Catón

Como que te chiflo y sales

Como que te chiflo y sales
Periodismo
Noviembre 21, 2019 23:26 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

Hoy quiero hablar del silbidito. Junto con el teletipo, el cable transoceánico y el fax el silbidito es uno de los medios de comunicación que han desaparecido. Hagamos un esfuerzo de imaginación. En mi caso hacer ese esfuerzo no me cuesta mucho esfuerzo. Lo que me cuesta trabajo es hacer un esfuerzo de realidad. Ahí sí batallo. Hagamos un esfuerzo de imaginación, digo, y vayamos a una esquina del Saltillo de hace 40 o 50 años. En esa esquina hay un poste, y en ese poste está apoyado un hombre joven. Su edad es de 22 años, sobre poco más o menos. Se recarga en el poste con actitud estudiada, entre elegante y displicente. Cruza la pierna izquierda sobre la derecha, y el pie de esa pierna lo tiene puesto de punta sobre el suelo.

¿Qué hace ahí ese hombre joven? En estos tiempos es difícil contestar una pregunta así. Pero en aquellos años, más inocentes, no había ninguna duda: aquel muchacho estaba esperando a su novia.

Ya son las 8 y cuarto de la noche y ella no aparece. La cita era a las 8. No hay, sin embargo, motivo de preocupación: la chica saldrá a las 8 y media, como de costumbre. A él eso no le molesta: la felicidad siempre se hace esperar. Igual podría llegar su novia a medianoche, y él estaría aguardando aún, apoyado en el poste, la pierna izquierda cruzada por delante sobre la derecha y el pie de esa pierna puesto de punta sobre el suelo.

Además la muchacha ya sabe que su novio está ahí. ¿Cómo lo sabe, si la chica no se ha movido de su tocador –’coqueta’ se llamaba entonces ese mueble-, ocupada como está en ponerse el polvo y el bilet y en componer las ondas de su permanente? Lo sabe porque él ha silbado.

¡Ah, ese silbidito! Lo esperaba ella con inquietud desde las 6 y media de la tarde, temerosa de que su galán faltara a la cita, como aquella vez. Pero no. Sonaron las 8 en el reloj de Catedral, y junto con las campanadas se oyó el silbidito. Ella lo conoce, igual que conoce la paloma el zureo de su palomo, y no lo confunde con el de ningún otro, así haya convención internacional de palomares. Silbó el muchacho a las 8 en punto para avisarle que ya estaba ahí, y fue entonces cuando ella empezó a arreglarse. Silbó de nuevo a las 8 y cuarto, no para apresurarla, sino para hacerle saber su amorosa impaciencia, bello piropo hecho a distancia. No tendrá que dar la tercera llamada, como en misa: a las 8.30, ahora sí con puntualidad de tren inglés, la muchacha aparecerá en la puerta y caminará hacia la esquina con ese paso menudito que a él lo vuelve loco y le pone tensiones deliciosas en el corazón y en otras dependencias quizá menos románticas, pero igualmente sensibles. A su modo, claro.

Estampa es ésta del ayer. Ahora ya no se escucha ese romántico silbido. Por eso escribí hoy acerca de él, para documentar nostalgias. Otros sonidos gratos desaparecieron también: el timbre de las calandrias, cochecitos guiados por un cochero gordo y tirados por un jamelgo flaco; el paso del rondín, nocturna gendarmería a caballo, sobre las calles empedradas del Saltillo viejo; el caramillo del afilador; los pregones de los vendedores callejeros...

Yo tuve la gloria de escuchar todos esos antiguos ruidos. También yo lancé mis silbiditos en una esquina... Si no me gustara tanto la melodía que ahora oigo en mi vida cambiaría todas las músicas por ésa, la del silbidito.


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