Cuando el ego supera la inteligencia

Hemos dicho que el Presidente es el mejor proveedor de material para la crítica en su contra. Esto, debido a su innegable competencia para proferir dislates todos los días y respecto a cualquier tema. Si se trata de historia, en donde pretende depositar su enorme sabiduría, un día dice que el hombre sobre la tierra tiene ’cinco o 10 mil millones de años y otro, que hace 10 mil años aquí ya había universidades e imprenta, mientras Estados Unidos apenas estaba poblado por búfalos.

Eso, cuando aborda temas de su mayor conocimiento. ¿Cómo serán los que tratan de economía, de derecho y ya no digamos, de ciencia? La historia de su vida de estudiante informa que fue pésimo. Que dilapidó 14 años en demostrar su falta de aptitudes para el estudio y sí muchas para los actos burdos y hasta delictivos. Quienes lo conocieron entonces, cuentan pasajes suyos de verdadera inadaptación.
Ahora, la presidencia de México le ha incrustado en su mente pobre, un enjambre de megalomanía que ya comienza a translucir con claridad. Revela estar convencido de que los 30 millones de votantes, de 90 millones, le entregaron en propiedad el país entero, como ocurre con todos los mandatarios del mundo con inclinaciones de dictadores. Como acaba de acontecer en Nicaragua, en donde su presidente cree que puede reelegirse cuando le dé la gana, por ejemplo.
Nuestro mandatario acaba de decir, sin dejos de pena, que, si no hubiera ganado en las elecciones de 2018 y no hubiera cambiado la política económica, en México habría un caos, el país estaría hundido, destrozado y hubiera más muertes por la pandemia de Covid-19. El caos comienza a asomarse.
La economía, de acuerdo con los expertos, está en ciernes y el año entrante, México será víctima de sus estragos. La pandemia se ha manejado políticamente. El casi medio millón de muertos por su causa hay que multiplicarlo para conocer la verdad.
Los verdaderos expertos. Los que fueron a la escuela y cursaron carreras coronadas con estudios superiores, maestrías y doctorados. Los que han dado pautas para corregir los errores tan grandes como los que ahora se cometen todos los días, dicen lo anterior. No son vaticinios míos. Son de estudiosos entregados al análisis y a experimentos que demuestran que sus dichos son verdades, para que quien decide se anticipe y los evite.
Desgraciadamente, Nuestro mandatario no cuenta con una conciencia que le permita visualizar lo que ocurrirá inevitablemente. No tiene siquiera la capacidad para creer que lo que dice un estudioso de determinado tema acontecerá. No tiene lucidez para darse cuenta de que es el verdadero creador de lo malo que ocurre en este país, en donde todos los días amanece con una nueva amenaza que no tarda en hacer pública, por estar convencido de que es lo mejor.
Con sus declaraciones formuladas en una mañanera, dejó ver que quien las profería era el hombre perfecto, solo comparable con Dios, por pretender que lo que ha hecho hasta hoy es producto de su perfección. Justificó su decisión de declarar ’de interés público y seguridad nacional’ los megaproyectos de su gobierno. Dijo que el acuerdo es para que sus adversarios, que están empeñados en ponernos obstáculos, no puedan oponerse a las obras.
Justificó su defensa de Pemex, una empresa quebrada que pretende revivir a toda costa, cueste lo que cueste, por un capricho que lo obliga a dejar en claro que, en este país, el que manda es él, como ha ocurrido con todas las destrucciones que ha ordenado. Como ocurrió con el aeropuerto de Texcoco, para no ir más lejos, que hoy ya estaría presumiendo ante los ojos de todo el mundo, sustituido por otro que semejará una terminal camionera de su pueblo.
Dijo que repite porque quiere hacer conciencia. Pero la conciencia se asienta entre los que no piensan y los que piensan. Seguramente los primeros son lo que le interesan, por ser votos seguros que depositarán quienes jamás sabrán quién los gobernó, debido a que su interés estriba sólo en recibir la dádiva bimestral.
En suma, reveló en esa conferencia, que su ego sobrepasa con mucho a su escasa inteligencia, que no le da para darse cuenta.
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