Presente lo tengo yo

Contigo pan y cebolla

Contigo pan y cebolla
Periodismo
Julio 04, 2020 17:07 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

La inolvidable profesora Amelia Vitela viuda de García era maestra de Español en primer año de secundaria, en la Normal. Eso quiere decir que era también un poco mamá nuestra, pues sus alumnos no salíamos aún de la niñez. Y sin embargo nos hablaba de cosas de la vida que poco tenían que ver con la gramática de Bello. Un día nos dijo esto:

-En mis tiempos el muchacho que quería entablar relación con una joven le escribía una carta de amor. Lleno de timidez se acercaba a ella en el paseo y le decía: ’¿Me recibe este papelito, señorita?’... Si hoy un muchacho le dijera a una chica: ’¿Me recibe este papelito?’, ella seguramente le responderá: ’¿De a cuánto es?’

El amor, no cabe duda, cuesta. Quien lo niegue es que no ha amado. Mi amigo Horacio Campos, apodado ’El Farol’ por su elevada estatura, le preguntó una vez en la Alameda a una gringuita de muy buen ver y de mejor tocar:

-¿Hablas español?

-Poquitou -respondió ella.

-¿Cuánto? -quiso saber Horacio.

-100 pesos -le contestó la güera-, y tú pagar el taxi y el hotel.

Con la edad se le quitan a uno las ganas de conmoverse, cosa que como quiera impone esfuerzo. Achatada la sensibilidad, no te emocionas ya ni viendo la quemada del Torito en la película de Pedro Infante ’Pepe el Toro’. Se vuelve uno sordo del corazón, como quien dice. Y sin embargo preocupa lo que debe gastar un muchacho para salir con su novia aquí, en Saltillo. Entre cine, palomitas, refrescos y hot dogs eroga el desdichado lo que en mi juventud ganaba yo en tres meses como locutor.

Hice memoria. ¿Cuánto gastábamos nosotros en el cortejo de una ninfa? La Coca en La Guacamaya costaba 50 centavos. La entrada al cine, 1.25, y ni siquiera veías la película. Lo mismo costaba una hamburguesa en el Élite o en el restaurante del Hotel San Luis. Quiero decir que el amor salía tan caro ayer como hoy. La ventaja es que nuestras novias no sólo eran más modosas, sino también más modestas y fáciles de conformar. Con un paseo salía uno del paso; íbamos a ver los aparadores, o a la Alameda, si había más confianza. Ahora ya ni hay aparadores, y la Alameda no es ya aquella Alameda.

De jóvenes todos éramos pobres, bendito sea Dios. La falta de dinero, sin embargo, no amenguaba el deseo de agradar. Cierta tarde iban dos parejas -pretendientes ellos, pretendidas ellas- por la calle de Victoria. Al pasar frente al Cinema Palacio, por la acera opuesta, llegó hasta ellos el rico olor de las palomitas de maíz que se vendían en el foyer del cine.

-¡Qué rico huelen las palomitas! -exclamó con acento insinuativo una de las muchachas.

Se aturrulló su acompañante, pues andaba inargento e impecune, como decía el maestro Zertuche, o sea sin dinero. Su amigo acudió al rescate:

-No seas desatento -le dijo-. Lleva a la otra acera a Fulanita, para que huela las palomitas más de cerca.


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