Concatenaciones
Fernando Irala
Con la muerte de Fidel Castro concluye simbólicamente una etapa en la historia de América Latina que tuvo repercusiones en el mundo entero y por supuesto también en nuestro país.
La revolución cubana transformó para siempre la vida de la isla e influyó en la política continental; el bloqueo norteamericano –que hasta la fecha subsiste pese al restablecimiento de relaciones diplomáticas— tuvo el efecto de radicalizar el entonces naciente régimen castrista y darle la posibilidad geopolítica de eternizarse.
Parecía entonces que una revolución continental sería posible, y que los pueblos latinoamericanos seguirían el ejemplo y el destino de Cuba.
La pobreza y la desigualdad, que persisten hasta la fecha y se han profundizado, han alimentado esos sueños de rebelión y transformación social.
En Cuba se logró una sociedad con una educación de alta calidad generalizada y atender la salud pública con un nivel de excelencia que es ejemplo para el mundo.
Como todos los regímenes socialistas, Cuba no logró en cambio un desarrollo económico sostenible, y el bloqueo agudizó las dificultades financieras, que luego se tornaron dramáticas cuando desapareció la Unión Soviética, su principal patrocinador.
Tampoco se logró la renovación de las clases dirigentes, y la longevidad de los hermanos Castro ha hecho más complicada la transición del poder hacia nuevas generaciones.
Ahora, la muerte de Fidel seguramente contribuirá a acelerar los cambios urgentes que con mucha timidez ha emprendido en los últimos años su hermano Raúl.
Desaparecido el campo socialista, Cuba no podrá seguir siendo el territorio libre de América Latina. La presión, la cercanía geográfica y el dinero de Estados Unidos empujará a los isleños a retomar los caminos capitalistas de los que los sacó Fidel.
Eso ya está ocurriendo actualmente. Lo interesante será observar la velocidad y la manera en que un nuevo sistema se impone en Cuba.
