Lecturas con pátina
José Antonio Aspiros Villagómez
Para mi amiga y compañera de estudios profesionales, la periodista Lupita Pedroza,
quien el 22 de marzo dejó este mundo. Descanse en paz.
En este 2016 se cumplen cuatro décadas de que el escritor jalisciense Fernando del Paso (1935) comenzó a escribir en Londres su novela Noticias del Imperio, y tres de que le puso el punto final cuando estaba en la Maison du Mexique, en París.
Tres décadas, asimismo, de que a través de Radio Francia Internacional dio la noticia del deceso de su coterráneo Juan Rulfo, cuyo nombre llevó por un tiempo el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que en 2007 le fue otorgado al también autor de José Trigo -que llega al medio siglo en 2016- y Palinuro de México (1977).
Noticias del Imperio (Editorial Diana, 1987), cuyos principales protagonistas son Carlota de Bélgica y Maximiliano de Habsburgo, combina historia, imaginación, literatura, posicionamientos del autor y una extensa crónica que rebasa la época de la aventura conocida como Segundo Imperio, y llega a las primeras décadas del siglo XX, porque el relato acompaña a la emperatriz hasta los últimos días de su vida en 1927 y hace un recuento de todos los personajes que murieron antes que ella, como Juárez, Díaz, Madero, Villa, Zapata y Carranza, y otros en el extranjero, y hace notar que cuando ella dejó de existir, ya habían nacido los líderes mundiales que decidieron la historia del siglo XX.
Se trata de una novela que alterna la ficción con los hechos reales con tal maestría, que logra mantener el interés del lector de principio a fin, a pesar de su extensión (670 páginas) y de lo abigarrado del texto en letra pequeña y páginas casi sin caja (el equivalente en una hoja a la marialuisa en un marco).
El eje del relato lo forman los intermitentes, pero abundantes y extensos monólogos de Carlota, vieja, enloquecida y cautiva, quien se dirige en ellos a un Maximiliano al que sabe ya muerto y al que le comenta las noticias que dice haber recibido (’hoy vino el mensajero y me dijo…’).
También están los diálogos de Maximiliano con su secretario (’apunta, Blasio, para que no se me olvide…’) y los de Benito Juárez con un ’Señor Secretario’ al que Del Paso no identifica, y que a pesar de ser imaginarios tienen un alto grado de credibilidad porque el autor muy probablemente los entresacó de documentos verídicos. José Luis Blasio, por ejemplo, escribió sus Memorias y guardó cientos de papeles e imágenes que ahora se conservan en el Centro de Estudios de Historia de México Carso.
Después de ofrecer algunas escenas eróticas con personajes secundarios, de narrar las penurias grotescas del cadáver de Maximiliano, y las de su esposa Carla -como le decía- cuando regresó a Europa para pedir inútilmente ayuda, las frivolidades y los aciertos y desaciertos del emperador, de referirse a la casi nula vida en pareja de ese matrimonio, así como sus presuntas infidelidades, Fernando del Paso especula sobre qué hubiera sucedido en México de haberse consolidado el imperio, y concluye que lo más probable es que, de todas maneras, el país hubiera sucumbido al avance de la naciente potencia vecina, Estados Unidos.
Maximiliano no hubiera podido detenerlo y los ultrajes estadunidenses hubieran sido iguales, si Carlota, en lugar de morir en Europa, hubiera muerto en Chapultepec.
La novela es también costumbrista y menciona los vendedores ambulantes de camotes, castañas asadas y chichicuilotes que, un siglo después, aún existían en la Ciudad de México, lo mismo que los gritones de ’ropa usada que vendan’, todo lo cual conoció este tecleador. De igual manera, han llegado hasta nuestros días canciones que fueron creadas en esa época, como La paloma y Adiós, Mamá Carlota.
Nos informa, además, que el término ’latinoamericano’ fue inventado en la Francia de Napoleón III en su beneficio, y refiere cuanto pasó con aquel descendiente de Agustín de Iturbide al que Maximiliano quería dejar como príncipe heredero al no poder tener descendencia.
Esta historia hace sentir al lector muy cerca de los personajes y su tiempo; tener compasión y tal vez hasta simpatía, o lástima, por esa pareja de europeos que esperaban ser recibidos con aclamaciones por los mexicanos; las vacilaciones del Habsburgo sobre abdicar o no y su posterior determinación de arrostrar la derrota y sus consecuencias, sin perder nunca el humor.
Están detalladas las lealtades de sus generales Miramón y Mejía, a quienes al principio alejó de su lado; las traiciones de Márquez y de un compadre del emperador, la actitud implacable de Juárez frente a los ruegos de la princesa Salm Salm, y la consideración de Del paso, en el sentido de que, su fracaso en México, fue una de las humillaciones más grandes del emperador francés Luis Napoleón.
Una de las conclusiones importantes que es preciso compartir con Fernando del Paso, es que ’no todos son héroes o traidores todo el tiempo ni cien por ciento’, si bien él va más lejos cuando, a contrapelo de la historia oficial, estima que los generales fusilados con Maximiliano en el Cerro de las Campanas fueron patriotas, y sostiene que nos convendría aceptar la mexicanidad de los emperadores y que, darles su lugar en el panteón mexicano, ’no implica reconocer nada’. No hay maniqueísmos.
Casi al final, con fina ironía porque Maximiliano se pasaba la vida redactando ceremoniales para todo, el autor nos presenta también como debe ser, paso a paso, minuto a minuto, el ’ceremonial para el fusilamiento de un emperador’, el cual es la última de las noticias del Imperio.
Un fragmento de Noticias del Imperio fue dramatizado cuando el libro, recién editado, se presentó en el University Club de la Ciudad de México -con el tecleador presente-, y después fue llevado a la televisión uno de los monólogos de Carlota, que produce ternura porque, ya vieja y loca, se pone a jugar con su casa de muñecas.
