’ Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre ’


La criatura humana: una vida frágil y agradecida

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’ Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre ’
Religión
Febrero 09, 2021 21:20 hrs.
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La Palabra de Dios

Memoria de Santa Escolástica, virgen

Primera Lectura
Gn 2, 4-9. 15-17
Cuando el Señor Dios hizo el cielo y la tierra, no había ningún arbusto en el campo, ni había brotado ninguna hierba silvestre, pues el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra y no había hombres que labraran el suelo y abrieran canales para que corriera el agua y se regaran los campos.

Un día, el Señor Dios tomó polvo del suelo y con él formó al hombre; le sopló en la nariz un aliento de vida, y el hombre comenzó a vivir. Después plantó el Señor un jardín al oriente del Edén y allí puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo germinar del suelo toda clase de árboles, de hermoso aspecto y sabrosos frutos, y además, en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara.

El Señor Dios le dio al hombre esta orden: ’Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal te mando que no comas, porque el día en que comas de él, morirás sin remedio’.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor Jesús
Salmo Responsorial
Salmo 103, 1-2a. 27-28. 29bc-30
R. (1a) Bendice, sea el Señor, que nos ha dada la vida.
Bendice al Señor, alma mía:
Señor y Dios mío, inmensa es tu grandeza.
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
R. Bendice, sea el Señor, que nos ha dada la vida.
Todos los vivientes aguardan
que les des comer a su tiempo;
les das el alimento y lo recogen;
abres tu mano y se sacian de bienes.
R. Bendice, sea el Señor, que nos ha dada la vida.
Si retiras tu aliento,
toda creatura muere y vuelve a polvo.
Pero envías tu espíritu, que da vida,
y renuevas el aspecto de la tierra.
R. Bendice, sea el Señor, que nos ha dada la vida.

Aclamación antes del Evangelio
Cfr Jn 17, 17
R. Aleluya, aleluya.
Tu palabra, Señor, es la verdad;
santifícanos en la verdad.
R. Aleluya.

Evangelio
Mc 7, 14-23
En aquel tiempo, Jesús llamó de nuevo a la gente y les dijo: ’Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro’.

Cuando entró en una casa para alejarse de la muchedumbre, los discípulos le preguntaron qué quería decir aquella parábola. Él les dijo: ’¿Ustedes también son incapaces de comprender? ¿No entienden que nada de lo que entra en el hombre desde afuera puede contaminarlo, porque no entra en su corazón, sino en el vientre y después, sale del cuerpo?’ Con estas palabras declaraba limpios todos los alimentos.

Luego agregó: ’Lo que sí mancha al hombre es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

La criatura humana: una vida frágil y agradecida
Según el capítulo 2 del Génesis, el ser humano es obra de las manos hábiles de Dios, que lo modela de la tierra y, soplando después sobre esa figura, le infunde vida. Se trata, pues, de una primorosa labor de alfarería, aunque, eso sí, quebradiza como la materia de la que procede. Al mismo tiempo, participa del aliento de Dios, que lo asemeja a su artífice divino. Fragilidad y vitalidad caracterizan a esta criatura singular plasmada con destreza por los amorosos dedos del Creador.

El paso siguiente fue colocar a ese ser animado en un jardín plantado al efecto, con el propósito de que viviera en él feliz, en una maravillosa armonía con ese vergel que debería cultivar y cuidar sin mayor esfuerzo. Dos árboles sobresalían entre los demás: uno, que procuraba un vigor vital a quien de él comiera; otro, que proporcionaría conocimiento y poder, si acaso alguien probara de sus frutos.

Sólo una reserva: Dios permitía servirse de todos los árboles frutales para el propio sustento, con la única excepción del árbol del conocimiento del bien y del mal. Quebrantar esa prohibición implicaría tener que morir. ¿Era una arbitrariedad caprichosa del dueño de aquel huerto? ¿Y por qué no un símbolo permanente que invitara a agradecer la vida recibida, a ser consciente de la propia fragilidad constitutiva, a reconocer la generosidad divina, a saber discernir entre lo conveniente y lo temerario, a valorar, en fin, el privilegio de la libertad dentro de la natural finitud humana y del respeto a la voluntad del Creador?

El obrar humano: un comportamiento que nace en el corazón
Después de encararse con los fariseos, Jesús se dirige a la gente para proponerle una enseñanza fundamental en la vida de cada día; a los discípulos se lo explicará todavía más claramente. Lo importante no es mantener la ‘pureza legal’, es decir, ajustarse escrupulosamente a las prescripciones de la ley en lo referente a los alimentos, en este caso, y al modo de servirse de ellos. Es más: No hay por qué pensar que hay alimentos más ‘puros’ que otros; todos vienen de la mano de Dios y están, por disposición suya, al servicio del hombre.

Jesús llama la atención sobre lo que procede del interior, lo que se genera en el corazón humano. Ahí es donde reside la fuente de nuestros actos. En este pasaje evangélico sólo habla Jesús de lo malo que sale de ese corazón humano, porque está polemizando con el concepto de ‘impureza’ que han mencionado los fariseos. Y enumera una serie de actitudes perversas que brotan de un corazón corrompido o extraviado, y que degradan al hombre.

Pero, evidentemente, el corazón es sede, también y sobre todo, de nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones más nobles. Nuestra conducta personal nace de nuestra conciencia, de nuestro mundo interior presidido por unos determinados criterios, muchas veces implícitos, que impulsan nuestro comportamiento. Todo el bien que somos capaces de hacer tiene su origen en nuestro ‘corazón’ y, si en él reina el amor, será también bueno todo lo que de él proceda.

De ahí la importancia de formar bien nuestra conciencia, de adquirir principios conformes con el Evangelio y de ajustar a ellos nuestra conducta. Esa será la mejor garantía de que nuestro corazón está en sintonía con el de Jesús y de que, como él, pasaremos por este mundo haciendo el bien.

Pregúntate de dónde proceden tus actos: ¿del respeto a la ley, del imperativo del amor, o de ambos?, ¿en qué proporción respectiva?

Fray Emilio García Álvarez O.P.
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)

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