’ ¡Y no queréis venir a mí para tener vida! ’



Aleja el incendio de tu ira

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’ ¡Y no queréis venir a mí para tener vida! ’
Religión
Marzo 25, 2020 19:29 hrs.
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La Palabra de Dios

Jueves 26 de marzo 2020

Primera lectura
Ex 32, 7-14
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés: ’Anda, baja del monte, porque tu pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha pervertido. No tardaron en desviarse del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se han postrado ante él y le han ofrecido sacrificios y le han dicho: ‘Éste es tu dios, Israel; es el que te sacó de Egipto’ ’.

El Señor le dijo también a Moisés: ’Veo que éste es un pueblo de cabeza dura. Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos. De ti, en cambio, haré un gran pueblo’.

Moisés trató de aplacar al Señor, su Dios, diciéndole: ’¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo que tú sacaste de Egipto con gran poder y vigorosa mano? ¿Vas a dejar que digan los egipcios: ‘Los sacó con malas intenciones, para hacerlos morir en las montañas y borrarlos de la superficie de la tierra’? Apaga el ardor de tu ira, renuncia al mal con que has amenazado a tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, siervos tuyos, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: ‘Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo y les daré en posesión perpetua toda la tierra que les he prometido’ ’.

Y el Señor renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Salmo 105, 19-20. 21-22. 23
R. (4a) Perdona me, Señor, las culpas de tu pueblo.
En el Horeb hicieron un becerro,
un ídolo de oro, y lo adoraron.
Cambiaron al Dios que era su gloria
por la imagen de un buey que como pasto.
R. Perdona me, Señor, las culpas de tu pueblo.
Se olvidaron del Dios que los salvó,
y que hizo portentos en Egipto,
en la tierra de Cam, mil maravillas,
y en las aguas del mar Rojo, sus prodigios.
R. Perdona me, Señor, las culpas de tu pueblo.
Por eso hablaba Dios de aniquilarlos;
pero Moisés, que era su elegido,
se interpuso, a fin de que, en su cólera,
no fuera el Señor a destruirlos.
R. Perdona me, Señor, las culpas de tu pueblo.


Aclamación antes del Evangelio
Jn 3, 16
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.




Evangelio
Jn 5, 31-47
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: ’Si yo diera testimonio de mí, mi testimonio no tendría valor; otro es el que da testimonio de mí y yo bien sé que ese testimonio que da de mí, es válido.

Ustedes enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre.

El Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no habita en ustedes, porque no le creen al que él ha enviado.

Ustedes estudian las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues bien, ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y ustedes no quieren venir a mí para tener vida! Yo no busco la gloria que viene de los hombres; es que los conozco y sé que el amor de Dios no está en ellos. Yo he venido en nombre de mi Padre y ustedes no me han recibido. Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían. ¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiran a recibir gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que sólo viene de Dios?

No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre; ya hay alguien que los acusa: Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran en Moisés, me creerían a mí, porque él escribió acerca de mí. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?’’

Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

Aleja el incendio de tu ira
Resulta curioso cómo acostumbramos a poner sentimientos humanos al Dios que nos salva. En este caso el capítulo del Éxodo, vemos a un Dios que amenaza a su pueblo Israel, porque se ha construido un becerro de oro. Un ídolo construido por manos humanas, a quien se le reconoce la liberación de la esclavitud en manos de los egipcios.

El pueblo, ignorando la autoridad del profeta Moisés, sigue la inmediatez de su impaciencia y construye un becerro de oro para adorarlo. Porque en el fondo, el pueblo quiere un Dios a su medida, un Dios que se pueda manipular y crear a su antojo, un dios que sea tangible, reconocerlo en la materialidad de la vida.

Este hecho hace encender la ira de Yahvé, y resulta curioso también, que sea Moisés el que le recuerde su alianza y su promesa, y calme la ira de Dios. Es un Dios celoso por una parte de su pueblo, y un Dios que se deja calmar por el profeta por otra. Es una relación íntima la que subyace entre Moisés y Dios. Sin embargo, hemos de preguntarnos ¿Dios puede sentir ira? y como consecuencia de ello ¿nos castiga?

La ira y los celos son sentimientos humanos, proyectados a un Dios por el sentido de la culpa, del olvido de Dios, de la manipulación de Dios a nuestro antojo. La ira y los celos nos sacan fuera de nuestro equilibrio emocional, y nos quita la libertad de expresarlo de una manera sana. ¿Puede Dios tener sentimientos insanos?

El ’No’ se encuentra implícito en todas las respuestas. ¿Cómo puede Dios, lleno de misericordia y compasión, que escucha el sufrimiento de su pueblo, y lo libera de la opresión contradecirse a sí mismo? Dios es pura compasión y misericordia, por eso nos espera en el camino de la fe.

¡Y no queréis venir a mí para tener vida!
Esta admiración de Jesús en el Evangelio de Juan, nos sitúa en la incredulidad del pueblo judío, que goza de testimonios claros por una parte de los profetas, por otra, el testimonio más reciente de Juan, que era la lámpara que ardía y brillaba, y los judíos quisieron gozar por un instante de su luz.

Jesús sitúa su testimonio por encima del testimonio de Juan, pero entiende que no puede dar testimonio de sí mismo porque no sería válido. Jesús habla de un testimonio mayor, el del Padre, el de las Escrituras, el de Moisés: todos dan testimonio del Hijo. Todos esos testimonios son creíbles, pero Jesús lanza la pregunta: si teniendo a las Escrituras y a Moisés no creéis ¿cómo vais a creer en mis palabras?

Los mismos testimonios en los que el pueblo tiene su esperanza es quien acusará a los judíos ante su incredulidad.

La incredulidad es uno de los rasgos más característicos de nuestra sociedad actual, sobre todo la europea, que es una sociedad hastiada de lo religioso. Pero la incredulidad se ha convertido en una irreligiosidad: la ausencia total de religión. El hombre no se siente religado a ningún Dios. Se ha endiosado a sí mismo, creyéndose juez y señor de todo.

Esta autorreferencia del hombre, hace que el humanismo cristiano esté pasando por una crisis importante en los tiempos actuales; un humanismo que habla de un ser humano que mira hacia la amplitud de su vida, y que tiene como referencia a un Dios creador, misericordioso, lleno de amor y ternura para con los hombres. Pero, ¿Qué se ha perdido? ¿A Dios? ¿Los valores que descubrimos en la Fe en Dios? ¿el amor? ¿el sentido de la paz?

Lo cierto es que esta autorreferencia del hombre, construida desde la tecnificación, el gregarismo, el materialismo… ha generado un hombre violento, autodestructivo. Sólo tenemos que mirar la cantidad de actos violentos que atentan hoy contra la vida humana, la naturaleza, la creación...

La economía es el actual becerro de oro que se nos propone hoy como liberador de las opresiones, un sistema injusto que envuelve en la precariedad a muchos pueblos. Otros ponen el acento en políticas trasnochadas que prometen la salvación, pero no dejan de ser el despertar de antiguos sistemas que están llamados al fracaso.

Ante esta situación, está la frase de Jesús llena de lamento: ¡Y no queréis venir a mí para tener vida eterna! El camino del hombre sin Dios es equívoco, resulta una catástrofe de dimensiones incalculables.

Los que nos decimos creyentes hemos de orar poniendo en pie nuestra esperanza. Levantar nuestras voces frente a esta deshumanización acelerada de la vida. Y orar para que en el silencio se aplaque la ira de los pueblos que injustamente son oprimidos. Orar para no caer en la tentación del desaliento, ni tampoco en el conformismo adaptativo de una religión anquilosada.

Fr. Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

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