’ ¡Preparad el camino al Señor! ’


Una palabra de consuelo

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’ ¡Preparad el camino al Señor! ’
Religión
Diciembre 05, 2020 22:37 hrs.
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La Palabra de Dios

Segundo Domingo de Adviento

Primera lectura
Is 40, 1-5. 9-11
’Consuelen, consuelen a mi pueblo,
dice nuestro Dios.
Hablen al corazón de Jerusalén
y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre
y que ya ha satisfecho por sus iniquidades,
porque ya ha recibido de manos del Señor
castigo doble por todos sus pecados’.

Una voz clama:
’Preparen el camino del Señor en el desierto,
construyan en el páramo
una calzada para nuestro Dios.
Que todo valle se eleve,
que todo monte y colina se rebajen;
que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.
Entonces se revelará la gloria del Señor
y todos los hombres la verán’.
Así ha hablado la boca del Señor.

Sube a lo alto del monte,
mensajero de buenas nuevas para Sión;
alza con fuerza la voz,
tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén.
Alza la voz y no temas;
anuncia a los ciudadanos de Judá:
’Aquí está su Dios.
Aquí llega el Señor, lleno de poder,
el que con su brazo lo domina todo.
El premio de su victoria lo acompaña
y sus trofeos lo anteceden.
Como pastor apacentará su rebaño;
llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos
y atenderá solícito a sus madres’’.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
R. (8) Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
Escucharé las palabras del Señor,
palabras de paz para su pueblo santo.
Está ya cerca nuestra salvación
y la gloria del Señor habitará en la tierra.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
La misericordia y la fidelidad se encontraron,
la justicia y la paz se besaron,
la fidelidad brotó en la tierra,
y la justicia vino del cielo.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
Cunado el Señor nos muestre su bondad,
nuestra tierra producirá su fruto.
La justicia le abrirá camino al Señor
e irá siguiendo sus pisadas.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.

Segunda lectura
2 Pd 3, 8-14
Queridos hermanos: No olviden que para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día. No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan.

El día del Señor llegará como los ladrones. Entonces los cielos desaparecerán con gran estrépito, los elementos serán destruidos por el fuego y perecerá la tierra con todo lo que hay en ella.

Puesto que todo va a ser destruido, piensen con cuánta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.

Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por lo tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Aclamación antes del Evangelio
Cfr Lc 3, 4. 6
R. Aleluya, aleluya.
Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos,
y todos los hombres verán al Salvador.
R. Aleluya.

Evangelio
Mc 1, 1-8
Éste es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías está escrito:

He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti,
a preparar tu camino.
Voz del que clama en el desierto:
’Preparen el camino del Señor,
enderecen sus senderos’.

En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados. A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Juan usaba un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Proclamaba: ’Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

’ ¡Preparad el camino al Señor! ’
Introducción
Este segundo domingo de adviento nos invita a descubrir en la figura de Juan el Bautista el valor y las implicaciones del desierto: valor de un decir sin ambages desde el lenguaje de la desnudez, desde el vacío de lo superfluo y la conciencia de lo necesario. Valor de coherencia y humildad para comprender quién es el Dios de la Vida y quiénes somos trabajadores de su mies.

El desierto remite a dificultad, incluso, a crisis. Sin embargo, si tomamos como referencia el significado etimológico de la palabra ‘crisis’ nos encontramos con que se trata de un momento ‘oportuno’ para definir, para hacer opciones y tomar caminos que conduzcan nuestra vida a una mayor plenitud de amor y sentido. Esa es la propuesta que Juan trae desde los desiertos de la existencia. Es más, quizá son los desiertos de la vida los lugares privilegiados donde preparar nuestra capacidad de encuentro y acogida con el Señor.

Dispongamos ahora nuestro cuerpo y espíritu y dejémonos interpelar:

¿qué desiertos identificamos en nuestra existencia?
¿qué desiertos habitan mi vida y las de los que me rodean?
¿es la pandemia un desierto en este año 2020 que nos pueda traer, más allá del sufrimiento, alguna opción y camino que tomar en la vida?
¿cómo ser consuelo que hable al corazón humano en medio de los desiertos de la vida?
¿cómo cultivo la paciencia como pedagogía de una esperanza activa?
¿he pasado en mi vida de un bautismo de agua a un bautismo de Espíritu, con lo que ello implica? ¿ritualismo o acontecimiento vivificador?
Finalmente, ¿es esta existencia nuestra, llena de gozos y penumbras, adviento?, es decir, ¿tengo esperanza y conciencia de una continua venida de Dios a mi vida?
Fr. Ismael González Rojas
Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)

Comentario al Evangelio

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
UNA PALABRA DE CONSUELO
’Donde está el peligro también crece la salvación’ (Friedrich Holderlin)

Isaías es un profeta que vale para todos los tiempos. Su palabra no era simplemente el fruto de un rato de reflexión, sino la expresión viva de su profunda experiencia de Dios. Procuraba mirar la realidad de su tiempo, a la que estaba muy atento, con los ojos y el corazón de Dios. El profeta sabe que la historia es siempre «historia de salvación». Cuando él escribe, su pueblo está bastante perdido, desilusionado, desesperanzado, desconcertado, desanimado, - y todos los "des" que queramos añadir- por la situación política, económica y personal de todos ellos, pues se encuentran "desterrados", no tienen «tierra» bajo sus pies donde sostenerse, donde levantar sus vidas. Están de prestado, exiliados, dispersos, inseguros. La gris niebla envuelve su presente, y les impide ver su futuro. No hay futuro.

Por su parte, los jefes del pueblo no están a la altura, preocupados -como tantas veces- por sus mezquinos intereses, y dominados por el miedo y la resignación. O «adaptados» a las circunstancias, procurando que les vaya lo mejor posible.

No es una situación muy diferente de la nuestra. No es necesario indicar los rasgos de lo que todos estamos viviendo en estos tiempos difíciles: Desánimo, soledad, tristeza, ira, miedo, desencanto...

Pues en aquellos tiempos de Isaías -y cada vez que se repiten circunstancias semejantes- Dios tiene una palabra que decir a través de los que tienen un corazón "bien lleno de Dios". Suele servirse de oráculos, de portavoces, de mediadores... para hacerse presente. En este caso Dios lanza un deseo, una petición, casi una orden a quienes puedan y quieran escucharle: "Consolad a mi pueblo y habladle al corazón".

Nunca está de más una palabra de consuelo, y siempre llega más una palabra que hable al corazón que a la cabeza. No cualquier palabra: estamos saturados de palabras vacías y de mensajes de «autoayuda» que no ayudan en nada.

Consolar significa estar con el que se siente solo, con el que sufre, con el que se encuentra en dificultades y aliviar su carga, calmar la inquietud, fortalecer su fragilidad, suavizar la angustia... de modo que pueda vivir más sosegadamente, más esperanzadamente, con más confianza. El consuelo no elimina el dolor, y tampoco lo «relativiza» (al menos no siempre) pero sí ensancha la esperanza y fortalece el coraje para afrontarlo.

En el Evangelio de hoy escuchamos: «Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor». Desierto es una palabra inquietante en nuestros días. Casi el 33% de la superficie terrestre está ocupada por desierto. Y la proporción va en vertiginoso aumento. Leo, por ejemplo, que el ritmo de deforestación en Brasil ha aumentado a unos 4.430 campos de fútbol por día y que entre agosto de 2019 y julio de 2020, 11.088 kilómetros cuadrados de selva haya sido talados en la región. Cada año cientos de miles de hectáreas de terreno cultivable se convierten en desierto. Y millones de personas, se han visto obligadas a dejar atrás sus tierras, por el desierto que avanza.

Pero existe otro desierto: no fuera, sino en medio de nosotros; no en zonas remotas del planeta, sino dentro de nuestras propios ciudades: Es el «secarral» de las relaciones humanas, la soledad, la indiferencia, el aislamiento, el anonimato. El desierto es ese lugar donde si gritas nadie te oye, si yaces en tierra acabado nadie se te acerca, si una feroz bestia te asalta nadie te defiende, si experimentas un gran gozo o una gran pena no tienes con quien compartirla. ¿Y no es esto lo que ocurre en muchas en nuestras ciudades? Nuestro agitarnos yendo y viniendo y quejándonos, ¿no es también un gritar en el desierto?

Y también hay un desierto, quizá más peligroso: el que cada uno de nosotros lleva dentro. Justamente el corazón puede transformarse en un desierto: árido, apagado, sin afectos, sin esperanza, infecundo. ¿Por qué muchos no logran despegarse del trabajo, apagar el móvil, la radio, la tele, el WhatsApp, los auriculares...? Tienen miedo de reconocerse en ese desierto. La naturaleza, dicen, tiene «horror del vacío», y también el hombre rehuye el vacío. Si nos examinamos honestamente, veremos cuántas cosas hacemos para evitar encontrarnos solos, cara a cara con nosotros mismos y frente a la realidad. Cuanto más crecen los medios de comunicación y las redes sociales, más disminuye la verdadera comunicación. Tenemos la sensación de que este mundo es como un desierto sin sendas. Donde los gritos de auxilio no son acogidos, no obtienen respuesta tapados por nuestros ruidos, y engañados por los espejismos y oasis que nos ayudan a olvidarnos de todo...

Ante esa situación de desolación del pueblo de Israel, Dios toma partido de una vez para siempre. Se coloca al frente del rebaño como un pastor amoroso. Pero no se queda en simples palabras: su consuelo va acompañado de acciones. El texto nos lo describe muy bien: los montes se abajan, los valles se levantan y Dios mismo se pone al frente. Las acciones orientan y abren caminos. El consuelo nos habla al oído en el presente y nos infunde una esperanza que nos hace encarar el futuro desde la seguridad y la confianza de saber que no nos encontramos solos en medio del ’desierto’ de nuestros miedos y dudas.

El apóstol Pedro nos dice que los cristianos "ESPERAMOS UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA DONDE HABITE LA JUSTICIA". Pero ¿es un sueño al estilo Walt Disney? Pues no: ese sueño tiene mucho que ver con las palabras de Juan Bautista: "PREPARADLE EL CAMINO AL SEÑOR, ALLANAD SUS SENDEROS".

El cristiano es un eterno inconformista, y está convencido de que hay muchos obstáculos que remover. Su esperanza no es una ilusión evasiva de la realidad, ya que somos seguidores de Alguien que se dejó el pellejo en la cruz por luchar a favor de ese Mundo Nuevo. Y además contamos con la fuerza y el discernimiento del Espíritu. Cuando escuchamos hoy: "AQUÍ ESTÁ VUESTRO DIOS", es la señal de salida para ponernos manos a la obra, empezando por nosotros mismos. Dios sale al encuentro de quien se pone a remover obstáculos: siempre podemos tender puentes a aquellos que se han alejado de nosotros por tener opiniones o criterios distintos; siempre podemos revisar nuestro consumismo desenfrenado; siempre podemos poner más ternura en las relaciones humanas; siempre podemos buscar espacios de silencio y oración para dejar que Dios nos hable al corazón y nos ayude a encontrar sendas en cualquiera de nuestros desiertos; siempre podemos ayudar a alguien a ser más feliz, a sufrir menos... y podemos porque Cristo pudo, y ser discípulo suyo es creernos que ese mundo nuevo es posible, y la lucha por él es la que da sentido a nuestro caminar. La única batalla que se pierde es aquella en la que dejamos de luchar. Nunca rendirnos ni conformarnos ni acostumbrarnos. Nunca renunciar a seguirlo intentando. Nunca perder nuestra dignidad humana y nuestra confianza en nosotros mismos y en Dios: Él es la fuerza de nuestra fuerza.

Este segundo domingo de Adviento quiere consolarnos, sacarnos de nuestra desesperanza y modorra, de modo que no nos venzan las cosas malas que nos envuelven, para no dejar que nada ni nadie nos quite la paz del corazón y nuestros deseos de ser mejores y hacer un mundo siquiera un poquito mejor. Para eso vino Dios a la tierra, y sigue viniendo y no se cansa de venir. Hasta que todo esto sea realmente UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA donde habite la justicia. Y la paz. Y la fraternidad.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

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