Texcoco, Edoméx.- A través de una ventana una mujer mira la lejanía, el mediodía, la posibilidad de convertirse en talismán.
Las ventanas y su inobjetable seducción: ofrecen un atisbo al mundo exterior, a la cíclica cadencia de mirar el rodar de nubes, sentir el fresco, oler la lluvia, escuchar el viento, saborear la rotunda señal del crepúsculo y el alba.
Las ventanas atraen al indiscutible vértigo que propicia el vacío.
Acercarse a ellas supone una mejor recepción para los celulares, según reiteran las obsesivas almas que se sienten desamparadas al perder señal, y también un modo de conectarse, de estar en sintonía con almas gemelas allá en la lejanía, sin necesidad de enviar WhatsApp.
Las ventanas inducen a los matices de muerte y vida.
Las ventanas son también una medicina para quitar la gripe, el mal humor, las ganas de suicidarse poco a poco, el mustio impulso de quejarse por todo.
Son un modo de asumir la continuidad del tiempo: el sangrante sol que se desvanece allá en los mares, luego la dorada luz del amanecer que bautiza de nueva cuenta las cosas y anima las tristezas, las dudas, los empeños, los recuerdos.
A través de las ventanas se halla siempre el principio a muchas respuestas.
Estar en ellas hace menos inhóspito el costal de conflictos particulares. Sí reconocemos que somos mucho más grandes que nuestros problemas junto a las ventanas.
Por las ventanas se intuye el pulso de vidas ajenas. Por las ventanas se configuran extraordinarias historias. Por las ventanas fluye con mayor intensidad la música y el canto.
Abiertas o cerradas las ventanas sugieren la toma de decisiones al mirar a través de ellas. Los misterios de la vida se vuelven asequibles aproximándose a ellas y dejar que su seducción aplique como relajado refugio para reflexionar y aquietar el remolino de ideas.
A través de una ventana una mujer mira la lejanía, el mediodía, la posibilidad de convertirse en talismán.