’ ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ’


Fluya la justicia como arroyo perenne

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’ ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ’
Religión
Junio 30, 2020 17:11 hrs.
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La Palabra de Dios

Miércoles 1 de julio 2020

Primera lectura
Am 5, 14-15. 21-24
Esto dice el Señor:
’Busquen el bien, no el mal, y vivirán,
y así estará con ustedes, como ustedes mismos dicen,
el Señor, Dios de los ejércitos.
Aborrezcan el mal y amen el bien,
implanten la justicia en los tribunales;
quizá entonces el Señor, Dios de los ejércitos,
tenga piedad de los sobrevivientes de José.

Yo desprecio y detesto las fiestas de ustedes,
no me agradan sus solemnidades.
Aunque me ofrezcan holocaustos,
no aceptaré sus ofrendas
ni miraré con agrado sus sacrificios de novillos gordos.
Alejen de mí el ruido de sus canciones;
no quiero escuchar la música de sus arpas.
Que fluya la justicia como el agua
y la bondad como un torrente inagotable’’.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor


Salmo Responsorial
Salmo 49, 7. 8-9. 10-11. 12-13. 16bc-17
R. (23b) Dios salva al que cumple su voluntad.
Israel, pueblo mío, escucha atento;
en contra tuya, yo, tu Dios, declaro: R.
R. Dios salva al que cumple su voluntad.
’No voy a reclamarte sacrificios,
pues siempre están ante mí tus holocaustos.
Pero ya no aceptaré becerros de tu casa,
ni cabritos de tus rebaños. R.
R. Dios salva al que cumple su voluntad.
Pues todas las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes.
Conozco todos los pájaros del cielo
y es mío cuanto se mueve en los campos. R.
R. Dios salva al que cumple su voluntad.
Si yo estuviera hambriento,
nunca iría a decírtelo a ti, pues todo es mío.
¿O acaso yo como carne de toros
y bebe sangre de cabritos? R.
R. Dios salva al que cumple su voluntad.
¿Por qué citas mis preceptos
y hablas a toda hora de mi pacto,
tú, que detestas la obediencia
y echas en saco roto mis mandatos’? R.
R. Dios salva al que cumple su voluntad.


Aclamación antes del Evangelio
Sant 1, 18
R. Aleluya, aleluya.
Por su propia voluntad el Padre nos engendró
por medio del Evangelio,
para que fuéramos, en cierto modo,
primicias de sus creaturas.
R. Aleluya.


Evangelio
Mt 8, 28-34
En aquel tiempo, cuando Jesús desembarcó en la otra orilla del lago, en tierra de los gadarenos, dos endemoniados salieron de entre los sepulcros y fueron a su encuentro. Eran tan feroces, que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. Los endemoniados le gritaron a Jesús: ’¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Acaso has venido hasta aquí para atormentarnos antes del tiempo señalado?’

No lejos de ahí había una numerosa piara de cerdos que estaban comiendo. Los demonios le suplicaron a Jesús: ’Si vienes a echarnos fuera, mándanos entrar en esos cerdos’. El les respondió: ’Está bien’.

Entonces los demonios salieron de los hombres, se metieron en los cerdos y toda la piara se precipitó en el lago por un despeñadero y los cerdos se ahogaron.

Los que cuidaban los cerdos huyeron hacia la ciudad a dar parte de todos aquellos acontecimientos y de lo sucedido a los endemoniados. Entonces salió toda la gente de la ciudad al encuentro de Jesús, y al verlo, le suplicaron que se fuera de su territorio.
Palabra del Señor
Te alabamos, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

Fluya la justicia como arroyo perenne
El profeta Amós nos invita a la búsqueda del bien para tener vida. Es un canto a la vida, donde Dios acoge al hombre, pero rechaza sus fiestas, y las ofrendas que les hace no les agrada. A cambio prefiere que la justicia fluya como arroyo perenne.

Entendamos la justicia como dar a Dios y al hombre lo que le es debido. Amós, uno de los «profetas menores», denuncia en nombre de la justicia de Dios lo que hacen los hombres en una perspectiva más bien social, denunciando a los comerciantes que falsifican sus balanzas, a los jueces corrompidos. Amós, que es un hombre sencillo, hijo de un pastor, denuncia con fuerza las desigualdades sociales, la injusticia que aplasta a los pobres. Así, hablar de justicia de Dios, quiere decir que hay una injusticia en la tierra a la que hay que poner fin.

Amós compara la justicia con un arroyo perenne, algo que es infinito, algo que no acaba, y utiliza el verbo fluir para que sea algo dinámico, algo que circule en la corriente de un arroyo, como la sangre corre por nuestras venas. La justicia ha de transitar así en nuestra vida social, escuchando el clamor de los pobres.

Amós frente a los comerciantes y jueces denuncia también la hipocresía religiosa identificada con Betel. A ellos dedica exhortaciones irónicas y fuertes imputaciones. De ahí que diga el texto de hoy que detesta los sacrificios y holocaustos, y que no aceptará los terneros cebados que sacrifican como acción de gracias.

Todo esto tiene un sentido: la llamada a un comercio justo, a una administración pública de la justicia, y la religiosidad auténtica que ha de contener un sentido de la justicia. Si no es así, está avocada a la corrupción. La mirada de Amós está centrada en los más inocentes, necesitados y pobres, que claman justicia al cielo.

No podemos renunciar a dar lo que es debido a Dios y a los hombres. Es el derecho, como facultades y obligaciones que derivan del estado de una persona o sus relaciones con respecto a otras, lo que nos garantiza el sentido de lo justo. No podemos obviar, o dejar en la indiferencia el sentido de la justicia que nos llama a la fraternidad y al bien común.

Fluir en justicia viene a ser el sentido de la equidad que llama sobre todo a la moderación de lo que supone cualquier relación comercial, humana, religiosa o de derecho que mantienen los hombres entre sí. Viene a ser un traer hasta nuestras vidas el sentido ecuánime de nuestras relaciones. Dios no puede estar ausente del sentido de nuestra justicia, en Él aprendemos el bien con el que desarrollamos nuestros trabajos y nuestras relaciones.

¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios?
Dos endemoniados, camino del cementerio, salen al encuentro de Jesús. Estaban furiosos. Nadie se acercaba a ellos por la violencia que mostraban. Lo curioso es que, a pesar de su condición de perversidad, fueron capaces de reconocer la identidad de Jesús: Hijo de Dios.

La pregunta ’¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios?’ nos sitúa en un estado nocivo de relación con Dios y los otros. Es como decir, no queremos nada contigo. Es una pregunta que denota rechazo, confrontación. No obstante, la pregunta incluye el reconocimiento del temor de Dios, y su poder.

La escena siguiente es que los demonios salieron de aquellos hombres y se metieron en una piara de cerdos, la piara se abalanzó acantilado abajo. Todo bajo la autoridad de quien ellos llamaron Hijo de Dios: Jesús.

El pueblo sintió miedo de la presencia de Jesús tras conocer la noticia, y le rogaron que se marchara de aquel país.

En la vida llegamos a vivir un estado de perversidad, cuando dejamos que el mal entre en nosotros. Y hemos de procurar que Dios se haga presente en nuestra vida para echar los demonios fuera de nosotros. En ocasiones, somos nocivos con nosotros mismos y con los demás, porque no permitimos que una razón de amor y de fe nos vincule con Dios y los hermanos. Aunque reconozcamos la identidad de Dios, no siempre somos capaces de llegar a una religación tal, que nos pueda mantener en paz.

Es por ello, que el mismo estado de perversión nos puede llegar a conducir hacia cualquier abismo inhumano, donde ejercemos el desprecio y la violencia por la vida del otro.

Es de destacar las pocas palabras que pronuncia Jesús. Sólo una: ’Id’. Jesús no dialoga, sólo ejerce su autoridad de Hijo de Dios. Con la violencia no hay diálogo. Jesús sólo se limita a ejercer su autoridad de liberación. Es de destacar también, que los endemoniados no querían trato con Jesús, y por eso proponen la solución de la piara de cerdos. Ellos mismos escogen la perdición.

Un profesor que tuve cuando estudiaba teología, repetía hasta la saciedad, que no hay persona que reconozca más la presencia de Dios que aquel que lo niega en su vida. Es como si le atormentara la idea de que Dios exista. A veces, escogemos caminos de muerte, inertes, a pesar de que nuestro deseo sea el contrario de lo que expresamos. El ateo niega a Dios, pero en su deseo más profundo, quiere que Dios esté presente. De hecho, necesita de su existencia para poderlo negar.

Fray Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

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