Concatenaciones
Fernando Irala
Los abominables atentados cometidos en París por integrantes de lo que se hace llamar Estado Islámico, han causado estupor, indignación y consternación en el mundo entero.
A lo largo de la historia de la humanidad, cada vez resultan más absurdos los fundamentalismos religiosos, y la violencia extremista no agrede sólo a una ciudad o a una nación, constituye un agravio contra la libertad de las personas y el progreso del mundo.
De ahí la reacción universal de condena a estos hechos que dejaron más de un centenar de víctimas inocentes, y heridas profundas para la vida cotidiana de los parisinos y de los franceses.
Resulta simbólico que estos ataques tengan lugar en el país que ha legado al planeta la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, adoptada como uno de los primeros documentos de la Revolución Francesa, y luego vuelta conciencia universal y principio de conducta internacional.
Pero el terrorismo es estéril, porque aunque puede causar temor en algunas personalidades débiles, el resultado general es fortalecer los lazos de unión y las convicciones de quienes se oponen a la barbarie y el retroceso histórico, o simplemente tienen la vida como un valor que no puede ser pisoteado impunemente.
Así está ocurriendo en Europa y en la mayor parte de los países del globo terráqueo, en una ola de solidaridad con el pueblo galo, y con los valores, la cultura y la civilización que de alguna manera son referencia en la época que vivimos.
Apenas al inicio del año esta solidaridad internacional se manifestó luego del atentado de orígenes similares cometido contra el equipo editorial del semanario satírico Charlie Hebdo.
Se hizo presente entonces la frase clásica de otro francés, Voltaire, que es principio de vida y comportamiento: “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte el derecho que tienes de decirlo”.
Contra eso atentaron, una vez más, los yihadistas. Pero su triunfo –diría Juárez—es moralmente imposible.