’ Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ’


"Salud de mi rostro, Dios mío"

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’ Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ’
Religión
Septiembre 23, 2021 21:51 hrs.
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La Palabra de Dios

Viernes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario

Lectura I
Ag 2, 1-9
El día veintiuno del séptimo mes del año segundo del reinado de Darío, la palabra del Señor vino, por medio del profeta Ageo, y dijo: ’Diles a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Yosadac sumo sacerdote, y al resto del pueblo: ‘¿Queda alguien entre ustedes que haya visto este templo en el esplendor que antes tenía? ¿Y qué es lo que ven ahora? ¿Acaso no es muy poca cosa a sus ojos?

Pues bien, ¡ánimo!, Zorobabel; ¡ánimo!, Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote; ¡ánimo!, pueblo entero. ¡Manos a la obra!, porque yo estoy con ustedes, dice el Señor de los ejércitos. Conforme a la alianza que hice con ustedes, cuando salieron de Egipto, mi espíritu estará con ustedes. No teman’.

Esto dice el Señor de los ejércitos: ‘Dentro de poco tiempo conmoveré el cielo y la tierra, el mar y los continentes. Conmoveré a todos los pueblos para que vengan a traerme las riquezas de todas las naciones y llenaré de gloria este templo. Mía es la plata y mío es el oro. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero, y en este sitio daré yo la paz’, dice el Señor de los ejércitos’.
Palabra del Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Del Salmo 42
R. (cf 5bc) Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.
Defiéndeme, Señor, hazme justicia
contra un pueblo malvado;
de hombre tramposo y traicionero
ponme a salvo. R.
R. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.
Si tú eres de verdad mi Dios-refugio,
¿por qué me has rechazado?,
¿Por qué tengo que andar tan afligido,
viendo cómo me oprime el adversario? R.
R. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.
Envíame, Señor, tu luz y tu verdad;
que ellas se conviertan en mi guía
y hasta tu monte santo me conduzcan,
allí donde tú habitas. R.
R. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.
Al altar del Señor me acercaré,
al Dios que es mi alegría;
y a mi Dios, el Señor, le daré gracias
al compás de la cítara. R.
R. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

Aclamación antes del Evangelio
Cfr Mc 10, 45
R. Aleluya, aleluya.
Jesucristo vino a servir
y a dar su vida por la salvación de todos.
R. Aleluya.


Evangelio
Lc 9, 18-22
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: ’¿Quién dice la gente que soy yo?’ Ellos contestaron: ’Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado’.

Él les dijo: ’Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?’ Respondió Pedro: ’El Mesías de Dios’. Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.

Después les dijo: ’Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús
Reflexión del Evangelio de hoy

La profecía de Ageo
Han elegido bien esta lectura porque en ella habla del día 24 del mes noveno, septiembre. Lo que en ella no deja de ser confuso para los que escuchamos es la actualidad este texto. También debió serlo para los de entonces. Los profetas siempre dicen un poco lo que quieren atribuyéndoselo a Dios, suelen salirse con la suya. No ha desaparecido eso de ’es voluntad de Dios’, como si el asunto fuera tan claro. En la Iglesia se ha utilizado tanto… y no digamos en los que han prometido obediencia o ponen su vida espiritual bajo la dirección de otros que dicen ser clarividentes. El ’obedece y no te equivocarás’ tiene, probablemente, su aquél de equivocación…

Al pueblo le agradaba que le hablasen de las maravillas y riquezas que Dios les iba a otorgar, al pueblo le gustaba que alimentasen su fantasía. Estos versículos tomados en su literalidad, son bonitos. Hay que completarlos con los siguientes. El profeta pronto les hace bajar de las nubes y les tilda de ilusos. Y todo lo que ellos creían que era una maravilla, Ageo lo llama ’impuro’. ¡Vaya con Yahvé! Esperanza frustrada para el pueblo. Ellos, que esperaban riqueza, que cayese sobre ellos la abundancia… Nada. Certeza y realismo del profeta que interpreta en su justa medida la acción de Dios para con su pueblo. Nada de encandilamientos.

Es el versículo 5 el que ponen las cosas en su sitio: "Según la palabra que pacté con vosotros a vuestra salida de Egipto, y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu: no temáis". Algo es algo, menos es nada. Dios mantiene su palabra, su pacto: su Espíritu estará siempre con ellos, con nosotros; no hay por qué temer. No resulta fácil no temer, las circunstancias a veces nos hacen vivir en el temor, en el miedo, en la zozobra. Descubrir en medio de todo el Espíritu de Dios no es fácil, pero… hay que confiar. No queda otra.

"Salud de mi rostro, Dios mío"
Salmo precioso, lleno de anhelos. La búsqueda de Dios es la propia de un sediento, pero que esta vez no hace reproches al Señor, solo son preguntas lógicas y razonables en la búsqueda, para finalizar con el encuentro con Él y poder exclamar: Salud de mi rostro, Dios mío. Toda búsqueda sincera de Dios, aunque haya algún pequeño reproche, termina en un encuentro satisfactorio, saludable; porque de eso se trata.

¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo…?
Estamos ante la pregunta clave de Jesús a sus discípulos y, por tanto, a nosotros: ¿Quién decís que soy yo? Fue una pregunta bien formulada. No existen preguntas sin respuesta, salvo cuando se formulan mal. Por eso es tan importante aquilatar bien las preguntas, máxime si en ellas nos jugamos el todo o nada. En H. Murakami leí: ’Preguntar es vergüenza de un instante; no preguntar es vergüenza de una vida’.

Jesús no pasó vergüenza al preguntar; sabía muy bien quién era, pero eso no era lo importante. En Él no había problemas de identidad personal. Quería poner a prueba a los suyos/nosotros. Posiblemente se miraron entre sí desconcertados al escuchar tal pregunta comprometedora. ¿Qué responder, en qué apuro quería meterlos? ¿Soportaron su mirada de frente?

Había que definirse. No cabían las medias tintas, las salidas airosas, el mirar para otro lado, el silbar para no darse por aludidos, el remover el polvo con las sandalias, el… La pregunta comprometía más de lo que parecía.

Porque además no se trataba de dar respuestas genéricas, aprendidas en la sinagoga en textos veterotestamentarios. Había que responder sin tapujos, sin alambres y sin miedos interiores.

Muchos le dieron la espalda y se marcharon sin decir palabra. Y no volvieron más con Él. Otros, los más cercanos, salieron de la pregunta trampa lo mejor que pudieron y siguieron a su lado no sin titubeos.

No se trataba solo de decir quién era, sino cómo decirlo, con qué actitudes, con qué compromisos reales, con qué acciones que mostrasen su convencimiento y decisión de seguimiento.

La pregunta sigue ahí para cada uno de nosotros. Dos mil años después no caben respuesta para salir airosos, no cabe el: Bueno, pues Tú eres… Para ello ya están los tratados teológicos o antropológicos.

Y una vez que se responde, qué sucede, cómo cambiamos de actitudes, qué compromisos adquirimos, qué remueve nuestro interior, qué o cómo estamos dispuestos a transformar el entorno en que vivimos, vamos a seguir igual, como si tal cosa… Por eso, ante Jesús no importa tanto el qué respondemos como el cómo lo mostramos. ¿Verdad que queda claro? Del cómo, una vez manifestado el qué, depende el futuro de nuestra fe, de la fe de la Iglesia y de la credibilidad de ambos.

Lo sabemos bien los educadores: ’Hacer preguntas es prueba de que se piensa’ (R. Tagore). Jesús pensaba y lo que es mejor: quería hacer pensar. La pregunta no ha perdido vigencia. ¿Las respuestas y sus consecuencias…?

Fr. José Antonio Solórzano Pérez O.P.
Casa San Alberto Magno (Madrid)

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