Opinión

Ante las elecciones próximas, vicios y virtudes ¿han cambiado desde entonces?

Ante las elecciones próximas, vicios y virtudes ¿han cambiado desde entonces?
Periodismo
Febrero 13, 2021 23:55 hrs.
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Rodolfo Villarreal Ríos › guerrerohabla.com

A lo largo del tiempo, en nuestros intercambios de opiniones con el economista Sergio Enrique Castro Peña, hemos coincidido en que a pesar de todos los avances que la humanidad ha tenido, de los griegos hasta nuestros días, al final los seres humanos, en materia de actividad política, en poco han variado el comportamiento. En ese contexto, ahora que ya estamos en el proceso electoral en nuestro país, decidimos revisar los textos escritos por el padre del Liberalismo mexicano, el doctor José María Luis Mora Lamadrid, y, entre ellos, encontramos uno titulado ’Sobre las elecciones próximas,’ publicado en ’El Observador Republicano.’ Aun cuando la fecha de origen data de 1827, la frescura de su contenido muestra que, como los vinos buenos, el añejamiento de casi dos centurias ha mejorado, como dirían quienes conocen e ingieren esos caldos, su buqué.
El doctor Mora Lamadrid señala que ’después de una revolución que ha durado por el largo periodo de tres años, y en que se han violado por todos, todas las leyes y todos los principios de la decencia, especialmente en materia de elecciones, ha llegado ya el tiempo en que es necesario manifestar con hechos y no con palabras que el cambio efectuado ha tenido por objeto, no el triunfo de un partido sobre el otro, sino el restablecimiento de la constitución y las leyes.’ Este párrafo podría provocar inquietudes en pieles sensibles, pero esa era la situación en el México de hace 200 años. ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
Preocupado por la democracia, el doctor Mora Lamadrid apuntaba que ’se acerca ya la época en que la Nación debe nombrar personas que la representen verdaderamente y no por usurpación, como se ha hecho hasta aquí; que expresen su voluntad y defiendan sus intereses; y ya empiezan a agitarse la ambición, el espíritu de partido, y los temores de los vencedores y vencidos. Esta sorda y general fermentación que se observa en los países libres, cuando se aproxima el tiempo en que los ciudadanos ejercen su más precioso derecho, y el único cuyo ejercicio se reservaron al delegar la autoridad soberana, y al confiar a otros el cuidado de la administración en todos sus ramos: esta inquietud, decimos, en que están todos los ánimos, en aquellos países en que hay espíritu público, lejos de ser temible y de que sea conveniente calmarla ni adormecerla, es, al contrario, un síntoma favorable a la libertad, y una prueba de que los particulares miran con sumo interés la causa pública.’ Lucía un optimismo cauto por el porvenir. ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
La confianza moderada se volvía preocupación en el doctor Mora Lamadrid cuando escribía: ’la Nación que, al acercarse la época de las elecciones, viese llegar tan crítico momento sin dar muestras de solicitud ni cuidado, y en que no hubiese candidatos que ambicionasen el alto honor de ser los órganos de la voluntad general, ya podría decirse que estaba en vísperas de recaer en el régimen arbitrario. Así vemos en la historia romana cuan grande era el movimiento de esta ciudad libre, en los días de los comicios, para la elección de los supremos magistrados, y hoy mismo vemos también la agitación suma que conmueve a toda la Inglaterra cuando está para renovar su parlamento. Otro tanto sucede en Francia, aunque de diverso modo, cuando van a reunirse los colegios electorales, como lo hemos visto actualmente que toda la nación se ha puesto en movimiento para qué la Cámara de Diputados sea reemplazada de modo que pueda resistir a los ataques que contra la Carta repite el ministerio y los ultra monarquistas, a cuyo frente se halla el príncipe de Polignac. Es sabido también hasta dónde llega el interés y agitación que, para el acierto de sus elecciones, toman nuestros vecinos del Norte, y el inmenso juego y rejuego de los partidos y candidatos, cuando se trata de renovar las Cámaras, o el presidente de la República. Esas eran las preocupaciones del antier. ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
A pesar de todo, el doctor Mora Lamadrid volvió a ser positivo: ’no extrañemos pues que la atención pública empiece ya a convertirse hacia las elecciones para los congresos general y de los estados, y lejos de vituperar este sentimiento de solicitud cívica, congratulémonos con todos los buenos ciudadanos, de que la Nación, después de haber abandonado en esta operación importante el furor y la anarquía, entre en calor para obrar en ella por los términos legales, y no se manifieste indiferente a sus más caros intereses.’ La aspiración que perenemente se espera alcanzar. ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
Sin embargo, la realidad no se podía apartar de la mente del doctor Mora Lamadrid al advertir: ’cuando ya se habla del influjo que los partidos pretenden tener en las próximas elecciones; como es sabido los medios violentos, barbaros y por consiguiente reprobados de que se han valido en estos últimos tres años para obtener un triunfo que no podían adquirir de otra manera en las juntas electorales, se teme ahora lo mismo; y hay una prevención más fuerte contra todos los pretendientes que quieren hacer valer, aunque por los medios legales, el influjo de su partido, y salir avante en la elección a despecho de sus contrincantes.’ La violencia latente en aquellos tiempos. ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
Lo anterior lleva al doctor Mora Lamadrid a cavilar y expresar que ’nosotros prescindiendo, como lo hacemos siempre, de cuestiones particulares, que jamás dejan de ser odiosas, examinaremos las generales que ofrece la materia de elecciones, contraída al punto presente, por el orden que sigue, 1ª ¿Tiene derecho el gobierno, ya sea el general o el de algún Estado, para influir de algún modo en las elecciones que deben ser populares? 2ª ¿Tienen los particulares derechos para presentarse como candidatos o pretendientes, y trabajar para que recaiga en ellos el nombramiento? 3ª ¿Qué deben hacer los electores después de recibir las inspiraciones de los partidos, y de escuchar a los pretendientes? Estas cuestiones propias de las circunstancias actuales ofrecen un interés conocido por la época, por las circunstancias mismas, y por la reciente destrucción del régimen anterior, debida en mucha parte a los abusos en materia debida en mucha parte a los abusos en materia de elecciones.’ El eco del pasado reciente se aparece ante nosotros o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
El doctor Mora Lamadrid apuntaba: ’Desde luego es necesario convenir en que al gobierno no se le puede hacer un cargo por el influjo que pretenda tener en materia de elecciones, si este es moderado y está reducido a lo que debe ser. Los manejos ocultos, las órdenes a los electores, las promesas y amenazas a los mismos y a los que puedan influir en ellos, son caminos reprobados que inducen nulidad en la elección y responsabilidad en los agentes del poder por un abuso de tanto tamaño en el ejercicio de su autoridad: tampoco deben tolerarse sordas maniobras par a excluir de los cuerpos representativos a determinadas personas ni para llenarlos de sus clientes, y de hombres que por estar ya empleados o por aspirar a serlo, se prestarían dóciles a complacer y servir a los dispensadores de las gracias. Si el gobierno se abstiene de esto como es de presumirse del actual, lo demás no se le puede impedir licita ni racionalmente.’ A que don José María Luis insistiendo en que sus escritos parecieran piezas del futuro o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
Desde su perspectiva de político, el doctor Mora Lamadrid indicaba que ’así pues, puede, y aun algunas veces debe[el gobierno] emplear su influjo en ilustrar a los electores y prevenirlos contra la seducción y ocultos manejos de los partidos, y recomendarles la más absoluta imparcialidad en sus votaciones, prometiéndoles todo su apoyo y el de la fuerza pública, contra los que como hasta aquí intentaren violentarlos, e impedirles que emitan libremente su sufragio: más este influjo no debe ni puede ejercerse ocultamente, como a escondidas y a manera de quien intriga y maquina, sino abierta, publica y francamente por actos que estén al alcance de todo el mundo, y en que no se vea otra mira que la de impedir que se yerre o haya violencias en tan importantes elecciones, que en expresión del ministerio de relaciones según su memoria que últimamente ha presentado a las Cámaras, deben ser inmaculadas.’ Costumbres del ayer no erradicadas o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
Como firme creyente en la democracia, Mora Lamadrid mencionaba que ’por consiguiente, el gobierno nunca debe hacerse órgano de una facción, ni de ninguno de los partidos en que opinión esté o pueda estar dividida; debe sí recomendar que se elijan los ciudadanos más virtuosos y sabios; pero al mismo tiempo abstenerse aun de indicar se excluyan clases enteras, a pretexto de que son, fueron o se presumen adictas a tales o cuales principios y opiniones; porque toda exclusión, lo mismo que toda proscripción general a cuya clase pertenece, es esencialmente injusta. No hay clase ninguna, y más si es un poco numerosa, en la cual no se hallen individuos que la honren, o sean una excepción honorífica de la regla general por la cual se pretende medirlos y juzgarlos. Una practica añeja que algunos la convirtieron en regla general o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
El liberal Mora Lamadrid tenía preocupación sobre ciertas situaciones y se preguntaba: Pero ¿qué haremos con los exaltados que tantos males pueden causar si se apoderan de los cuerpos legislativos? ¿No propondremos por regla general el que sean excluidos? Este mal no se cura con exclusiones que nunca podrán tener el efecto que se desea por lo vago e indefinido de esta voz. Entre los que son realmente de esta clase sobran hombre s de buena fe que, si exageran los principios, es, o porque son noveles en la carrera política, o porque están creídos que en esto consiste el patriotismo • estos, de consiguiente, cuando su impetuosidad juvenil fuer e templada por la prudencia de compañeros más formales y tranquilos, serán excelentes diputados’ Si se trata de exaltados, ¿cómo podrá excluir a nadie de las elecciones bajo este ridículo pretexto? ¿Cuál es la definición de exaltado? ¿Qué quiere decir esta voz? ¿Qué ha de haber hecho o dicho una persona para que merezca esta calificación? ¿Cómo se probará que le conviene? Pero ¿a qué insistir más en una cosa tan notoria? Ocupémonos de la segunda cuestión. Una disyuntiva que aparece una y otra vez o ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
Como ideólogo el doctor Mora reconocía que ’como somos todavía novicios en el sistema representativo, se nos hace muy extraño que algún o algunos ciudadanos se presenten en clase de candidatos para las elecciones, soliciten en su favor el sufragio de los electores. De aquí es, que apenas se dice de alguno o algunos que aspiran a este puesto, cuando se ven regalados por los impresos públicos con los epítetos sonoros de atrevidos, petulantes, presumidos, insolentes y ambiciosos. Nosotros no podemos desconocer los inconvenientes gravísimos de una solicitud privada, en la cual sé exageran los propios merecimientos, se suponen los que no hay, se echa mano de la calumnia y detracción para deshacerse de los competidores que hacen sombra ; en una palabra , tiene ’todos los caracteres e inconvenientes de una verdadera intriga ; así pues, no podemos aprobar semejante modo de pretender, a pesar de que lo vemos establecido sin que a nadie choque, en todo aquello que son elecciones populares. Pero si no estamos por solicitudes y pretensiones privadas, estamos y estaremos siempre por las públicas, cuyas ventajas, si se reflexiona, no podrán desconocerse.’ Las costumbres malas prevalecen o ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
Como historiador, el doctor Mora Lamadrid indicaba: ’los que maltratan a los que públicamente aspiran a un puesto en los congresos, parece que ignoran ser un acto de civismo en un gobierno libre, ofrecerse a servir a la patria en cualquier ramo que sea, cuando el que lo hace está seguro de poder ser útil en el puesto qué solicita. En las antiguas repúblicas los ciudadanos de mérito recordando al pueblo sus servicios, cuando se iba a hacer la elección de magistrados, no se avergonzaban de pedir para sí aquel cargo que mejor podrían desempeñar. En Roma se hacía esto con tal publicidad y aparato, que los pretendientes al consulado no solo rogaban uno por uno a todos los ciudadanos que los favoreciesen con su voto, sino que hasta en el vestido anunciaban su pretensión; pues es bien sabido, que por cuanto acostumbraban a llevar en estas circunstancias una toga blanca, se les dio el nombre de candidatos, que nosotros damos a toda clase de pretendientes, aunque estén vestidos de negro. En Inglaterra el día de hoy los que aspiran a ser vocales del parlamento, no solo no recatan sus deseos, sino que emplean ostensiblemente todos los medios que están a su alcance par a ganar los votos de los electores, y este hecho en una de las naciones más morigeradas, libres y pundonorosas, demuestra que no debe ser mal vista la publica candidatura.’ Expresar abiertamente aspiraciones no deja de ser un tabú, o ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
Preocupado porque aquello fuera conocido por todos, el doctor Mora Lamadrid indicaba que ’en efecto, si en todas las naciones cultas es permitido pretender públicamente los empleos de nombramiento del gobierno, y si este mismo por avisos públicos da noticia de que han vacado, convoca a los pretendientes, y aun los incita a que presenten los memoriales, ¿por qué ha de llevarse a mal que haya también pretendientes públicos para la honorífica e importante misión de representantes? Al contrario, este sería un medio casi infalible de acertar en las elecciones. Si los candidatos presentasen en las secretarias de los gobernadores de los estados una exposición documentada de sus méritos y servicios; si en estas oficinas se formase una lista de los aspirantes, acompañando a cada nombre un breve estrado de su relación de méritos, y si estas listas se imprimiesen y circulasen por todo el estado poco antes de verificarse las elecciones, tendrían los que intervienen en ellas una como base de sus deliberaciones, y todos podrían darles noticias útiles acerca del mérito de los pretendientes. Los electores no por esto estarían sujetos a escoger precisamente en la lista circulada, y podrían ir a buscar en su oscuro retiro al hombre de mérito que por su timidez y moderación no se hubiese atrevido a mostrarse pretendiente; pero a lo menos no serían sorprendidos por las intrigas secretas de los que hubiesen aspirado privadamente al alto honor de ocupar un asiento en el cuerpo legislativo.’ La preocupación eterna de conocer realmente a quien van a elegir continua subyacente o ¿Cuánto han cambiado desde entonces?
El doctor Mora Lamadrid insistía en que ’el nombre, el mérito y las acusaciones, todo naturalmente estará impreso en una pretensión publica, y los electores podrán entonces juzgar con conocimiento de causa, cosa que nunca o rara vez se consigue cuando la pretensión es secreta. Cuando se intriga ocultamente ¡cuántos servicios se alegan que nadie se atrevería a sujetar a una discusión pública! Los valedores de los candidatos que alaban y recomiendan privadamente el talento, la probidad, la instrucción y demás prendas de sus clientes ¡como tendrían que enmudecer si hiciesen su panegírico delante de quien pudiese desmentirlo.’ Esto parece prevalecer hasta nuestros días o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
En el mismo sentido, el doctor Mora Lamadrid enfatizaba que, ’además, cuando no hay pretendientes conocidos, es casi seguro que los que intrigan secretamente no son los hombres más beneméritos, y que los electores, no conociendo sino a los que recomiendan los que manejan las elecciones, sin advertirlo son dirigidos en estas por el espíritu de partido, y dispensan su favor, no a los mejores, sino a los más intrigantes. Para pretender a cara descubierta y sujetarse a la censura publica, es necesario un mérito superior; para intrigar en secreto, basta un poco de atrevimiento, y algún conocimiento de las artes de la cábala.’ Muchos continúan operando bajo esos métodos o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
Para rematar, el doctor Mora Lamadrid cuestionaba: ’Y cuando reprobamos estas arterias en los intrigantes oscuros ¿nos rehusaríamos a admitir lo único que puede evitarlas, a saber, la noble franqueza de los públicos pretendientes, que prometen sostener la causa nacional y los intereses públicos alegando sus servicios y presentándose al público con toda la franqueza que da la honradez? Claro es que por este medio el hombre que no pudiese sostener ventajosamente la publica discusión de su conducta, tampoco podría recurrir a bajezas, adulaciones, cohechos ni otros medios reprensibles para obtener los sufragios de los electores, porque estos extrañarían, y con razón, que no se presentase públicamente a pretender, ni aprobarían que buscase otra recomendación que la del testimonio público, o que par a salir airoso echase mano de recursos reprobados por el honor y la virtud. Le podrá decir que el ofrecimiento propio para la más delicada comisión es un acto de presunción que equivale a elogiarse a sí mismo y preconizar su mérito, y que esto es lo mismo que manifestar demasiado atrevimiento y una arrogancia fastidiosa: más nosotros creemos que en un país libre este orgullo es noble, esta osadía laudable y esta franqueza necesaria. La hipócrita modestia con que niega su idoneidad para un destino aquel mismo que se cree acaso superior a todo el mundo, es propia de las naciones en que reina el abatimiento y despotismo: en los gobiernos libres no solo no hay inconveniente en que el mérito se anuncie y recomiende así mismo, sino que esta apelación al juicio de sus contemporáneos es uno de los elementos de la libertad. Varios se dibujan en lo descrito o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
El doctor Mora Lamadrid retoma su lado de historiador e invoca que ’en la antigüedad hacían alarde de sus servicios los hombres más eminentes: la obra que estiman los humanistas por la más elocuente de la Grecia, es el panegírico de Demóstenes, pronunciado por el mismo en la plaza pública de Atenas, delante del concurso más brillante y numeroso que jamás tuvo orador ninguno: y los necios que tratan de vano y orgulloso a Cicerón porque con tanta frecuencia recuerda su consulado, y el gran servicio que había hecho a su patria salvándola del furor de Catilina deberían reflexionar que a ello le obligaba la malignidad de sus émulos, y que cuando un hombre que siente su superioridad sobre sus rivales o enemigos, se ve insultado, calumniado y perseguido, tiene derecho a levantar la voz| apelar al juicio de la opinión publica, y si esta estuviere preocupada atreverse a tener razón contra la iniquidad de su siglo.’ Esas son lecciones que pocos atenden o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
El doctor Mora Lamadrid preguntaba y respondía que: ’Mas, ¿qué deberán hacer los electores cuando se vean solicitados para nombrar determinadas personas, por el gobierno, por los agentes de los partidos, por los candidatos mismos que públicamente se anuncian como tales, o por los que intriguen en secreto para que recaiga en ellos el nombramiento, sin que parezca que lo han solicitado? Examinar los títulos de todos los pretendientes comprendidos en estas cuatro clases, no atender a solas sus exposiciones, no hacer aprecio de la recomendación del poder; demasiado han palpado lo que han tenido que sufrir por haber condescendido con las insinuaciones del gobierno y de sus agentes para las creces y exaltación del partido que acaba de ser derrocado.’ Para tenerlo presente en el futuro inmediato o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
Casi para terminar, el doctor Mora Lamadrid lanzaba un ultimátum: ’Consideren atentamente que del acierto en las próximas elecciones pende absolutamente la felicidad o la ruina de la patria: no se atengan precisamente a los que pretendan por alguno de los medios indicados, procuren saber si acaso hay todavía otros ciudadanos modestos que ni sean propuestos por el gobierno, ni tengan relaciones con los partidos, ni pretendan abiertamente. Pero sobre todo cuiden de no acceder a las insinuaciones de los que maniobran en la oscuridad para ser electos, y rehúsan se sepan sus pretensiones. Esta clase de hombres, por más que afecten patriotismo, y hagan según parece estado por el orden actual de cosas, son y deben ser siempre sospechosos, enredadores y aduladores viles y bajos de quien tienen que esperar algo; cambian diez veces en la semana de opiniones y principios, adoptando los extremos más opuestos, y sosteniendo hoy con mucho calor lo que ayer impugnaban con el mismo. Estas gentes son la polilla más dañina de toda la República, pues, como este insecto minan y destruyen un edificio en lo interior dejándole sus formas exteriores, que son súbita y repentinamente destruidas al impulso más ligero.’ Un párrafo intemporal para leerse con calma o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
Para concluir el doctor Mora Lamadrid reflexionaba: ’Hemos procurado ilustrar las cuestiones que ofrecen más importancia en aquellos puntos cuya resolución queda a discreción de los electores; la rigurosa observancia de aquello en que las leyes limitan su acción, arreglándola o modificándola, la hemos recomendado repetidas veces, y con esto cerraremos por ahora la materia de elecciones, bien seguros de que si se observan las leyes estrictamente , y se procede con arreglo a los documentos contenidos en el presente discurso, las elecciones serán buenas y la República progresará.’ Nunca está de mas recurrir a los escritos de quienes fueron los constructores de la Patria nueva. Nadie podrá negar que el texto del doctor José María Luis Mora Lamadrid ofrece un sinfín de lecciones intemporales ya que, a pesar de lo que nos presuman, en materia de conducta política, los actores siguen comportándose de manera similar a la de hace dos centurias. Podrán haber cambiado los ropajes y los personajes, pero en materia de conducta política los vicios y las virtudes continúan siendo similares o ¿Acaso han cambiado desde entonces?
Añadido (21.6.18) Este 15 de febrero, se cumplirían 68 años.
Añadido (21.6.19) ¿Acaso esperaban que los fulanos de la Organización Mundial de Salud, otra de esas instancias de la ONU plagada de burócratas inútiles, encontraran algo después de que trascurrió más un año de que el mal se desperdigó por el mundo? Y no olvidemos que la máquina, cuando se le aceita bien, funciona como el operador lo desea. Por lo pronto los murciélagos ¿Batman incluido? tienen la culpa.
Añadido (21.6.20) En el 2000 firmaron desplegados en favor de aquel al que vendían como el adalid de la democracia y, en 2018, lo hacían en pro de quien acabaría con las corruptelas. Hoy, para purificarse, suscriben otro más. Son los arrepentidos eternos, siempre prestos a rubricar proclamas para salvar sus almas de lo que signaron en el anterior.
Añadido (21.6.21) Nada de hacer tragedias. Ellos dijeron, en un acto de honestidad poco común, que no representan a México, ni a la UANL. Así, reafirmaron lo que son: mercenarios. ¿Acaso alguien lo desconocía?

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