Opinión
Ángel Aguirre Rivero*
Los tiempos de la investigación por los hechos de Iguala se alargan, se posterga conocer el paradero de los normalistas, pero en algún momento la verdad abrirá paso a la reconciliación y al castigo, tope donde tope.
El reciente anuncio que hizo el presidente López Obrador, de la colaboración estrecha que tiene con el gobierno estadunidense, tendría que acelerar el paso de las investigaciones de la Fiscalía General de la República.
Aunque en este momento resulta aventurado suponer qué información recibió y a qué personajes de diferentes esferas involucra, sí es de esperar que tenga relación con las escuchas que realizó la DEA a las conversaciones que sostuvieron en esas horas aciagas, y los días siguientes, los integrantes del cártel Guerreros Unidos.
Ese trabajo de intervención telefónica es fundamental, pondrá a cada quien en su lugar. Las escuchas tendrán que ser cruzadas con las geolocalizaciones de los equipos celulares empleados antes, durante y después de los hechos y servirán para ampliar o hacer las redes técnicas de vínculos.
Los mensajes interceptados corresponden a conversaciones de los líderes con sus pares o subalternos, emitiendo las instrucciones para inducir la atención a quienes debían aparecer como responsables de esta tragedia.
Por otro lado, debo decir que me resulta incomprensible la demora en enviar a analizar a Innsbruck los 114 restos óseos que podría arrojar luces sobre el destino de otro grupo de estudiantes. Como veo las cosas, la verdad de Ayotzinapa se va a acreditar sobre bases científicas y puede resultar harto dolorosa. La cadena de anomalías en la investigación y los responsables son una asignatura pendiente e ineludible.
En ese sentido, en el extenso reportaje ’La DEA ocultó la verdadera noche de Iguala’, Eje Central analiza la inacción del gobierno federal en horas cruciales: ’Las primeras horas después del ataque a los normalistas fueron muy confusas. El domingo 28 de septiembre de 2014, en Los Pinos, el presidente escuchó a sus colaboradores más cercanos sobre el tema. Uno de ellos, en la reunión, soltó sin mesura alguna: ’todos los normalistas de Ayotzinapa son narcos’. Esa frase cobró más sentido al escuchar a Jesús Murillo Karam, entonces titular de la PGR y uno de los hombres cuya opinión tenía peso en el presidente: ’es un asunto de narcotráfico’.
Al día siguiente, el lunes 29 de septiembre, se supone que viajaría Peña Nieto a Guerrero, pero el viaje se canceló por las malas condiciones climatológicas, se dijo entonces. Fue hasta el martes cuando, luego de inaugurar una autopista en Estado de México, soltó:
’Es algo muy lamentable lo que ha ocurrido, es un hecho que merece toda investigación a fondo y a profundidad, para verdaderamente deslindar responsabilidades y saber quiénes fueron los responsables de lo ocurrido, emprender las acciones y aplicar la ley. La Secretaría de Gobernación está muy pendiente y atenta, primero, a que la autoridad de Guerrero asuma su responsabilidad’.
La verdad se acerca, lenta. La rueda de la justicia gira y se acerca a los responsables de manipular las investigaciones para intentar un carpetazo que no les funcionó. ¿Por qué lo hicieron?, ¿quién les dio esas órdenes? Lo sabremos. Una vez que se procese el cúmulo de información que entregó el gobierno estadunidense, las piezas del rompecabezas se van a unir y caerá el telón que cubre la verdad.
Para mí, los tiempos de Dios son perfectos y espero con la conciencia tranquila del deber cumplido.
