, la crema, la nata y el jocoque.

Este ranchero tan ladino se llama don Abundio. Usa las palabras para no decir nada.

-Entonces, don Abundio, ¿nos veremos mañana?

-Primero vamos a ver si amanecemos, licenciado.

-¿Verdad, don Abundio, que Fulano es muy cabrón?

-Igual que todos los humanos, licenciado, no agraviando.

Don Abundio fue en un tiempo pastor de cabras. Ya hay muy pocos. También se han acabado los ermitaños y los fareros. Los tres son oficios de soledad, y la soledad se va quedando cada día más sola. Ya nadie gusta de ella.

A don Abundio, pastor, le gustaba la soledad. Con ella se acompañaba siempre. No hablaba solo, ni canturreaba, ni silbaba, ni llevaba consigo un radio de transistores. Le pregunté una vez:

-¿Entonces qué hace, don Abundio?

-Lo mismo que usted.

No supe qué pensar. No supe si me estaba diciendo que hacía mucho o que no hacía nada.

¿De dónde saca sus dichos don Abundio? Los tiene en abundancia y los usa con mucha parsiomina. Así dice él en vez de ’parsimonia’. No te los dice a ti: los dice con la mirada fija en el horizonte, como si su destinatario fuera el mundo. Dice:

-Tenemos tan mala suerte los jodidos que cuando nos casamos hasta parece que la noche dura menos.

-Al final nomás le queda a uno lo que a los burros viejos: el pedo y el rebuznido.

-¿Se va usted a bañar con este frío, licenciado? Tenga cuidado: más vale tierra en cuerpo que cuerpo en tierra.

Me cuentan una de don Abundio. ¿Será verdad? Dicen que llegó al Potrero un predicador gringo de esos que andan por los ranchos haciendo prosélitos para su iglesia. Quería comprarle un par de chivos, y que se los hiciera en barbacoa a fin de agasajar a unos paisanos suyos que iban a llegar.

-Para el domingo se los tengo -le prometió el pastor.

¿De dónde iba a sacar los chivos don Abundio? se preguntó la gente en el Potrero. Nomás tenía un chivo en la majada, y no era de él: pertenecía a las cabras. Tampoco había chivos en la comarca.

Aquella noche empezaron a aullar los coyotes. Porque es de saberse que don Abundio tenía su majada por el lado de la coyotera. Le pregunté una vez:

-¿No le preocupa tener sus animalitos tan cerca de los coyotes?

-Esos no son de cuidado, licenciado. Los que andan en dos patas sí.

Empezaron a aullar, pues, los coyotes. Don Abundio y doña Rosa, su mujer, los escuchaban en silencio mientras bebían a tragos lentos su té de yerbaniz.

Habló la esposa:

-¡Cómo están aullando los coyotes!

-Déjalos -sentenció don Abundio-. No saben que ya los tengo comprometidos.

Doña Rosa vio en un rincón el rifle .22 de don Abundio y se sonrió. El gringo tendría su barbacoa.

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