En las Nubes

Alma de bebé

Alma de bebé
Política
Septiembre 17, 2013 15:07 hrs.
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Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

La sonrisa de nuestro joven Presidente, nos puso a pensar que ya comenzó a darse cuenta de lo que acontece en todo México. Luego de las dos ceremonias, el Grito y el Desfile, se introdujo de lleno en la catástrofe nacional que originó el choque de dos huracanes. Se despojó del frac, y en mangas de camisa, como cualquier hijo de vecino, descubrió lo que existe, hambre, penuria, desazón, en la gente. Aumentado todo por el agua que arrasó sus pertenencias. Derribó construcciones, se llevó vehículos y causó la muerte de muchas personas. Todo el país se ensombreció. Comprobó personalmente lo que acontece. No que se lo platicaran. Ordenó a su gabinete de adultos acompañarlo. En mitad de la tragedia instruyó a cada uno de sus subalternos, atender a la población. Mitigar sus daños. Pero sobre todo reconocer lo que hace falta al país. Obras de infraestructura y ponerlas en operación de inmediato para prevenir estos desastres, atribuibles a la naturaleza. Pero más a la desidia del gobierno en desorden. Reconoció que gracias a la presa “El Macayo”, inaugurada recién, Tabasco se libró de otra inundación como en 2007. Faltaba que el jefe del Ejecutivo se percatara por sí mismo de lo que le ocultan sus gentes. Su juventud la supera el entusiasmo que ya demostró. Dejar discursos burocráticos y poner en práctica lo que le dicta su conciencia. Abrir las arcas para inversión congruente no de gasto politico. Su proyecto hacendario, creemos, será enmendado, ante el clamor general. Se dará cuenta como durante el Grito que la gente aún confía en sus decisiones. Le sonríe complacida de verlo con su familia. Y él, lo vimos, comprendió que el estar en la silla Presidencial, lo obliga no solo a pronunciar mensajes que no pasan de serlo. Sino, como lo hizo, arremangarse las mangas y codo con codo, con la gente hambrienta y en desazón, demostrar su alma de niño.
Esto último nos recuerda “El principito”, libro maravilloso escrito por Antoine de Saint-Exupéry. Sin dejar de ser un cuento para niños, es también recurso maravilloso que estimula el pensamiento en los adultos. Saint-Exupéry era un piloto de caza que luchó contra los nazis y murió en acción. Antes de la segunda guerra mundial, combatió a los fascistas en la guerra civil española. A partir de aquella experiencia escribió una leyenda fascinante con el título de La sonrisa (Le sourire).
Éste es el relato a compartir. Aunque no está claro si la intención del autor era escribir un texto autobiográfico o de ficción, preferimos creer en la primera posibilidad. Refiere el autor que, capturado por el enemigo, fue confinado en una celda. Por las miradas desdeñosas y el rudo tratamiento que recibió de sus carceleros, estaba seguro de que al día siguiente lo ejecutarían. A partir de aquí contaremos la historia con sus propias palabras: «Estaba seguro de que me matarían. Originó ponerme tremendamente inquieto y nervioso. Repasé mis bolsillos en busca de algún cigarrillo que pudiera haber quedado en ellos pese al registro y encontré uno que, con manos temblorosas, apenas pude llevarme a los labios. Pero no tenía fósforos; se los quitaron. Entre los barrotes miré a mi carcelero, que evitaba mantener contacto conmigo. Después de todo, nadie intenta mirar a los ojos a una cosa, a un cadáver. Decidí preguntarle: ¿Tiene fuego, por favor? Me miró, se encogió de hombros y se acercó a encenderme el cigarrillo. Mientras se acercaba para encender el fósforo, sin intención alguna, nuestros ojos se cruzaron. En ese momento, sin saber por qué, le sonreí. Quizá fuera por nerviosismo, tal vez porque cuando dos personas están muy cerca una de otra es muy difícil no sonreír. En todo caso, le sonreí.En ese instante fue como si se encendiera una chispa en nuestros corazones, en nuestras almas: éramos humanos. Sé que aunque él no lo quería, mi sonrisa pasó a través de los barrotes y provocó otra sonrisa en sus labios. Me encendió el cigarrillo y se quedó cerca, mirándome directamente a los ojos, sin dejar de sonreír. También yo seguí sonriéndole; ahora ya lo veía como a una persona, no como a un simple carcelero. Pareció como si el hecho de que me mirara hubiera cobrado también una nueva dimensión. ¿Tienes hijos? —me preguntó. Si, mira. Saqué la cartera y busqué las fotos de mi familia. Él también sacó las fotos de sus hijos y empezó a hablar de los planes y las esperanzas que ellos le inspiraban. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Le dije que temía no ver más a mi familia, no poder llegar a verlos crecer. A él también se le humedecieron los ojos. De pronto, sin decir nada más, abrió la puerta y sin añadir palabra me guió hacia la salida.Ya fuera de la cárcel, silenciosamente y por callejas apartadas, me condujo fuera de la ciudad. Allí, ya casi en el límite, me dejó en libertad y, sin una palabra más, regresó. ¡Aquella sonrisa me había salvado la vida! Sí, la sonrisa... el contacto espontáneo, natural, no afectado entre las personas”.
Debajo de todas las capas defensivas que construimos para proteger dignidad, títulos, grados, estatus, ética, moral y superficialidad, sigue auténtico y esencial lo que somos. Si las partes pudieran reconocerse no habría enemigos. No podríamos sentir odio ni envidia ni miedo. Con tristeza vemos que todos esos estratos que tan cuidadosamente construimos a lo largo de toda la vida, nos distancian de los demás y nos aíslan de cualquier auténtico contacto con ellos. ¿Por qué sonreímos cuando vemos un bebé? Quizá sea porque vemos a alguien que aún no tiene todas esas barreras defensivas, alguien que, bien lo sabemos, cuando nos sonríe lo hace de forma totalmente auténtica y sin engaños. El alma de bebé que llevamos dentro nos sonríe con melancólico agradecimiento.
carlosravelogalindo@yahoo.com.mx.

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